El 24 de diciembre de 2009, fui a visitar a Etelvina Maldonado en Flor del Campo, en esa pequeña casa que recibió por ser damnificada del fuerte invierno de 2007.
Se quejaba del calor y de las incomodidades de la vivienda, pero con voz resignada y conforme, me dijo que por fin su sueño de tener una casa de materiales se le había cumplido, luego de habitar por años la casa de tablas de su hija Ester, en el barrio El Pozón, la misma que casi se lleva un arroyo.
Etelvina estaba más delgada, pesaba, según dijo, 46 kilos. Comentó que no estaba comiendo bien, que sentía un constante ardor en el estómago, que un suplemento que le había recomendado el médico del puesto de salud de El Pozón, costaba ochenta y seis mil pesos y le duraba cinco días y “No tengo fuerzas para eso”, frase con la que manifestaba la falta de dinero.
Esa mañana Etelvina me reclamó, una vez más, que no le había mostrado las fotos de su presentación en San Onofre, ocurrida en 2005. Le dije que se sentara en la mesa y dispuse el equipo para mostrarle todas las fotos que tenía de ella. Recordaba cada detalle de sus presentaciones en San Onofre, en el Festival de Gaitas del Socorro, en la Torre del Reloj al lado de Petrona Martínez y Totó. Recordamos las presentaciones al lado de las cantadoras Benigna Solís y Martina Camargo, en el teatro Adolfo Mejía, entre otras.
Volvimos a hablar sobre su vida y su pasión por el bullerengue, fragmentos de aquella conversación están aquí, para volver a escuchar su voz llena de brillo y ternura:
Foto: David Lara Ramos
¿Qué siente Etelvina Maldonado cuando escucha un bullerengue?
Te digo que me pasa una corriente por todo el cuerpo, y yo digo que ésa es la corriente del amor que siento por el bullerengue, y como es el que me gusta a mí, yo vivo enamorada de él. A mí también me gusta la chalupa, pero no sé, vivo es enamorada del bullerengue. Uno lo transmite y siente que se lo está transmitiendo a otra persona, es que el bullerengue es un ritmo y un baile enamorador, usted va bailando con su pareja, no tiene necesidad de tocarla, porque ella le va coqueteando, y usted también coquetea a su pareja y siente usted la electricidad que le corre por el cuerpo, para eso se necesita un tamborero que sepa transmitir con sus manos esa fuerza del bullerengue. El bullerengue es voz, tambor, eso enamora del bullerengue.
Por eso es importante la estrecha relación entre tamborero y cantadora, no solo en la habilidad sino también en la transmisión de esa fuerza que comentas ahora.
Claro, por eso yo cuando voy a la práctica tengo cositas de la que no me acuerdo mucho, son letras, y le digo al Docto (Víctor Medrano, su tamborero), vamos a practicar esto, porque esas letras van apareciendo, y ahí lo practicamos, y salen nuevas cosas, pero es por la fuerza del tambor. Stanley Montero tiene bastantes letras mías guardadas, tiene la letra del pescaito, y Miguel Salgado, por ejemplo tiene Mi casita… que te la voy a cantar. Mi casita, mi casita, / mi casita voy a parar/ o leleleiiii yojeaa... voy pa’ al monte a contar mi vara/ porque el viento me tumbo mi casita en la madrugá/ mi casita, mi casita, mi casita voy a parar/ que el director de esa pieza /que hace falta en mi casita, / ya la tiene Miguel Salgado y el solito me la ha parado/ Mi casita, mi casita, mi casita voy a parar.
¿Y cómo dice la canción del pescaito?
Ahora no me acuerdo bien la música… pero más o menos dice así: Corriendo corriendo va, corriendo va mi pescaito,/ va corriendo por el río, va corriendo él solito/ va corriendo por el río, va corriendo él solito/ si no lo cojo con la mano, yo lo cojo con el cordel/ Ay mi pescaito, mi pescaito, mi pescaito voy a coger/mi pescaito es una anchova que se ríe en la madrugá/ juega con el agua fresca/ también con el agua salá/
¿A qué edad escuchó Etelvina Maldonado su primer bullerengue?
