Participación política: derecho democrático vs delirio

Participación política: derecho democrático vs delirio

Por: Daniel Valencia Yepes
marzo 06, 2014
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Participación política: derecho democrático vs delirio
Imagen Nota Ciudadana

 

Cuatro noticias han llamado mi atención recientemente: la confrontación que hicieron al candidato al congreso Álvaro Uribe los campesinos en una plaza de Tunja, Boyacá, mientras hacía campaña; los reclamos acompañados de tomatazos al mismo candidato durante su campaña en Soacha, Bogotá; la manifestación de un grupo de jóvenes en el Valle del Cauca, también contra su campaña y sus ideas y el abucheo que lo recibió en Bucaramanga, Santander. Y llamaron mi atención por el hecho de que Álvaro Uribe no ha tenido que responder hasta ahora a pesar de todas las denuncias y el inconformismo que hay hacia él, sus círculos cercanos y su gestión política (lo que algunos han llamado el efecto teflón) y que posee una capacidad reconocida para evadir y confundir cuando se le hacen reclamos o preguntas incómodas. Pero en estas últimas ocasiones no ha podido, o más bien, no lo han dejado, y la ciudadanía ha expresado su sentir y hecho valer sus derechos, cuando lo normal es que, o bien sea conformista y apática, sea reprimida por la fuerza pública o no hable por miedo y termine cayendo en una espiral del silencio (Neumann).

A propósito de las acciones iniciadas por los campesinos boyacenses, reflexioné sobre si tengo la posibilidad de manifestar mi propia inconformidad y ejercer mi derecho a la libertad de expresión. Claro, reflexioné también sobre las consecuencias y efectos que esto acarrearía, pues como demuestran los antecedentes de la historia reciente, en Colombia es peligrosísimo opinar libremente, en especial cuando se trata de política, un tema que ha generado tanta polarización en el país. El sólo hecho de que tenga que pensarlo dos veces antes de expresar mi opinión política libremente en la calle me lleva a una nueva reflexión: a cuestionar si verdaderamente vivimos en una democracia como orgullosamente nos han dicho siempre: “En Colombia nunca ha habido una dictadura totalitarista”, “Colombia tiene la democracia más antigua de América Latina”; entre otras afirmaciones que se hace ligeramente y sin mirar el fondo de las cosas.

Democracia deliberativa

La República de Colombia es un Estado democrático, se supone. Y no sólo democrático en el sentido clásico del término sino que ha superado ampliamente la noción básica de la representación de intereses del mayor número de personas, alejándose de la concepción agregativa o mayoritaria y comprendiendo que la expresión de la voluntad de la ciudadanía sólo por medio del voto no es suficiente para dar validez a las decisiones, yendo más allá de lo procedimental (García, 2013; inédito). De acuerdo con García Jaramillo en su texto Democracia Constitucional, una decisión mayoritaria no equivale a una decisión democrática, pues la democracia hoy debe posibilitar que las distintas opiniones y actores sean tenidos en cuenta, asegurando que los derechos fundamentales y principios constitucionales garanticen una participación efectiva de todos los miembros de la sociedad. Su valor más importante radica en el principio de igualdad y de libertades fundamentales (García, 2013; inédito), que nos permiten hablar de democracia deliberativa.

Jane J. Mansbridge distingue algunos elementos deliberativos que siguen estos supuestos al momento de tomar una decisión (como la elección de un candidato): que sea abierta a todos aquellos afectados por la decisión (condición que Gargarella considera esencial también); que haya igualdad en la capacidad y medios de influir entre participantes protegidos por derechos básicos; que el proceso de justificación (reason-giving) sea requerido como central; que los participantes se traten entre ellos con respeto mutuo e igual consideración; que deban escucharse unos a otros y darse razones que crean los otros pueden comprender y aceptar; que deban proponerse encontrar términos justos de cooperación entre personas libres e iguales; el que deban hablar honestamente; y como criterio principal, la ausencia de coerción (Mansbridge et al, 2010: 65-66).

Así mismo, es valioso revisar los elementos de la noción de democracia deliberativa que resalta Amy Gutmann en el texto Democracy: para la autora, en una democracia deliberativa, la persuasión y la argumentación que se dan durante un diálogo colectivo, son los elementos a través de los cuales las personas logran expresar su pensamiento político en los espacios propicios para fomentar la participación y la deliberación política (Gutmann, 2007). De este modo logran expresar sus intereses personales y hacer una negociación llegando a un acuerdo dentro de la comunidad.

Como vemos pues, la dimensión deliberativa incorporada a la política y a la democracia representa ventajas que aseguran, al menos en teoría, una participación justa, legítima y con más garantías.

¿Vivimos en una sociedad realmente democrática?

