"Solo porque puedas votar, y ellos no te disparen, no deberías pensar que vives en democracia" —Noam Chomsky.
El pasado 27 de octubre se le movió la estantería al gobierno nacional. En las principales capitales del país, como Bogotá, Cali, Medellín, Bucaramanga, Santa Marta, Cartagena, Cúcuta, Manizales, Popayán, Florencia, Buenaventura, y Palmira, entre otros, en departamentos como Magdalena, Antioquia, Huila y Boyacá, ganaron propuestas independientes o de oposición, en lugares que se han considerado fortines de la extrema derecha. El pueblo descontento con un gobierno que ha pasado sin pena ni gloria, que hasta ya no conserva unas relaciones adecuadas con el Congreso de la República ni con las altas cortes, al punto que con la cartera de Defensa no se pudo, valga la redundancia, defender lo indefendible, frente a una propuesta de moción de censura que se fue al lastre con la renuncia de Botero, pero vislumbra una crisis de gobernabilidad que, en palacio, donde todo va despacio, parece que no la quieren aceptar. Si se mira con calma, tal cual la abstención del rechazo al bloqueo contra Cuba en la ONU, las propuestas de reformas retardatarias en política social y derechos económicos y políticos, de eliminar algunas de las cortes, la campaña terca contra el gobierno de Venezuela que no mira la viga en su propio ojo y ahora los comunicados del partido de gobierno, de un envejecido senador que ya hasta acepta su derrota, ratificados por alocución presidencial, contra la movilización del 21 de noviembre, nos muestran que, quienes gobiernan, bajo los reflectores o en la sombra, ven la política un siglo atrás.
En la ruta al contrario de la conquista, desde Chile, la Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Brasil, Haití, hasta Barcelona, entre otros lugares, las ciudadanías libres se pronuncian, con su voto, o a través de la movilización social y política, exigiendo o reivindicando la posibilidad de reformas consecuentes con la vida digna, con el bienestar, con la profundización de la democracia. La gente pide a los gobiernos de turno que los miren, que los escuchen, que piensen en ellos, que se les va la vida entre las centrales de riesgo, los precarios empleos, el maltrato y la exclusión, la falta de oportunidades, mientras quienes ingresan a la cofradía del poder, gozarían de privilegios vitalicios, a costa de la corrupción, y demás identidades indolentes de la economía subterránea.
Emerge una nueva ciudadanía y sus ojeras no los han dejado darse cuenta. Un gobierno necesita, con sus políticas públicas, sus inversiones, y sus acciones, construir una mayoría social y política, que, en distintos escenarios, tanto lo apoye como también lo controle. El pueblo demanda que se gobierne para la gente, no para unos pocos intereses. Cuando por los canales ordinarios, no se acepta el diálogo ni mucho menos se logran acuerdos para que se cumpla lo que se promete, en virtud del voto programático y del consecuente mandato ciudadano, la ciudadanía acude a otras vías, desde la institucionalidad, como las de la movilización social, como la de las acciones judiciales, y ante todo, con el castigo del voto. Entiéndanlo, esto no está mal: es un indicador de participación ciudadana, de descontento, no de conflictividad. Además, si se mira como una ola latinoamericana, ojo, que como toda ola, cuando rompe en tierra firme, se diluye, si no se transforma en un gran movimiento social y político, con propósitos comunes que generen esperanza.
Los acumulados políticos de las elecciones del Congreso de la República, en que nació el esquema gobierno-oposición, de las presidenciales, de la consulta anticorrupción, de las elecciones de mitaca, es clave que se pongan a disposición de exigir, en una amplia convergencia, que en Colombia se escuche la voz del pueblo y no la de los gorilas. En un país en que sólo una cuarta parte de la gente aprueba la gestión del presidente, mayorías que piensan que la gobernanza frente a la economía, el costo de vida, la lucha contra la corrupción, la seguridad y el empleo, son políticas fallidas, que, por demás, rechazaron en las urnas en las pasadas elecciones regionales, existe una oportunidad y responsabilidad histórica de avanzar en aunar esfuerzos y unirse en torno a que esto cambie. La movilización social es la vía, sin embargo, es necesario que cuente con una conducción política, un mensaje catalizador, y una mínima organización, frente a la que los nuevos liderazgos regionales deberán asumir este compromiso.
La legitimidad que le dieron las contundentes victorias electorales en sus regiones y ciudades a los nuevos líderes regionales y locales, ojalá les dé la fuerza para participar e incidir de este gran movimiento amplio, pluralista, ciudadano que deviene y que podría llegar a consolidarse con el acceso al poder nacional de un gobierno alternativo, de concertación, en las próximas elecciones presidenciales. Es clave que este movimiento posibilite el inicio de un diálogo social entre la institucionalidad pública y la ciudadanía sobre el modelo económico que nos agobia, el gobierno para la gente, la lucha contra la corrupción, la ampliación de la democracia, el desarrollo humano sostenible, la continuación de la esperanza de paz, la activación de la mesa de negociación con el ELN y el cumplimiento de la implementación del acuerdo final de paz. Remember, al final de cuentas, el pueblo es quien decide. ¿Llegará por fin la primavera colombiana?