El primero primerito fue ese que grabaron en champeta, que no me recuerdo el nombre, porque eso lo cantaban esas mujeres allá en Santa Ana, mi pueblo, y hacían una rueda que en ese entonces le llamaban fandango, no bulleregue, pero eso era pura piquería, es decir, usted me tiraba un verso, y yo le respondía…y el otro tiraba otro, y así… esa era la forma en que se hacía el bullerengue… o fandango, como lo llamaban en Santa Ana… y el otro es Macaco mata el toro… yo casi no lo canto, porque yo me o aprendí de otra manera, que lo cantaba mi papá de esta manera: Macaco mata tu toro/ mata tu toro Macaco/ Macaco mata tu toro que te viene a envestí, Macaco… aeee aea Macaco mata el toro,/ Macaco mata tu toro y vente para donde mí/ aeeaa Macaco mata el toro,/ ay dale vuelta a la islita y vente para acá… la islita (dice) era una isla que había por ahí cerca, (canta) aeeeaa Macaco mata el toro, Macaco, mata el toro/ oye Macaco, oye Macaco mata a tu toro,/ mata a tu toro, dale la vuelta, allá la islita, vente pa’ ca,/ pa’ donde mí… Macaco, mata el toro… así fue como me lo aprendí con mis viejos, ese tema lo canté con el grupo de Miguel Salgado, en un cd que hizo el Fondo Mixto, yo metí dos letras allí, metí a Macaco y a Juanita la remendona, cuando iba al Festival de Gaitas del Socorro, eran las que más me pedían. Le gustaban mucho a Ariel Ramos, que es el director de ese festival.
¿Quiénes te cantaban esos bullerengues, esos que tú escuchaste por primera vez?
Recuerdo que conocí a mi tío que se llamaba Andrés Cardales, y dos señoras que se llamaban Chana González, y Cristina Julio. Eran tres personas que cuando se cogían a cantar, bueno, eso era piquería corrida, se ponían a hacer versos, y le salían unos versos bien buenos… no cantaban como canto yo ahora que soy sola y hay unos coros, allí todos cantaban y hacían coros, y era muy bonito. El tío mío, Andrés Cardales, cuando se sofocaba (emocionaba) demasiado, le quitaba el cuero al tambor y cogía un pañuelo blanco con unas letras negras y decía mujeres canten que les voy a tocar tambor, y le tocaba el tambor con el pañuelo blanco con letras negras, decían que él era el hechicero de Santa Ana, y decían: “Va a coger el tambor el hechicero, así qué abran el ojo, y enseguida la gente se ponía atenta, a escucharlo.
¿Todo eso pasó en Santa Ana, Bolívar, la tierra donde naciste?
Exacto, eso fue en Santa Ana, luego me vine para Cartagena cuando tenía como trece o catorce años, aquí en Cartagena me encontré con el padre de mis hijos, el señor Manuel Chaverra, él andaba en una lancha que se llamaba La Nueva Yolanda, y viajaba de aquí para Quibdó, en el Chocó. Lo que pasó fue que él se enamoró de mí y yo de él y nos fuimos en el barco, yo sin saber ni pa’ dónde iba, ni cómo eran esas tierras, fíjate tú…
Te fuiste para el Chocó entonces. ¿Cómo pasó, siendo aún tan niña, cómo tomaste esa decisión de irte para Quibdó?
Ay, Davi, eso lo hace el enamoramiento, la alborotación (el deseo).
¿Y cuánto tiempo te quedaste en Quibdó?
Allá viví 11 años… escucha bien que te voy a contar: Lo que pasó fue que el papá de mis hijos perjudicó (embarazó) a una muchacha que se llamaba Yolanda, y en ese tiempo había mucha maldad en ese lugar, gente mala, brujería, hechicería… y la mamá de la muchacha se fue hasta la casa y le dijo que si no se casaba con la pelá (la muchacha), entonces se casaba con ella. Como yo le tenía miedo a todo ese asunto de la brujería, le dije: cásate con tu muchacha, que yo me regreso pa’ mi casa en Cartagena, pero eso a él lo disgustó, y se puso que no me quería dejar venir. Ya tenía 11 años de estar viviendo con Manuel Chaverra. Uno de los trabajos que él hacía era llevar plátano de Turbo a Quibdó, en una lancha que se llamaba la García Medina… él se había ido en uno de esos viajes y yo me puse a pensar: ya amenazaron a Manuel, de pronto vienen por mí, yo mejor me voy, y entonces mandé a llamar a una señora que se llamaba Valentina, como yo no sabía ni leer ni escribir, le dije, hágame una cartica y ponga allí un embuste bien grande, la carta decía: “Etelvina, vente que Estebana, tu hermana, está mal, si quieres encontrarla viva, vente enseguida”. Y le dije a la señora Valentina que le guardara esa carta a Manuel, y se la entregara cuando llegara, y yo me embarqué de regreso.