Habiendo revisado someramente algunas de las condiciones necesarias para el funcionamiento de la democracia como la entendemos hoy en día, y siguiendo con el tema inicial que me llevó a escribir sobre esto, me detengo a pensar acerca de lo que ocurre normalmente cuando surge una manifestación o una protesta que va en contra del status quo y cuestiona la autoridad; y especialmente, en lo que ha ocurrido cuando ha habido algún mínimo intento de cuestionamiento al expresidente Uribe, durante y después de su gobierno. A diferencia de los cuatro casos mencionados al principio, donde la gente logró expresar su inconformidad y hacer valer su derecho a manifestarlo, lo que ocurre normalmente es que sobran las amenazas y coerciones, a veces por parte de las fuerzas del Estado, otras tantas por parte de la gente.

Justamente durante la campaña del Centro Democrático en Medellín, donde Uribe y Zuluaga llevan la vocería y hacen campaña y proselitismo con megáfono en las calles, ante el mínimo cuestionamiento volvió la intimidación. A algunas personas que se han presentado en los actos respetuosa y pacíficamente para mostrar su discrepancia con las ideas y forma de gobernar de estos políticos, se les han vulnerado sus derechos, insultándolos, descalificándolos, amedrentándolos y atacándolos física y psicológicamente. Lo que más paradójico podría parecer (aunque a mí no me lo parece ni me sorprende), es que la mayoría de estas tribulaciones no provinieron de la policía o los miembros del ejército que prestaban seguridad, sino de los seguidores de Uribe que con gran fanatismo se empeñaron en que estos ciudadanos desistieran de la “loca y perversa idea” de expresar su pensamiento político y agregar y confrontar puntos de vista distintos.

¿Habrá democracia, cuando a manifestantes pacíficos que declaran su opinión respetuosamente, la multitud los acalla y anula su participación llamándolos “terroristas” y “guerrilleros” y les lanza objetos? ¿Será democrático imponer los gritos y el poder de la turba para eliminar la posibilidad del otro a expresarse, en lugar de debatir y deliberar con argumentos? ¿Hay democracia cuando los miembros del cuerpo de seguridad privada (no los soldados) toman fotos a los manifestantes desde todos los ángulos y con la clara intención de que los vieran haciéndolo, con el propósito de intimidarlos? La mayoría de los asistentes, casi todos personas de edad, gritaban con la garganta a reventar: “¡Fuera, fuera!” o “¡Juera, juera, pa’ juera!”, “¿Por qué no se largan? ¡Respeten!”; e incluso algunas señoras agitaban carteles con propaganda del Centro Democrático, con la mirada descompuesta, enardecida y dirigiéndose al pequeño grupo de opositores como quien agita una cruz y quiere echar al demonio.

Dónde entonces está el respeto mutuo que exige la democracia, dónde la deliberación; ¿se están teniendo en cuenta a todos los actores y se respetan los derechos fundamentales y principios constitucionales que garantizan la participación efectiva de todos los miembros de la sociedad? No hay respeto mutuo, ni igual consideración, ni diálogo colectivo. Es más fácil insultar al otro e intimidarlo que rebatir sus argumentos y opiniones en espacios que supuestamente fomentan la participación y la deliberación política.

Los candidatos no dijeron una palabra cuando la turba actuó con violencia y llamaba al grupo de opositores, “guerrilleros y terroristas” (a quienes precisamente juraron y juran destruir). Y, al contrario, en lugar de llamar al respeto, algunos líderes de opinión de ese movimiento, por redes sociales incitan a que se les tome fotos a todos los que se atrevan a protestar en contra del partido durante las campañas y que las envíen urgentemente a la dirección del mismo… Con qué propósito, cabe preguntarse y queda la duda.

Finalmente, volviendo a la reflexión que planteaba al inicio del texto, ¿tenemos todos la posibilidad de expresar nuestras opiniones políticas en la calle, sobre cuestiones que nos atañen a todos como sociedad? Creo que no, pues nadie nos asegura las condiciones mínimas que se supone se desprenden de la democracia moderna para poder hacerlo. Más que conciencia política pareciera existir un fanatismo y sectarismo político, despolitizante. ¿Hay democracia en Colombia? O, para no ir tan lejos con una pregunta tan compleja, ¿El Centro Democrático es democrático más allá de su nombre?

Bibliografía

García Jaramillo, Leonardo, Democracia Constitucional. Sin publicar.

Jane J. Mansbridge et al (2010).The Place of Self-Interest and the Role of Power in Deliberative Democracy en: Journal of Political Philosophy, 18, (1), 64-100
Gutmann, Amy (2007) “Democracy”, en: Robert E. Goodin – Philip Pettit – Thomas Pogge (eds.) A Companion to Contemporary. Political Philosophy. Oxford, Blackwell, 2nd ed., Vol. I

García Jaramillo, Leonardo, “La democracia deliberativa en las sociedades semiperiféricas. Una apología desde las críticas al Plan de Desarrollo (2006 – 2010)”, en: Leonardo García Jaramillo (ed.) (2011) La democracia deliberativa a debate. Medellín: Universidad EAFIT – Cuadernos de investigación, Colección Bibliográfica.

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