Paro del Magisterio colombiano: ser y no ser maestro para vivirlo y contarlo

Paro del Magisterio colombiano: ser y no ser maestro para vivirlo y contarlo

"Desde ya hace 10 años de mi labor docente he vivido en carne propia, en Ciudad Bolívar, las peripecias de ser un maestro en Colombia"

Por: ROGERIO AREVALO MEJIA
junio 16, 2017
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Paro del Magisterio colombiano: ser y no ser maestro para vivirlo y contarlo

“El conocimiento es, pues, un sistema de transformaciones que se vuelven progresivamente adecuadas” —Jean Piaget.

En las últimas semanas en las plazas principales, parques, calles y carreteras de todos los rincones del país nos hemos venido reuniendo un puñado de maestros que nos unificamos llevados por el eco de una sola voz, un solo llamado y con un único objetivo: la firme defensa de la educación pública como derecho fundamental. Ciudadanos que encuentra uno en los servicios de transporte público y se les escucha en sus tertulias desdibujadas y carentes de argumentos decir: “…esos vagos que ganan bien, no trabajan y piden más; solo armando trancones…”; lo interiorizo, lo mastico, observo hacia la parte externa de la ventana fijándome en las aceras que pasan, y pienso en que esto no fue para mí. Yo vociferaría lo mismo unos años atrás antes de decidirme a vivir en carne propia y construir paso a paso la firme vocación de ser maestro sin serlo.

Empecemos por decir que para ser un maestro integral se necesita en primera instancia un título profesional o pregrado, que debe enfatizar en un área del conocimiento específica y que se logra a través de una licenciatura en donde se adquieren todos los conocimientos necesarios para ser aplicados desde la pedagogía. Lo anterior además de tener una profunda vocación, capacidad intelectual, visión y mucha dedicación para mejorar cada día desde su propia experiencia y de la puesta en práctica de los conocimientos adquiridos. Yo como comunicador social llegué por accidente a esta noble profesión sin tener las bases pedagógicas, en un inicio tal vez como escampadero, como lo hicieron muchos de mis compañeros alejados de la “rosca” en los medios de comunicación y  la baja demanda y oferta laboral para ésta profesión. Yo llegué y me quedé. Me quedé por vocación; por amor profundo y sincero a esta noble causa que me acogió sin condición alguna. Continué y me preparé por la misma necesidad y responsabilidad de hacerlo cada vez mejor y por la gran exigencia que demandaba ésta hermosa labor de la que me enamoré.

El sueldo de arranque de cualquier profesional es muy superior al de un maestro; aquí es donde esta lo erróneo de la postura, de algunas personas, cuando afirman  que un licenciado no se puede nivelar con el salario que devenga un profesional, cuando los dos títulos son iguales, solo con la diferencia de que el primero se prepara para la enseñanza de un área específica desde la pedagogía para poder trasmitir conocimientos en el aula, como lo había anotado anteriormente. Es así como desde ya hace 10 años de mi labor docente he vivido en carne propia, en Ciudad Bolívar, las peripecias de ser un maestro en Colombia. Colegios a punto de colapsar donde se comparten baños no adecuados; en donde no se cuenta con un solo computador y se exige calidad y empleo de las TIC en educación; donde los almuerzos o comida caliente, que es la única que consumen en el día muchos de nuestros estudiantes, es deficiente cuando la hay y cuando no es reemplazada por un pedazo de queso y agua en el mejor de los casos. Contextos externos a los colegios en donde se lucha, y se es vulnerable, día a día contra el microtráfico, la delincuencia, la inseguridad latente y los actores del conflicto armado, o se reciben y se encierran en un aula, todas las secuelas y falencias de las familias disfuncionales del territorio y como plato fuerte se nos mide en las mismas condiciones de cualquier institución sin importar estratos o ubicación territorial, para inflar así las falsas cifras de “la excelencia educativa”. Todo lo anterior concluye en una sola reflexión: si esto pasa en Bogotá, capital de la república de Colombia, en donde se centraliza la mayor parte de entidades del Estado, que será de las demás zonas donde no hay presencia sino de actores armados que se disputan el territorio e impera la ley del silencio y se sienten aún más los coletazos de la corrupción estatal.

Los medios de comunicación en el actual conflicto laboral que vive el magisterio colombiano y el gobierno de turno, no han jugado el mejor papel puesto que lo han  invisibilizado de alguna manera, aduciendo  a que este paro es únicamente por mejorar el salario de los maestros; falacia total cuando se ha demostrado con creces las grandes dificultades por las que viene atravesando, no solo en la actualidad sino desde varios años atrás, la educación pública en Colombia y más aún en la actual coyuntura. La razón de ser de este paro es por la dignificación de la profesión docente, por la defensa de la educación pública, por el presupuesto para su sostenimiento real en el tiempo, para garantizar nuestros derechos y los de los estudiantes. Aquí los titulares de los medios no se deben limitar a que 8 millones y medio de niños están sin clases sino se le debe dar pantalla a lo profundo de este conflicto laboral y un manejo serio, imparcial y objetivo.

Finalmente, no se puede dejar de contar la represión de las directivas docentes de algunas instituciones educativas que amenazan a los maestros por acudir a ejercer el derecho a la organización estipulado en el artículo 39 de nuestra Constitución Política, a sabiendas de que todos los puntos del pliego de peticiones que se logren concertar en este paro en bien de la educación pública, también redundarán en prebendas para ellos y para los colegios que lideran. Destaco de este paro la unidad colectiva con un fin común; unidad y compañerismo que no se da ni se percibe en el interior de los colegios, aunque suene paradójico, pero este paro ha logrado eso, llenarnos de camaradería, lograr una conciencia colectiva en el marco de un momento histórico para la educación pública colombiana. Somos actores sociales antes que maestros; vendrán más paros, más atropellos del Esmad en nuestra justa lucha, más tragos de gas lacrimógeno por boca y nariz y pañuelos de vinagre para contrarrestarlo, más bombas aturdidoras para intimidarnos, más represiones estatales y desinformaciones de los medios, más dificultades con mis estudiantes y en mi lugar de trabajo, pero nunca me arrepentiré de ahora si ser íntegramente maestro para vivirlo y contarlo.

 

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