¿Rumbo a Cartagena?
Así es… pero espera, que el cuento no termina todavía… yo me embarqué en la Nueva Yolanda, que era un barco de los ricos de aquí de Cartagena, y resulta que cuando veníamos por Bellavista, sobre el río Atrato… todas las embarcaciones tenían que parar allí, porque ese era el último retén para salir al mar. Cuando el barco se detuvo, la García Medina, que era donde viajaba Manuel Chaverra, ya venía de regreso.
No sé cómo pasó, pero le dijeron a Manuel que yo venía con mis tres hijos en la Nueva Yolanda, y allá se fue y me encontró. Me dijo que yo no podía llevarme a los hijos, y yo le dije que eran mis hijos, que él se fuera con su pelá (muchacha), la que había embarazado, total que nos pusimos a discutir y como no llegamos a ningún acuerdo nos fuimos a la oficina del alcalde.
Le dije al alcalde que mis hijos estaban primero que mi cabeza, y los hijos no te los dejo, le dije a Manuel Chaverra. Manuelito, que era el hijo mayor, que ya podía hablar repetía: “Yo me voy con mami, yo me voy con mami”, y el alcalde dijo: “Los hijos es mejor que estén con la mamá, aquí no se puede hacer nada, la mamá es la que debe cuidarlos”. Entonces Manuel me hizo firmar un papel donde decía que si le pasaba algo a los hijos, él se iba en contra mía… Ese papel lo rompí hace como 10 años, y ahí están mis tres hijos: Manuel, Zenelia, y Miguel, me los traje, carajo… yo a mis hijos no los dejo en ninguna parte, el hombre hace, pero la mujer es la que recoge.
¿Cuántos hijos tuviste?
Tuve ocho hijos: Manuel, Zenelia, Miguel, Lucinda, Antonia, Bernardo, Chavela y Ester, que no la parí yo, pero la cogí de un mes, porque la mamá no tuvo reparo en dejármela, lo que yo no le puse fue el apellido, porque yo le dije a la mamá, déjele el apellido, yo lo que le voy a hacer es un favor. Ester vive en El Pozón, en el sector Nueva Cartagena. Al segundo marido mío le crié dos hijos, Ester y Francisco, que se metió a la sinvergüenzura y lo mataron allá en Necoclí.
¿Tú tuviste dos maridos?
Así es, Manuel y Humberto, pero eran de los buenos, eran de los efectivos.
¿Cómo así que eran de los efectivos?
Con el “bate firme” (buen desempeño sexual), mi hermano, como Rentería… no de hit, de puro home run…
¿Y qué quiere decir que eran de los buenos? ¿Qué es un buen marido?
Ser un buen marido es tratar bien a la compañera, la compañera también dejarse tratar, porque si la compañera no se deja trabar bien, entonces te mantienes con el genio malo, y eso no te deja ser feliz, entonces un buen marido es saberse comprender.
Tuviste tu primer hijo cuando tenías quince años, comenzaste temprano a tener familia.
Ay mi hermano pa’ terminar temprano, porque si comienzo tarde, termino tarde y entonces me pongo más vieja, pa’ salir de ese negocio (asunto), porque ése es un negocio que uno tiene que salir rápido. Por eso tuve mis hijos de año de por medio (risas, risas), luego vino Humberto, mi segundo Marido.
¿Y cómo conociste a Humberto?
Cuando me vine de Quibdó, me puse a trabajar aquí en Cartagena, en el barrio Manga, trabajé donde una señora Juanita Merlano Navarro, y donde un señor José Araújo Bedoya, en esas dos familias trabajé yo. Mi mamá me perdonó por haberme ido, tan jovencita como estaba, y me puso a trabajar en esas casas. Luego conocí a una señora que se llamaba Débora González, y me fui con ella para Arboletes, Antioquia, allá me encontré con Humberto, mi segundo marido, el padre de mis otros hijos. Ese era un tipo bueno, me acompañaba para donde yo fuera, era un poco celoso, tú sabes que uno es artista, la gente te llama, te abraza, te da besos, pero el entendió con el tiempo que todo eso pasaba porque uno tiene su público que lo quiere.
¿Y qué hacías en esa casa de Manga, adonde tu mamá te llevó a trabajar?
