Que no se nazca hombre o mujer sino se aprende a serlo es una afirmación provocadora e irresponsable del ministerio de Educación Nacional. Su titular Gina Parody ha debido declararse impedida, hace tiempo, para tratar temas relativos a homosexualidad en razón de conflicto de intereses. Así, a quienes ha hecho daño es a los miembros de la minoría que dice defender. Hay en esta circunstancia torpeza aguda de parte suya e ignorancia gruesa de las creencias de una mayoría absoluta de colombianos.
Tanto en Dinamarca como en Países Bajos, países donde se adoptó respectivamente el primer reconocimiento legal y unión matrimonial a parejas del mismo sexo, se procedió dúctilmente. Tuve oportunidad de observar el proceso holandés que culminó con la aprobación de matrimonio homosexual en 2001. Se hizo sobre la base de la aceptación de que se trataba de opción abierta a un grupo secularmente minoritario. En el entendido común del respeto debido a quienes por razones no precisadas científicamente prefieren plantear su programa de vida en unión permanente con alguien del mismo sexo.
La sanción legal a parejas de sexo igual, previo al matrimonio, se dio en Francia bajo el gobierno conservador de Jacques Chirac. El matrimonio, posterior a la unión civil, fue impulsado y hecho realidad por el primer ministro también conservador David Cameron en Gran Bretaña. En Alemania, fue la cristianodemócrata [conservadora], Ángela Merkel quien impulsó la igualdad entre uniones de sexo igual y opuesto. No se trata, entonces, de un dispositivo político de la izquierda sino de la aproximación contemporánea, en los países del primer mundo, a un fenómeno más antiguo de lo que podría pensarse.
El historiador John Boswell ha documentado en sus trabajos la existencia de uniones sancionadas por sacerdotes en monasterios españoles hacia el año 1000 y a lo largo y ancho de Europa durante la Edad Media. Fueron comunes durante el Imperio Romano y en la antigua Grecia. También dentro de los aborígenes americanos con celebraciones que honraban a quienes tenían atracción por sus semejantes de igual orientación sexual.
La ciencia es hoy unánime en aceptar y relievar el hecho de que se nace hombre o mujer como circunstancia no simplemente fisiológica sino psicológica. Fenómenos de orden cerebral parecen alterar la convicción íntima y profunda de ser hombre o mujer, lo cual da origen a la transexualidad, como un hecho muy excepcional, por entero distinto a la homosexualidad. Porque dentro del hombre y la mujer homosexual existe plena conciencia, afirmación y disfrute tanto de la feminidad como de la masculinidad que plasma la naturaleza.
Aprender a ser mujer u hombre
según sea el entorno cultural
es falsedad que no resiste análisis académico serio
Aprender a ser mujer u hombre según sea el entorno cultural es falsedad que no resiste análisis académico serio. Se trata de una de aquellas monedas devaluadas que circulan entre personas que no se han tomado el trabajo de estudiar y comprender en sus intrincadas perspectivas histórica, científica y legal, un fenómeno de extraordinaria complejidad. Es el caso de la ministra Parody. Aquí basta poner fin al debate con un no contundente, como lo hicieron millones de personas que salieron a ejercer su legítimo derecho a la protesta.
Pero es preciso ahondar —en forma urgente— en la compresión del hecho claro de la homosexualidad. ¿Se trata de conducta adquirida o inherente? La hipótesis de condición sobreviniente [prima hermana de la teoría del entorno cultural como determinante del sexo sentido], de estirpe freudiana, está sepultada hace décadas, así la ministra Parody —quien definitivamente es funcionaria de magras lecturas y de muy panda profundidad— imagine la cultura, con su cohorte de asesores, como matriz de los sexos.
Se creyó hasta hace algunos años en el gene homosexual, hipótesis desechada en la actualidad. Todo apunta a la teoría epigenética de la homosexualidad, sobre la cual he escrito en mi columna de El Nuevo Siglo, no leída —obviamente— por Gina Parody, quien tampoco lee ninguna otra cosa. La epigenética en este campo estudia los cambios en la expresión de los genes o fenotipo celular causado por mecanismos distintos a las secuencias subyacentes de DNA y su rol en el desarrollo de la orientación homosexual. La epigenética examina el conjunto de reacciones químicas que activan o desactivan partes del genoma durante el ciclo de vida del organismo.
En lugar de impactar la secuencia de DNA, factores no genéticos llevan a que estos genes se expresen en forma diferente. El DNA en el cuerpo humano se agrupa en torno de histonas, que son proteínas que atraen y ordenan unidades de DNA en subunidades estructurales. DNA e histonas llevan etiquetas químicas, por llamarlas de alguna forma, conocidas como epigenomas, que modelan la estructura física del genoma. Con una característica especial que es envolver genes inactivos dentro de la secuencia de DNA haciendo que se vuelvan ilegibles y pierdan su carácter expresivo. Entre más envuelto se encuentre el gene, menos le será posible proyectarse en el organismo.
