Hay momentos en la historia en que una nación o pueblo cambian para siempre sin que sus élites se den cuenta. Así les ocurrió a Luis XVI y a Nicolás II frente a los sucesos que antecedieron a la Revolución Francesa y la Rusa en febrero y octubre de 1917. Los hechos se suceden uno tras otro y, si no se hace una lectura aguda, se llega a considerar que todo transcurre dentro de la “normalidad”.
En ese sentido (y guardando las proporciones), en Colombia están sucediendo cosas que a simple vista podrían parecer normales dentro de lo que conocemos como democracia. Pero no es así, y de allí que muchos se angustien.
El primer hecho, no de poca monta, es el acuerdo y la implementación de la Paz entre el gobierno y las FARC. No voy a detenerme en esto, pero cada vez se hará más claro que el país ya no volverá a ser el mismo. El que los medios olviden o manden a los últimos minutos noticias tan trascendentales no restan importancia a lo que sucede. Igual, en la historia de la humanidad, muy pocos hechos fundamentales han sido transmitidos por radio y, aún menos, televisión.
Otros acontecimientos se agrupan en las expresiones populares que vienen creciendo día a día y que van desde el rechazo a la minería en ciertas zonas del país, como ocurrió en marzo pasado en la consulta a los habitantes de Cajamarca, Tolima, en la cual los ciudadanos rechazaron abrumadoramente que se abriera una mina de oro en su municipio a costa del agua, hasta las protestas de chocoanos, bonavarenses, taxistas, campesinos y un largo etcétera. Anótese que hace unos años se hubiera dicho que dichas protestas se producían por la infiltración de grupos armados y no por decisión de los ciudadanos organizados. Hoy sabemos que es el pueblo el que exige que se garanticen sus derechos y con la contundencia de su rebeldía confirman que ellos no son intermediarios de nadie.
Otro evento significativo es el paro de docentes que inició el pasado 11 de mayo. La actual ministra de Educación, Yaneth Giha Tovar, y su jefe no entienden que lo que está en juego es la concepción que tenemos de educación. El asunto no se reduce a la plata, si bien se necesita.
Si en verdad se desea que en el 2025 Colombia sea la más educada, ¿por qué tanta mezquindad con el presupuesto para la educación? ¿Cómo que no hay plata?, ¿y lo que se dejó de gastar en la guerra?, ¿y lo que se recauda de la reforma tributaria impuesta en diciembre del año pasado? Ya no tienen argumentos para negar a los ciudadanos lo que les pertenece por derecho, no porque sea un regalo. La educación, Señora Ministra, no se puede concebir como un asunto de caridad, tal y como piensan algunos dirigentes y ciertos personajes de la farándula. Hay que reconocerla como un derecho que se debe garantizar en cualquier sociedad que se considere democrática y justa. Así que ¿por qué les cuesta aumentar las fuentes de financiación del 4 al a 7.5% del PIB y garantizar la salud de los maestros?, ¿quieren una excelente educación cuando los salarios de los docentes son los más bajos de Latinoamérica? Según el diario La República solo superamos a los mejicanos. Además, el docente colombiano gana mucho menos que cualquier otro profesional, por lo que no se hace atractivo para los jóvenes estudiar alguna carrera educativa.
No señor. Ya no hay justificación para negarle a la gente lo que es un derecho. El deber de todo ciudadano consiste en trabajar, aportar desde sus capacidades a la sociedad en la que vive. El Estado tiene la obligación de garantizarles sus derechos: educación, salud, recreación, vivienda, vida digna. Aun cuando haya crisis económica, prima el el bienestar general, no el de unos cuantos. Si un modelo económico no garantiza lo anterior, hay que inventar otro.
Así que lo que está en juego no son unos pesos demás o de menos, es la concepción del tipo de sociedad que queremos, de su educación, de los hombres y mujeres que convivirán en ella.
El paro de los docentes y el de otros sectores y poblaciones del país reflejan que Colombia se mueve. Quien no lo quiera ver, podría estrellarse, aunque habrá quien quiera impedirlo. Tengo la confianza en que ya no sea posible.