Creo que la vi por una página pirata de Internet. Creo que estaba acompañado, o solo, da igual, creo que estaba acompañado. El caso es que apenas la pantalla se puso en negro después de haber visto la cinta sentí un pequeño nudo en la garganta ¿ganas de llorar? no, ganas de llorar no eran, mejor, un frío sentimiento de compasión. Por otra parte, apenas siento compasión por algo o por alguien, de inmediato trato de cortar de un navajazo dicho atributo. La compasión es ruin y el que es compadecido no es tratado con el respeto que se merece, es tratado, a lo sumo, como un simple objeto de compasión. Digo, la película no es mala del todo; respecto a sus atributos técnicos es pulcra, aunque ¿qué película que llama en la actualidad la atención de los espectadores no lo es? Hollywood puede fallar en el guion, puede permitirse falencias en el montaje, pero cuando se trata de edición, del problema de las luces, de la imagen, todo es tan perfecto como los anuncios publicitarios que Coca-Cola nos otorga en los diciembres.
¿El montaje? La película empieza con un vigoroso tono realista, con el glamour actual de poner en un primer plano un celular y una conversación bastante aterradora, más bien pueril, de dos jóvenes con un terrible dilema filosófico ¿Qué hacemos sin internet? Desde el inicio ya se sabe lo que es el final. Y el final ¿un error de montaje? No creo. Creo más bien, que, arrebatados por el infatigable afán de sorprender al espectador, cortan el tono realista del inicio y se pasan al thriller, cosa por lo demás común si se hace bien; todo thriller es en sí realista, una vuelta de tuerca, un acontecimiento inusitado en la predecible cotidianidad. Pero el tono realista, calmo, claro, diáfano ¿será un error de montaje o del guion? Pasa bruscamente, prescindiendo de los diálogos “eruditos” sobre los cuadros que pinta el pequeño de la estirpe adinerada, al frenesí del sótano, donde un hombre vive enterrado devorando las sobras de los ricos de arriba ¿no es esto panfletario? Ojo, no digo que una película panfletaria sea mala o de mal gusto, por el contrario, hay que ver el cine panfletario de los rusos: El acorazado Potemkin o El hombre de la cámara de Dziga Vértov, lo que me parece digno de dichas películas panfletarias es que ofrecieron las películas como lo que eran: panfletos comunistas. Los rusos no hablan con alegorías, rajan el pecho de una puñalada, salvo cuando Eisenstein habló alegóricamente de Stalin en la película de Iván el terrible.
En “Nathaniel Hawthorne” de Borges, el ciego habla sobre alegorías. Lo irónico es que ya ciego goza de más lucidez que cualquier vidente, y dice que Hawthorne debido a su fe religiosa construía alegorías, cosa que no es mala, si al final de la alegoría no se busca adoctrinar por medio de una frase didáctica de dudoso contenido moral. Hawthorne trunca bastantes cuentos porque sus creencias lo obligan a concluir con moralidades. Y no es acaso Parasite una alegoría. Acaso la parte superior de la casa no representa la abundancia y el sótano la turbiedad y la sombra, indicando que los pobres viven de las sobras de lo que los ricos en su frondosidad comen. Es de reír. Es de escupir al suelo por el manejo torpe de las emociones, de esa alegoría que hace de los ricos demonios y de los pobres, impolutas almas. De ese afán por contener las emociones (ya sea de un pobre o un rico) en un envase predeterminado: si son ricos actúan de tal manera, el bracito se mueve lento como lento es el hablar y como delicados son los modales. Si es pobre: goza de una inteligencia y una disponibilidad para el hurto, una malicia y una propensión a sobrevivir, además, de unos sentimientos más puros que el agua de la pira donde el santo papa se lava los colgantes testículos. En fin, nunca pensé que los actores se pudieran comportar como marionetas, eso lo dice Bresson: los actores no tienen alma ni voluntad.
No le creía a Bresson hasta que vi esta película. Al parecer el director, guiado por el afán de encasillar los sentimientos humanos, los obligó a actuar de tal manera que los espectadores supieran en qué momento entraban los sentimientos de una parte y de la otra. Absurdo que un cineasta no tenga la ética para saber que los sentimientos humanos no son regidos por la clase social; el ser humano es una construcción bastante compleja y los sentimientos no se activan según la clase social como un pálido bombillo al tocar un interruptor, los sentimientos son irracionales y aparecen como la mayoría de las cosas importantes: por obra del azar. Uno los sentimientos no los educa ni ser rico o pobre lo inclina a decidir de un único modo. El ser humano no es una caricatura…
El cine de izquierda, el gran cine de los italianos, de Bertolucci, cuyo Novecento fue una patada al cráneo, de Luchino Visconti, de Roberto Rosellini Roma, ciudad abierta que logró producirme un asco atroz por el método fascista de los hijos de Mussolini a los hijos del pueblo italiano; esas películas no son maniqueas como Parasite, son películas que muestran al ser humano en toda su complejidad, debatiéndose entre la delación, el miedo, la infamia, etc. El problema de Parasite es su caricaturesca definición del ser humano, amparada por un marxismo ramplón. El final de la película viene a confirmar el principio: la película es fantasiosa en la medida que trata los asuntos humanos como instintos preconcebidos. El final, el pobre final, es una suerte de reflexión moralista, cosa que no acepto en nada que pretenda ser una “obra de arte”. La película, aunque no sé qué es el buen gusto, es de un pretencioso mal gusto.