El crecimiento y desarrollo de Bogotá ha hecho que la cara de algunos de los lugares más icónicos de la ciudad tenga un cambio drástico. Por ejemplo, el centro, donde inició la historia de la capital, ha sufrido una transformación durante sus más de 600 años, habiendo edificios donde antes había plazoletas o carreteras donde antes había parques. Uno de los casos más reconocidos es el del Parque Centenario, ya olvidado por muchos, que se levantó entre las calles 25 y 26, y las carreras 7 y 13, y fue considerado el primer parque urbano de Bogotá. Aun así, tuvo su final con la construcción de la actual Calle 26 y solo pequeños retazos de su existencia se mantienen en pie.
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La plazuela de San Diego
La historia del Parque Centenario empezó 200 años antes de su construcción, en el siglo XVII, cuando la Orden de San Francisco compró los terrenos en donde se desarrolló el levantamiento del convento y la iglesia de San Diego. Por ese entonces, en la Bogotá colonial, los ciudadanos buscaban espacios donde recrearse y divertirse y, curiosamente, al frente de los nuevos edificios quedó una plazuela que empezó a configurarse como un espacio para dicha necesidad. Allí, los santafereños empezaron a realizar fiestas y, poco a poco, el lugar empezó a convertirse en un sitio para la entretención.
Ya con eso en mente, tuvo que pasar un buen tiempo para que en esa misma plazuela se quisiera desarrollar el proyecto del Parque Centenario, pues desde que los Franciscanos compraron los predios hasta su construcción, pasaron 275 años. La concepción del espacio se dio en el marco de la regeneración de Bogotá, en el que no solo se buscaba modernizar a la capital, sino verla como un lugar para el desarrollo económico y social del país, y su inspiración fue el de celebrar el centenario del nacimiento de Simón Bolívar, el libertador, orden dada por el propio presidente de la República, Rafael Núñez.
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El Parque Centenario, el primer parque urbano de Bogotá
Los trabajos para el desarrollo del parque se dieron en 1881, cuando Pietro Cantini presentó los planos e inició la construcción. El diseño del espacio se basó en “islas” de jardines conectadas por amplios caminos, que llevaban a un centro, en donde se levantó el reconocido Templete al Libertador. Durante 2 años se realizaron las obras, se sembraron los árboles y se desarrollaron los jardines, y en 1883, como se esperaba, se inauguró el lugar, que rápidamente empezó a convertirse en el epicentro de la recreación de los capitalinos y un espacio perfecto para escapar del bullicio de la nueva ciudad moderna.
Durante los próximos 43 años, hasta 1926, el parque mantuvo su diseño original, aunque se le anexaron otros monumentos como el busto de Antonio Ricaurte. Pero para ese año, el presidente Pedro Nel Ospina decidió remodelar el lugar para renovar su apariencia y allí inició su “segunda vida”, teniendo nuevas especies de plantas, fuentes de mármol y un nuevo alumbrado. Además, también se instaló la famosa escultura de La Rebeca, que marcó un hito en la Bogotá de ese entonces, pues fue la primera estatua de una mujer desnuda en hacer parte del espacio público de la capital.
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La carrera 10 y la calle 26, las vías que desaparecieron al parque
Aun cuando se le hizo la gran reforma, para los años 40 el Parque Centenario empezó a vivir una decadencia propia de algunos lugares de la época. Ya casi no tenía visitantes y, para muchos, ya no cumplía su propósito de ser un escape a la trajinada vida de la capital. Además, ese abandono coincidió con algunas reformas desde la Alcaldía de la ciudad, que buscaban mejorar el tema de la movilidad y, necesariamente, cambiar el espacio urbano. Fue entonces cuando empezó una demorada destrucción del parque, que primero fue dividido en 2 debido a la ampliación de la carrera 10, luego se convirtió en glorieta y finalmente dejó de existir.
En 1958, buscando articular una vía que cruzara de oriente a occidente, y de occidente a oriente la ciudad, empezaron los trabajos de la Calle 26. En donde se encontraba la glorieta se llevó a cabo un proyecto urbano nunca antes visto en la capital, que tenía depresiones, túneles, puentes y demás, y no dejaba lugar a las zonas verdes, ni a los jardines del parque. Esa megaobra terminó por chupar los pocos vestigios que quedaban del lugar y, movilizar otros de gran importancia. Hoy, los únicos recuerdos que quedan del Parque Centenario son el Templete del Libertador y la Estatua de la Rebeca, monumentos que, pocos saben, hicieron parte de él.
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