Lavar y planchar por días, ese fue mi trabajo de toda la vida. Después de cantar, lo que más he hecho en esta vida es lavar y planchar ropa ajena.
¿Y cuánto ganabas en ese entonces?
Me ganaba setecientos pesos cada día… que pueden ser ahora como siete mil.
¿Y cuándo dejaste de lavar y planchar?
Eso fue cuando me hicieron la operación de la vesícula, que fue en 2003, es decir hace apenas seis años, y fíjate tú, termine en El Pozón alquilando lavadoras, y eso era lo que me daba para bandearme (sobrevivir).
¿De Arboletes te fuiste para Necoclí, cómo fue ese viaje?
En Arboletes, además de los trabajos que hacía en casas de familia, yo también me conseguí un empleo en el aeropuerto, lavando y planchando a gente que trabajaba en Avianca. En ese entonces yo me la pasaba era cantando boleros mientras planchaba.
¿Qué boleros cantabas?
Uno de los boleros que yo más cantaba es éste, que fue el bolero con el que me enamoró el padre de mis hijos, dice así: “Sin saber que existías te deseaba/ y antes de conocerte te adiviné,/ y llegaste en el momento en que te esperaba/ no hubo sorpresa alguna cuando te hallé,/ el día que cruzaste por mi camino,/ tuve el presentimiento de algo fatal/ y esos ojos me dicen son mi destino,/ y esos brazos morenos, son mi lugar,/ y esos ojos me dicen son mi destino ayyyy,/ y esos brazos morenos son mi lugaaaar…/
¿Y entonces fue así como Humberto te comenzó a enamorar, con boleros?
La verdad fue que quien me enamoró fue el padre de Humberto, que se llamaba José Ángel Salgado, tengo que decirlo, ya los dos están muertos y no voy a mentir. El padre de mis hijos no tuvo palabras para enamorarme. Al señor le llamó la atención que yo me levantaba cantando y, ellos dos, padre e hijo, llegaron a la puerta de mi casa, en una finca que se llama La Escoba. El señor José Ángel, me llamó a la puerta, buenos días, buenos días, y usted me puede regalar agua, me preguntó. Y yo les dije: ¿Tan temprano agua? ¿Por qué mejor no esperan un tinto? Les brindé un tinto, por cortesía, y cuando se tomaron el tinto, el joven Humberto Salgado, me echó el ojo (ver con deseo).Y enseguida le dije: usted no es la ficha de dominó para mí, entonces me dijo: ya veremos… y se marcharon por donde vinieron.
¿Al comienzo te pusiste un poco difícil?
Así es, otro día, como a mí me gustaban mucho la fiesta, me fui a escuchar la música que estaban tocando en un café grande que había, y cuando estaba allá, llegó el joven Humberto con el papá. Me saludaron. Me dijo: qué le provoca, le dije que no tomaba trago, y él me preguntó: y una gaseosita, y le dije: bueno. Después me sacó a bailar, y me dijo: usted me gusta mucho, desde el primer día que la vi. Yo le dije: sus palabras no son dulces para mí, entonces me dice, por qué… Y así estuvimos en discusión. Luego el papá se me acercó, y me dice: vea, no desprecie al hijo mío… es malo despreciar a los hombres, el hijo mío no es casado, no tiene vicios, es trabajador… me lo puso por el cielo, entonces le dije: cuando yo llegue a la casa, resolvemos ese asunto, eso sí, yo era muy altiva y claridosa. Después se fue para la casa, y me preguntó: ¿qué resolvió morena?, y yo le respondí con otra pregunta: ¿en verdad, yo le gusto? y me dijo: desde el primer día, pero usted me gusta es para que se vaya conmigo… ¿y eso para cuándo?, le pregunté, y me dijo: ¡para ya!
¿El hombre estaba decidido, Telvo, enamorado?
Así es, pero yo le dije, para ya no puedo… dejemos eso para el lunes. Él aceptó y yo le dije: trato hecho.
¿Sin beso y sin nada Telvo?
