El mundo está cambiando. No lo podemos negar. Y creo que nos vamos a tener que ir inventando insultos diferentes al célebre “Pareces una niña”.
Desde hace mucho tiempo, con esta frase se busca ofender a los niños, hombres y a las mujeres mayores. Ese insulto busca significar que quien lo recibe, es un ser débil, ridículo, sin fuerza, sin gracia, sin agilidad, sin estilo. Cómo ha llegado a significar eso ser niña parece una historia larga e intrincada, pues mirar a las niñas nos dice cosas muy distintas.
En un ejercicio de planeación participativa que se estaba haciendo en Cali hace años, una de las profesionales decidió hacer un grupo con niñas y niños de primera infancia (menores de 7 años) y les hizo las mismas preguntas que a las personas adultas que llevan años ejerciendo liderazgos sociales y comunitarios. Las niñas tomaron la vocería durante casi todo el ejercicio y la sorpresa fue mayúscula, pues su diagnóstico de la comuna coincidía, e incluso era más exhaustivo que el de la gente mayor. En cuanto a los problemas del barrio, anotaron el problema de las vías, que les hacía voltear los triciclos y patines con facilidad, la falta de alumbrado que les impedía salir de noche, la mala calidad de aire, pues los olores y el humo les provocaban tos, los espacios públicos ocupados por galladas de jóvenes consumiendo marihuana, mejor dicho: los ejes priorizados por el Comité de Planificación, pero mejor sustentados.
En una reciente campaña titulada “Hacer las cosas como una niña” se pregunta a mujeres, niños y jóvenes cómo corren, luchan o lanzan pelotas las niñas, obteniendo representaciones ridículas. Por el contrario, cuando se pregunta a las niñas pequeñas qué significa hacer las cosas como una niña responden “hacerlas lo mejor que se pueda”. Sin embargo, llega un momento en la vida en el que entiendes que el mundo te demerita, te desprecia y te da pena “hacer las cosas como una niña”.
Creo que el premio Nobel de Paz otorgado (esta vez justamente) a MalalaYousafzai, también hará pensar más de una vez en lo que significa “hacer las cosas como una niña”. Su historia la ubica como una luchadora valiente e incansable, buscando que no haya ninguna niña o niño que no pueda ejercer el derecho a la educación de calidad. Su discurso tiene tres puntos que desde mi punto de vista, lo ubican dentro de las corrientes más revolucionarias del planeta:
- No esperar a que alguien más luche por mí: no le otorga a nadie la lucha por sus derechos. No le endosa a nadie su voz ni sus reivindicaciones. A pesar de que el enemigo sea el fundamentalismo religioso y político, Malala reivindica el poder de los sin poder: los niños y sobre todo las niñas, que ocupan el escalón más bajo en la jerarquía del pensamiento talibán.
- Si los fundamentalismos se oponen a educar a las mujeres, significa que allí hay un gran poder al que temen. En realidad, las mujeres educadas logran más cambios en una sola generación que muchas otras medidas macroeconómicas. Al respecto hay numerosos estudios que relacionan el mayor acceso de las niñas a la educación con disminución de las tasas de embarazos tempranos y con la disminución de la pobreza en la siguiente generación.
- El gran poder que despliega Malala es la Noviolencia: defender el derecho a no utilizar la violencia, a no volverse fundamentalista, a enfrentar con palabras y argumentos al violento régimen. Deslegitimar el uso desmesurado de la fuerza mostrándose como lo que es: una niña desarmada, que no odia a los talibanes, sino que quisiera ver a sus hijos e hijas disfrutando también de la educación de calidad que ella misma sabe que merecen todos los niños y niñas del mundo.
Hay por estos días abundantes videos con las intervenciones de Malala ante Naciones Unidas, aceptando el Nobel, etc. Sin embargo, mi preferida sigue siendo esta entrevista con Jon Stewart.
De manera que la próxima vez que diga o le digan “Pareces una niña” piense en que está usted siendo una persona extraordinaria, que está construyendo su propia voz y su propia manera de defender su felicidad y sus derechos, que está haciendo lo mejor que puede por la vida y que incluso los fundamentalistas religiosos, políticos o de mercado, tiemblan ante su poder. Felicítese y facilite que las niñas proyecten su voz y su potencial enorme sobre este planeta. ¡Gracias Malala!