Colombia es un caso original de apariencias y realidades, de mentiras y verdades que, a fin de cuentas, nos lleva al terreno de las encrucijadas cada cierto tiempo. Vivimos ahora uno de tales momentos, a pesar de que las alertas no faltaron en los dos gobiernos de Santos. Pero terminamos en lo de siempre: el derroche superó los ingresos y, en consecuencia, es ineludible otra reforma tributaria. Con la zarpa de los recaudos se tratará de vaciar, sin fórmula de juicio, los ahorros de la clase media y las renticas de los pobres que viven al día. Ellos son las víctimas del escabroso turismo de la dilapidación.
El país sabía, después de las fanfarronadas con cara adusta del señor Cárdenas Santamaría, que las finanzas públicas estaban postradas y que el déficit no era cosa de juego por más que las calificadoras de riesgos nos aprobaran la plana con más condescendencia que objetividad. Hombre largo, pocas veces sabio, dicen los españoles. Por lo mismo, el ministro que lo sucediera tenía que ser un peso pesado mandado a hacer para la mala herencia que dejó el fanfarrón. Pero lo que de noche se hace, a la mañana aparece, pues la luz del día descubre los secretos de la oscuridad insondable.
Así pasó con Carrasquilla. Antes de finalizar su primera gestión con Uribe se despachó, con acto legislativo de su puño y letra, un baloto de grosera cuantía con más de cien municipios entre medianos y pequeños. Pero como en la política, igual que en el boxeo, las secuelas de los golpes demoran para asomarse a la superficie, al ministro le pasó lo que a Mohamed Alí con su tembladera. Enfrentó, por los bonos de su invento, un debate que el país vio por televisión y no satisfizo las expectativas acariciadas por los partidarios del nuevo oficialismo. Por lo tanto, ante la opinión nacional, Carrasquilla tiene las alas malogradas por los perdigones dialécticos de sus denunciantes. Su ética de la responsabilidad quedó por los suelos.
La mayoría de los congresistas votaron, por evitarle una caída
estrepitosa, pero no pagarán costos de impopularidad
por las utilidades de un negocio ajeno votándole su “ley de financiamiento”
La mayoría de los congresistas votaron, en ambas cámaras, por evitarle una caída estrepitosa, pero no pagarán costos de impopularidad por las utilidades de un negocio ajeno votándole su “ley de financiamiento”, al menos como él lo pretende Ya tendrán argumentos para salirse del almendrón. Del señor Carrasquilla debió salir el gesto de liberar al presidente de un fardo estorboso durante la discusión del más controvertido de sus proyectos. Misión imposible. Ya la delicadeza y el decoro no se usan en la función pública y, menos, en las más altas esferas. Por contera, en el Centro Democrático las flaquezas son ornato y no máculas por voluntad del presidente eterno.
El desgaste del señor Carrasquilla por su doblez bien remunerada con los bonos incidirá en los cambios que el Congreso intentará con el riegue del IVA por toda la canasta familiar. Los senadores y los representantes, cuando les conviene, recobran su independencia y la hacen valer. Ya hundieron la reducción de sus sueldos y la restricción de sus períodos, sin romperse ni mancharse, alegres y orondos. Repetir la maniobra no será una travesía tormentosa, sino facilísima.
El ritmo que parecía adecuado para legislar con miras nobles al inaugurarse el gobierno ha perdido intensidad. Hay más ruido que nueces en la actividad parlamentaria y si, al final del camino, los correctivos al déficit no se acomodan a la hoja de ruta prevista por el Ejecutivo, habrá que hacer cuentas nuevas o a acudir al endeudamiento –nada aconsejable, por cierto– con el fin de ponerle un tapón al bache de los catorce billones de pesos.
Si el organismo nacional mereciera un examen minucioso y serio de su clase política sobre sus incontinencias con los dineros públicos, otro sería el horizonte de los tres órganos del Poder y otra la actitud de los contribuyentes si su rendimiento institucional fuera racional y austero. Al contrario, todo indica que, de seguir como venimos, con el gasto y la corrupción por los cielos, las reformas tributarias serán tan anuales como el presupuesto. Nuestra élite piensa, como Bolsonaro, que la única utilidad del pobre es votar.