Así. Sin nada. Luego en la noche cuando Etelvina ya se va a acostar, se puso a pensar: tú qué sabes, si ese tipo es marihuanero, ratero, pegador, bebedor, y él no sabe si yo soy zorra, puta, bandida, ¿qué error vas a cometer? Pero bueno, llegó el día, y se aparecieron padre e hijo, les dije: tengo una pena grande, yo les di mi palabra, y mi palabra es firme, pero resulta que donde yo trabajo me deben siete mil pesos, y tengo que cobrar, así que cuando me paguen me voy con usted. Se fueron para Necoclí, pero Humberto me dejó una foto, que yo veía todos los días. Resulta que por la finca donde yo trabajaba, pasaba mucha gente y un día pasó un muchacho y le comenté: ayer estuvo aquí un muchacho que se llama Humberto Salgado y su papá, resulta que él me convidó para irme para allá, y yo no sé si el tenga mujer y me vaya a corretear con un palo, y el muchacho me dijo: él no tiene mujer, él es trabajador, lo único es que le gusta el ron. Entonces le hice una carta y se la mandé con el muchacho, y me vino a buscar enseguida, y nos fuimos. Viví con Humberto 45 años, hasta el día de su muerte.
¿Cómo pasaste tu vida al lado de Humberto?
Muy bien, Humberto era un tipo que no molestaba por las salidas que uno hiciera, siempre me acompañaba a los conciertos y estaba atento a mi presentación, a mis vestidos, a todo lo mío.
¿Y en Arboletes alcanzaste a cantar bullerengue?
Muy poco, pero la verdad era que cuando yo escuchaba el tambor me pasaba una corriente por el cuerpo, y me daban ganas de moverme, me entraba una alegría y se me erizaba la piel. Una vez llegué donde la señora Santos Valencia, directora del grupo de bullerengue de Arboletes, y le pregunté que cómo se llamaba, y me dijo: fandango. Me invitó a cantar, y entonces yo contestaba (hacer coros). Cuando ella se murió, viajé a San Bernardo del Viento, había un grupo allí y me metí a contestar. Ahí cantaba un señor Pablo Núñez, o Flórez, no lo recuerdo. Pero como mi voz era más alta, se escuchaba más, y eso no le gustaba, entonces yo me retiré, porque dije, yo a esta gente no la conozco y me vayan a hacer un mal, no señor, y me salí.
¿Después de ese recorrido por Arboletes, Necoclí, San Bernardo del Viento, en qué año te regresaste a Cartagena
Eso fue como a mediados de los 90, me fui a vivir al Pozón con Humberto… vivimos juntos aquí en Cartagena con todas las dificultades que pasamos, hasta su muerte, carajo… (se queda en silencio)
Etelvina se puso un poco triste, y sin decirle nada comenzó a cantar:
“Juanita la remendona, Juanita la remendona, por dios remiéndame el pantalón, Juanita/ Juanita la remendona que me voy para la cumbiamba/ Juanita la remendona que me voy pa’ la plaza Juana, ombe’/ Juanita la remendona quizá yo vuelva por la mañana/ Juanita la remendona, olelelee, fuegoooo mi Juanita/ Juanita la remendona como te quiero mi linda Juana/ Juanita la remendona cómo te adoro Juanita mía/ Juanita la remendona por dios remiéndame el pantalón/ Juanita la remendona aquí está la aguja y el hilo Juana/ Juanita la remendona que me voy para la cumbiamba/ Juanita la remendona que me voy pa’ la plaza Juana/ Juanita la remendona quizá yo vuelva por la mañana/Juanita la remendona…”
Guardó silencio, pensativa, como si estuviera sola en otro espacio. Callamos, y poco a poco fue volviendo al espacio donde se encontraba y exclamo: “¡Ya está bueno, que me estoy poniendo triste mi hemmano!” Seguimos conversando sobre sus planes futuros y sobre el calor que había en su nueva casa.
Al salir, le prometí que regresaría el 31 de diciembre para traerle unas semillas de paraíso, las que debía sembrar al frente de la casa y bajar un poco la temperatura. De abrazo, me despedí de Etelvina, y sentí sus carnes muy blandas, y su cuerpo más frágil y menudo. Me dijo: “Ve que vengas el 31, que yo te espero”.
Volví el 31 con mis hijas Alina y Lucía, las que se entusiasmaron con la idea de sembrarle paraísos a Etelvina. No la encontramos, se había ido a la casa de madera de El Pozón, a la que acudía cuando el calor en su casa de Flor del Campo se le hacía insoportable. Dejamos las semillas con su hija Zenelia, quien prometió sembrarlas muy pronto.
El 26 de enero de 2010, recibí la llamada de la cantadora Martina Camargo, solo dijo “No tengo buenas noticias. Telvo murió en su casa del Pozón”.