Después del 2 de octubre de 2016 hay una ventana de oportunidad para Colombia. Que también se puede desperdiciar. Depende de si la participación de la ciudadanía y de los líderes políticos en el debate público es no solo emisora sino receptora de los mensajes de las contrapartes. De si estamos dispuestos a ceder y conceder.
Al ver las declaraciones del excongresista y gerente por el No en la campaña que culminó el domingo pasado, Juan Carlos Vélez (“... estábamos buscando que la gente saliera a votar verraca... La estrategia era dejar de explicar los acuerdos para centrar el mensaje en la indignación... el mensaje de que nos íbamos a convertir en Venezuela...”), me pregunto si hay cabida a algún tipo de sanción.
Recordando el marco de Mockus de “ley, moral y cultura”, parece que no hay espacio para algún tipo de sanción legal. En cuanto al ámbito moral, simplemente se demuestra que las manipulaciones se hicieron de forma consciente, deliberada.
Finalmente, ¿habría rechazo social? Por el ejemplo de lo que ocurre en algunas naciones avanzadas, mentir y manipular no son obstáculos en la promoción de la participación política de grupos determinados de ciudadanos tras alguna posición política. Aunque la manifestación de los estudiantes del miércoles 5 de octubre da esperanza...
También, del lado del Sí hubo clichés en algunas consignas. Considero que es no es cierto que muchos de quienes votaron No lo hayan hecho por amor a la guerra.
El tema de la participación en lo público en contextos de grandes controversias, como el actual, es complejo. ¿Participar, por ejemplo, para no estar dispuesto a moverme un ápice de mi posición inicial? ¿Participar, debatir, aprender, modificar mi posición aproximándome a la de otros?
La respuesta a cómo se debe dar la participación difícilmente se ancla en el “deber ser”. Tendencias en Alemania, Austria, Holanda, el brexit, el fenómeno Trump, ilustran más bien lo contrario. La tónica, por ejemplo: “No me da pena decir que apoyo una política que restrinja el ingreso de inmigrantes”.
La ultraderecha ya no solo viene en empaques de skin-heads
sino en forma de “apolíticos” como la muy atractiva Frauke Petri,
líder De la AfD de Alemania
Las tendencias de ultraderecha en países como Alemania ya no solo vienen en empaques de skin-heads y simbología de cruces gamadas. Vienen en la forma de los “apolíticos” (que los gringos llaman outsiders), ciudadanos comunes y corrientes que reivindican consignas que en el pasado eran consideradas políticamente incorrectas.
AfD en Alemania es una muestra perfecta. Con tan solo tres años de creación, el movimiento político Alternativa para Alemania (AfD), va escalando posiciones no solo en varios parlamentos alemanes (como Sajonia, Turingia, Brandenburgo, Hamburgo), sino que está presente en el Parlamento Europeo. AfD se inclina, cada vez más, a la derecha. Hoy es liderada por Frauke Petri, una atractiva mujer de 41 años, nacida, como Ángela Merkel, en la antigua República Democrática Alemana. Graduada en química en Gran Bretaña y doctorada en Alemania, fue empresaria hasta poco antes de ingresar a la política, sin hacer el curso obligado de pasar por las estructuras de los partidos políticos tradicionales.
Nada de mezquitas y minaretes, restricción de la inmigración, defensa de la forma tradicional de familia, rechazo al apoyo a países del área Euro como Grecia y a la política ambiental, le van generando apoyo creciente a AfD. El meollo del éxito (lo encontré en el New Yorker): la idea de que la política alemana ha sido, erróneamente, regida por principios liberales. Con razón llegan tantos inmigrantes, que esperan encontrar un paraíso (pagado por los alemanes). Frauke Petri dice de sí misma que es simplemente, un ser humano, que no aspira a convertirse en “moralmente buena”. El cuento lo están comprando millones de alemanes. Hasta cita a Nietzsche: “Lo bueno siempre ha sido el comienzo del fin.
El cuento del brexit ya es conocido de sobra y mucho se ha escrito sobre lo que Marine Le Pen representa en Francia. Y, en Estados Unidos, uno de los supuestos méritos de Trump es el de ser un outsider, alguien que no ha pertenecido a la clase política.
Los postulados de Frauke en Alemania fortalecen la extrema derecha, la hacen explícita y ya resulta ingenuo criticar al AfD porque quiebran postulados de corte liberal y una cultura alemana de “realizar acuerdos” basada en que todas las partes ceden, sean patrones y sindicatos o partidos políticos.
Las mentiras flagrantes de Trump, su racismo y xenofobia no son obstáculo para que esté por encima del 40 % en las encuestas.
Lo anterior para afirmar que se trata de fenómenos de participación política a partir de movimientos que no ceden un milímetro en sus posiciones y no están dispuestos a conceder, a aproximarse, apelando a la difusión de mentiras y medias verdades, impunemente.
El conflicto colombiano no pertenece a las categorías de lucha étnica, religiosa o regional que han caracterizado la mayoría de los conflictos después de 1989. El nuestro se da entre colombianos parecidos entre sí. Las razones ideológicas que alguna vez lo justificaron se han desplomado.
Nos encontramos ante la disyuntiva de seguir en lo mismo, o de darle un empujón a Colombia, a nuestros niños y jóvenes, hacia escenarios de reconciliación, los más apropiados para mejorar nuestra calidad de vida, disminuir la equidad, competir en el mundo de hoy. Solo tenemos que reconocer al otro, entenderlo y ceder.