Después de dejar las armas en manos de los delegados de la ONU el 27 de junio, las Farc se aprestan a transformarse en un nuevo partido político a través de su Congreso fundacional que se realizará en el mes de agosto, para apostarle a la construcción de la paz democrática.
Estamos pues ante la expectativa de los resultados y conclusiones de dicho Congreso, de su línea política, su programa, su política de alianzas, sus estatutos, así como de los símbolos, de las formas publicitarias y del lenguaje que utilizarán en su campaña proselitista para las elecciones del 2018 en las grandes ciudades.
Es sabido que desde el mismo momento en que se anunciaron los diálogos y negociaciones entre el Gobierno de Santos y las Farc, el expresidente Uribe con todo su séquito de seguidores del “Centro Democrático”, no han cesado ni un solo minuto en su campaña permanente contra los Acuerdos de La Habana, utilizando “la combinación de todas las formas de lucha”, incluyendo, claro está, el odio, la calumnia, la mentira, el miedo y la desinformación que, debido a una negociación tan larga y accidentada, fue desgastando la credibilidad de amplios sectores de opinión que a la hora del plebiscito votaron No a los Acuerdos de la Habana ganando por un estrecho margen de 50.000 votos.
Este impase sumado a la campaña de desprestigio, inteligente y hábilmente tramposa del uribismo y su establecimiento mediático, más los factores políticos que lo han favorecido y fortalecido, como si se les hubiera aparecido la virgen en medio del desierto y en el momento más oportuno, tales como fueron la elección de Donald Trump como presidente de los EEUU., además de la crisis de Venezuela que no se detiene, sino que todo día que pasa se vuelve más profunda y compleja; todos estos elementos son factores que Uribe ha sabido aprovechar a su favor para desprestigiar a las Farc y ensuciar la imagen del nuevo partido político con miras a las elecciones del 2018.
En medio de este ambiente polarizado, con una ultraderecha ultramontana rabiosamente radicalizada, al movimiento popular y democrático no le queda otro camino que la unidad en torno a lo fundamental, es decir, la unidad en torno a un programa mínimo donde deben estar, por supuesto, la implementación y desarrollo de los Acuerdos de Paz, y además, en torno a un solo candidato presidencial para la primera vuelta electoral.
Sin estos dos requisitos, va a quedar muy difícil evitar que se queme el pan en la boca del horno. Y es aquí precisamente donde la transformación de las Farc en movimiento político legal, institucional y constitucional, va a jugar un papel trascendental en los futuros desarrollos democráticos del país.
Para poder aislar políticamente al sector guerrerista ultramontano, y neutralizar a los sectores vacilantes de la paz, debe constituirse en un movimiento democrático muy amplio, que consulte las aspiraciones nacionales, de las capas medias y de los sectores populares, no solamente en la declaración programática sino también en la práctica de la dirección política. No hay que olvidar que la consigna para las próximas elecciones presidenciales debe ser: “Por un Gobierno de transición para la construcción de la paz democrática””
Está bien que en las “Tesis preparatorias para el Congreso Fundacional del partido de las FARC-EP”, en el mes de agosto, se proclame abiertamente que: “La conferencia guerrillera definió con claridad la naturaleza del partido. De manera expresa señaló que se inspirará “en el marxismo, el leninismo, el pensamiento emancipatorio bolivariano y, en general, en las fuentes del pensamiento crítico y revolucionario de los pueblos y en particular de las FARC-EP”.
Está bien que se proclame abiertamente su identidad de clase para construir el bloque de poder histórico popular y, a partir de allí, nuclear la convergencia democrática indispensable para conquistar el poder e instaurar un “Gobierno de Transición” que asegure la defensa de los Acuerdos de la Habana.
No hay otro método distinto a una consulta popular antes de la primera vuelta presidencial para elegir el candidato único de los sectores democráticos que defienden los Acuerdos de paz y las reformas democráticas que está necesitando el país.
Para las elecciones parlamentarias de marzo se deben elaborar listas de convergencia lo más amplias posibles, con los más diversos estratos sociales, profesionales, comunitarios y territoriales, que le den significado real a los acuerdos de La Habana en el sentido de que no es solamente un acuerdo entre el Gobierno de Santos y Las FARC-EP, sino que es un acuerdo que beneficia ampliamente a los campesinos, a los indígenas, a los afro-descendientes, a los trabajadores agropecuarios, y a los sectores populares de las grandes ciudades, para lo cual el Congreso fundacional del nuevo partido, debe trazar las políticas respectivas que vayan abriendo paso a la hegemonía cultural y política del movimiento popular y democrático.
Por todo lo anterior esperamos que la transformación de las FARC en movimiento político contribuya a desplegar en toda la sociedad colombiana y en todas sus regiones, un gran movimiento democrático que salve los Acuerdos de La Habana y ayude a consolidar una paz estable y duradera para la construcción de la democracia.