Estos rótulos o etiquetas epigenéticas reaccionan a los estímulos del mundo exterior. Y se ajustan a entornos cambiantes. Grupos de investigadores han examinado los efectos de las epimarcas en fetos XX y fetos XY [determinación de sexo masculino o femenino]. La conclusión es que epimarcas más fuertes que el promedio, en el caso de epigenomas que están más fuertemente envueltos en torno de la secuencia DNA, invierten la preferencia sexual en individuos sin que se alteren genitales o identidad sexual. De esta forma la investigación brinda soporte a la hipótesis de que la homosexualidad se originaría en una subexpresión de ciertos genes de DNA conectados con la preferencia sexual.
Esta investigación ha sido multidisciplinaria. Entre sus promotores se encuentran los profesores A. J. Ruthenburg, D. Allis y J. Wysocka de la Universidad de Stanford; W.R. Rice, de la Universidad de California [Santa Barbara], U. Friberg, de la Universidad Linköping [Suecia] y S. Gavrilets, de la Universidad de Tennessee. En 2007 aparecieron los primeros resultados y desde entonces en publicaciones del prestigio de The Scientist y National Geographic se ha buscado explicar en términos simples los hallazgos. El hecho ha merecido editoriales de The New York Times y The Boston Globe. En Colombia nadie parece haberse enterado del hecho.
El papa Francisco ha dicho que no es él nadie para juzgar el fenómeno, en frase que invoca el misterio científico que rodea la homosexualidad. Estudios transversales de comunidad a comunidad y de país a país confirman el porcentaje de 10 por ciento que parece existir. El expresidente Alfonso López Michelsen en columna suya comparó el hecho, hace cerca de 15 años, al del fenotipo minoritario de los zurdos. No existiría el sistema financiero global si se hiciera caso al aserto bíblico de que cobrar interés es pecado. A las lecturas exegéticas quizá corresponda mejor una centrada en la ley principal de los mandamientos recogidos por Moisés en el Éxodo, cuya espina dorsal es el amor y comprensión humanos.
Andrew Sullivan, escritor británico-norteamericano, columnista de The New York Times Magazine, católico, conservador y homosexual, doctor de Harvard, en un libro antológico, Virtually Normal [Picador, 1995] donde explica la política del fenómeno, hace una afirmación que debería ser hoy tenida en cuenta en Colombia: quizás Dios creó la homosexualidad con el propósito de relievar la belleza sublime de la heterosexualidad con la posibilidad de reproducción que apareja. Pero también para que desde esta heterosexualidad se llegue finalmente a aceptar la diferencia y diversidad que el creador plasmó en su obra.
Hay una normalidad, que no quepa duda. Que es la heterosexual. Ella y solo ella. Pero a su lado marchan otras opciones, no menos valiosas éticamente —de raíz genética como parecen ser, después de todo— que exigen cabida en la sociedad. Posiblemente haya un elemento finalista en la historia, en el cual personalmente creo.
Muchas circunstancias y hechos, cuya presencia nos es advertida desde hace miles de años, apenas empiezan a encontrar su lugar en la cadena histórica. Otros quizás nunca lo hagan, con márgenes de sufrimiento humano resultantes que irán quedando en los pasivos del decurso de nuestra civilización.
El espectáculo que da Colombia al mundo es triste y deplorable: una ministra engarzada en conjeturas folletinescas de sabor freudiano sobre los sexos [nunca podrían ser bautizadas teorías], actuando con más de 100 años de retraso. Enhiesta y arrogante apostada en su cargo, dando la espalda a un país de mayoría cristiana que con todo derecho sale a reclamar el derecho a la educación que tienen los padres y el origen natural de los sexos.
Ella misma —la engolada ministra Parody—
es quien pone en reversa veloz la dinámica de conquistas
de la minoría a la cual pertenece
Mientras tanto ella misma —la engolada ministra Parody— es quien pone en reversa veloz la dinámica de conquistas de la minoría a la cual pertenece. Que —repitamos— ha sido necesariamente metódica, inteligentemente escalonada, en los países donde ha avanzado. A la literatura barata e infamante de sus cartillas se le puede preguntar: ¿Dónde está, señora ministra, la exposición científica sobre la diversidad y existencia de las minorías? ¿Dónde la evidencia de que la participación legítima de padres en la educación de sus hijos es nociva? ¿Dónde el factor religioso —que nos gravita a la gran mayoría de colombianos— dentro del gran esquema de la educación nacional?
Mal inmenso le está haciendo esta funcionaria a todo el país: heterosexuales, homosexuales, católicos, cristianos independientes, gobierno al cual pertenece, plebiscito, oposición. Bueno será que empiece a entenderlo antes de que las manifestaciones pongan a temblar en sus armazones más abismales a su gobierno. El daño que ha hecho ya es suficiente.