Paradoja
Opinión

Paradoja

Dos rumores en la ciudad, una muerte —la de Farley Velásquez— y un museo renovado —el de Arte Moderno de Medellín—.

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septiembre 06, 2015
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Es un miércoles, fue el pasado dos de septiembre. Dos rumores en la ciudad, una muerte y un museo renovado. Todo sucediendo en el mismo momento, en el mismo espacio. Y yo, como un puente, corazón gimnasta entre ambos.

Farley Velásquez nació en Medellín un seis de enero de 1966 y murió el lunes 31 de agosto de 2015. Director del Teatro Hora 25, Premio Nacional de Teatro, ganador de la beca de creación del Municipio de Medellín en 2013, lector de Shakespeare, cultor de Genet, discípulo de José Manuel Freidel, padre de Lucas, docente, sus más cercanos le decían “Maestro”, personaje del límite y la ficción. Su vida, el lapso de sus años dedicado al teatro y diciéndose a sí mismo guerrero, personaje barroco, viviendo en el límite y siempre suscitando controversia, despertando amores y distancias, sentimientos todos que no estaban en los grises de la vida común sino en el alto contraste de aquel que vive en los bordes del día y de la experiencia.

En una entrevista que le hice para el Eafitense, Farley decía: “He entendido que a pesar de todo un teatro no es importante para un país pero sí es urgente para sí mismo, por eso entiendo que el arte que hago es para mí, que hago teatro para que las noches sean para mí, para poder entender. Mi papá quería que entendiera la vida trabajando treinta años en Fabricato, pero a mí me gusta lo que dice Unamuno, que ser libre es elegir de quién se es esclavo. Mi amo es el teatro”.

La noticia de su fallecimiento fue inesperada, un hecho del que todavía habría que esclarecer bastante lo ubica en la calle, como un NN, esperando retornar a los suyos, luego de quien sabe que historias y dramas antes de morir. El miércoles es la fecha señalada, la de su entierro. En una caja blanca, rodeado de su familia toda vestida de blanco, somos testigos de una mañana que ya había visto en otro montaje suyo donde las mujeres rodean y lloran a su muerto, donde ellas sollozan y se toman su tiempo para decirle adiós. Unos cantan, la escena se cierra con un aplauso de pie. Somos pocos, pero parecemos muchos. A la cita con la muerte se asiste con espanto.

Nos alejamos del cementerio, y el tiempo no hace leer las últimas líneas para el siguiente punto seguido, nos despedimos sin antes sentir que sigue la tarea de perdurar, de contar, de citar a la siguiente función, pero cuál, si Farley actuaba y dirigía al mismo tiempo…  el vacío se multiplica por dos, pero igual, el tiempo transcurre y llama a caminar.

Horas después, del mismo día dos, las imágenes de una paradoja naciente se inscriben. El espacio también es abierto, ya no cita la muerte, cita la vida, se trata del acto de apertura del Museo de Arte Moderno de Medellín, treinta siete años después el sueño se hace realidad para los fundadores que en 1978  soñaron un espacio para la ciudad que pudiera recibir y proteger el rumor creciente que ellos encarnaban y que se hacía evidente en el trabajo que el grupo llamado Los Once antioqueños hacía y el mismo tiempo lo que las Bienales de Arte de Coltejer estaba despertando y que ya era todo un gran evento dentro y fuera de la cuidad.  El espacio inicial estuvo dado en Carlos E Restrepo, esa sede fue el asiento de todo el trabajo y por tres décadas desde allí se realizaron el Coloquio de Arte No Objetual, los salones Arturo y Rebeca Rabinovich de arte joven, versiones del Salón Regional, entre otros.  También, la gran colección de Débora Arango y algunas de sus más importantes revisiones retrospectivas también se realizaron allí, la famosa sala de cine, y todo el movimiento que entre la Biblioteca Pública Piloto, el Subterráneo y la sala de exposiciones de Suramericana.

Ese miércoles dos se había señalado hacía ya mucho tiempo pues era el momento de entregar los nuevos siete mil doscientos metros cuadrados que se unirían a las tres salas que en Talleres Robledo estaban ya abiertas al público desde hacía cinco años y que marcaron el traslado del MAMM hacia Ciudad del Río. Al llegar, casi dos mil personas estaban allí para celebrar. Las imágenes de un día paradójico se superponen en una ciudad que como cualquier otra se alimenta de ideas y hechos opuestos y vecinos. La menta va y viene de la mañana a la tarde. Nuevamente, un aplauso cerrado, esta vez celebra un nacimiento. Y nos alejamos mucho más tarde del edificio, la tarea en este caso también es perdurar, sostener, alimentar.

Ideas extrañas, ilógicas, noticias superpuestas. Al final, todos los convocados, a solas en nuestros pensamientos, repasamos los días y nos asombramos del mundo que como un tornillo asciende en la elipse de su rosca, y fija como una sola las múltiples capas de la vida, así, solo dando un giro, y todo tan normal…

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