Parar la guerra a punta de bombardeos indiscriminados y permanentes, como ahora dice Santos que la parará, es dispararle a la paz con francotiradores.
Aunque a eso le han apuntado desde el principio, entre el camuflaje y las contradicciones fingidas, no es menos sorprendente que a estas alturas de una probable negociación venir a dispararle con precisión y dar en el blanco de la Mesa de La Habana, configure el desarrollo puntual del libreto diseñado.
Quien quiera sean los francotiradores: Pinzón, los militares, los señores de la guerra, y otros, es a Santos a quien hay que responsabilizar del fraude a los colombianos en el cual va a acabar la negociación de un conflicto, en el que cada vez son menos los colombianos a quienes les importa o toca.
Y con el cual han convivido más de medio siglo, o simplemente lo ignoran porque no los ha tocado ni afecta en sus intereses y si tal, habría que ver de qué forma, pues en siendo la guerra un negocio altamente lucrativo importa más como negocio que como el estado ideal de convivencia, trabajo, desarrollo, progreso, inclusión social y democracia efectiva, que implica un país en paz y enlistado en sus dinámicas y lógicas.
Las de la paz, por supuesto, porque las de la guerra son las que conocemos como causas eficientes del estado de precariedades que soportan, reproducen e institucionalizan el conflicto colombiano como modelo político y de gobierno, a la vez que consolida la guerra como el factor preponderante para mantener la confrontación entre colombianos.
Si así no fuere, abrirse al cese bilateral de fuegos y a una negociación sin bombardeos indiscriminados y permanentes, ya habría dado con las claves para convenir el fin de la confrontación armada y ensayar, de una vez por todas, el del conflicto que dé en una negociación que lleve a parar el ruido mortífero de los fusiles y las bombas y, consecuentemente, a probar con la paz y un modelo más inclusivo en lo político y social.
Cuanto deja entrever todo este episodio de la tregua unilateral del fuego cumplida por la Farc–EP, es que sí reduce y amortigua los efectos del tiroteo, siempre letales en vidas humanas, soldados, guerrilleros, indígenas y campesinos.
Ideal, si por el otro lado, el del Gobierno, operara la misma lógica y dinámica, pero como no es prioridad alcanzar ese estado ideal que contraviene el libreto establecido, cuanto hay que hacer es acelerar el proceso de desestabilización de la Mesa y llevar, con provocaciones permanentes como la de no cese al fuego bilateral y negociación a punta de tiros y bombas, a que se levante y acabe ahí todo el tropel de una paz negociada.
Porque eso de parar la guerra a punta de bombardeos, es dispararle a la paz. A mansalva y sobre seguro. Y para nada, una señal que pueda significar que el cese bilateral de fuegos está entre las opciones probables del Gobierno para apremiar las urgencias de un país en paz y en vías de reconciliación.
Y tan no es una señal inspiradora de confianza para la contraparte, las Farc-EP, que la normalización de las rondas de negociación programadas no responden ya a la dinámica concertada al inicio de las conversaciones, además de dejar muy en claro que para nada los “gestos” de tregua unilateral van a ser tenidos en cuenta como anticipo, reiteramos, de la necesaria y obligada tregua bilateral que impone el escalamiento del conflicto.
Impensable, para avanzar y concluir en acuerdos fructíferos, que cada vez que un delegado de las Farc se desplace de La Habana para el desminado convenido con los militares, ¡pum!, sea dado de baja, detonante ese de alto poder de desconfianza y de impacto para generar dudas, adentro y afuera, acerca de si en verdad hay voluntad efectiva de paz en una de las partes.
Así las cosas, llegará el momento en el que la Mesa dará en caerse solita por falta de patas; palabras más, palabras menos, delegado que salga, “cae” en un bombardeo.
Y, colorín colorado, el cuento de la paz de Colombia aplazado, otra vez, por cincuenta años más.
Poeta
@CristoGarciaTapia