Parece inminente que no solo tenemos pendiente la ‘bomba’ pensional sino varias otras. Y lo preocupante es que, al igual que en ese caso, nos limitamos a esperar sin actuar sino hasta el momento en que revienta en una crisis… y entonces improvisamos.
Es lo que parece estar pasando por ejemplo con el sistema energético y lo que puede pasar con Hidroituango. Desde el momento del problema se supo que eso implicaría un retraso de por lo menos dos años en lo que se había previsto para su funcionamiento; y entonces, como ahora, parecía y parece posible incluso que no se pueda reparar el daño y poner a funcionar el proyecto. Sin embargo, solo ahora, cuando parece imponerse la realidad de que de todas maneras tendremos faltantes en el año 2021, aparece, como algo improvisado ante la inminencia de esa crisis, el proyecto de estimular y propiciar la construcción de plantas que puedan remplazar la no entrada en funcionamiento de esa hidroeléctrica.
Algo similar sucede con el tema de los inmigrantes de Venezuela. No solo la naturaleza de esa oleada migratoria sino su dimensión era previsible desde el momento en que el tema político se tornó en tema humanitario. El crecimiento vertiginoso de quienes pasaban la frontera preavisaba la avalancha que debía venir. Sin embargo, nada se hizo hasta que no se llegó la crisis y su existencia no pudo seguir siendo menospreciada. Los gobernantes regionales -gobernadores y alcaldes, Concejos y Asambleas- intentaban ayudar o manejar lo que les caía sin ninguna política estatal ni dirección o siquiera orientación alguna del gobierno central. Hoy, con más de un millón y medio de nuevos desempleados, todavía no se oye ninguna acción o estudio del gobierno sobre lo que puede afectar esta situación; todavía en los registros del Dane y de Inmigración parece incluirse gran parte de quienes entran por esas fronteras como ‘turistas’, distorsionando no solo el problema que esto representa sino sobredimensionando el auto del turismo.
Se volvió realidad lo repetido
de que solo mediante paros o acciones perturbadoras
logran los ciudadanos ser atendidos
Y una suerte algo similar corrió la temática de la educación. Solo se entendió y buscó atender lo que era una situación evidente y de repetidos reclamos cuando los paros de los estudiantes le dieron la dimensión de una crisis. Y entonces se improvisa comprometiendo los recursos de los departamentos, como si eso fuera una posible solución. Como era de esperar, eso recorta los presupuestos disponibles para los entes territoriales y, al no ofrecer contraprestación o compensación alguna, obliga a que quienes suponen ser la respuesta al problema existente, se vuelven parte del problema, y, hasta cierto punto, los menos interesados y comprometidos con poner en vigencia la solución propuesta.
Por supuesto algo parecido se puede decir de la ‘Ley de Financiamiento’; y peor con las conversaciones que se llevaban con el ELN donde a pesar de que desde el inicio del gobierno se planteó la posibilidad -o el objetivo- de acabarlas cuando esto sucede se improvisa sobre la coyuntura una reacción que, desconociendo los compromisos adquiridos ante la comunidad internacional y bajo el increíble principio de que lo que no es firmado por el gobierno en ejercicio no lo obliga, acaba con la credibilidad (y con mucho del respaldo) internacional y se distancia de quienes internamente defienden tanto a opción de paz como la necesidad de que las obligaciones que el Estado adquiera se cumplan.
Se volvió un sistema de gobierno – y no solo de este último- abstenerse de enfrentar los problemas hasta tanto estos no obliguen a que se les preste atención. Y obvio, las decisiones que se toman en condiciones de crisis no pueden ser sino improvisadas.
Por eso se volvió realidad lo repetido de que solo mediante paros o acciones perturbadoras logran los ciudadanos ser atendidos.
Lo grave es que ni la organización ni el manejo de un país puede basarse en la capacidad de improvisar de sus gobernantes.