El episodio de las bananeras ilustra la forma cómo los prejuicios en materia política pueden arrasar con la historia y con la verdad. García Márquez no tuvo inconveniente en escribir que las víctimas de aquel suceso fueron tres mil. Nuestro nobel años después reconocería que la afirmación incrustada en, no era más que una hipérbole. Quizás en este mar de sangre y matazones que ha sido nuestro devenir, ningún lector se habría dejado impresionar por una escena en la cual apenas se diera muerte a docena y media de personas. Pero en todo caso es imposible ignorar que la mirada del autor en esta cuestión, estaba en línea con los dictados de su marxismo recalcitrante.
En la misma senda de irrespeto por la verdad pero desde otra orilla ideológica, alguien salió con el cuento de que los hechos de las bananeras fueron apenas un mito histórico. En otras palabras no habrían acontecido, serían fábula o ficción.
A estas alturas y antes de continuar, hay dos consideraciones que deben hacerse explícitas. La primera es que los colombianos tenemos derecho a conocer la verdad completa sobre los acontecimientos del 6 de diciembre de 1928. La segunda es que en los mismos no debería haberse presentado ni una sola víctima. Resulta inaceptable que el ejercito de la República haya dirigido sus armas contra civiles inermes.
Ahora bien, por los días de la tragedia mi abuelo, Ignacio Rengifo Borrero, se desempeñaba como ministro de Guerra del presidente Miguel Abadía Méndez. Esta circunstancia me ha llevado a mirar los acontecimientos con particular atención, pero debo decir que en el asunto gravitan todavía demasiadas sombras. La historia de la época fue escrita por la prensa liberal de oposición, que actuaba en un país agobiado por la hegemonía conservadora y la tenaza religión-Estado. Y esa prensa estaba más interesada en el efecto político de sus versiones que en establecer la verdad.
Por los días de la tragedia mi abuelo, Ignacio Rengifo Borrero,
se desempeñaba como ministro de Guerra
del presidente Miguel Abadía Méndez
Por ser responsable del orden público a Ignacio se lo consideraba el hombre fuerte del régimen, pero en realidad distaba mucho de ser un chafarote desalmado. A su título de abogado sumaba una extensa formación humanística y una intensa actividad intelectual, esta lo llevaría a dirigir por varios años en Cali el periódico Los principios. Como lo recuerda el historiador y analista Felipe Domínguez Zamorano, fue designado gobernador del Valle en 1918, desempeñando el cargo por cuatro años. Dentro de su labor progresista se cuentan la fundación de la Industria de Licores del Valle e infinidad de obras entre las cuales son destacables el muelle de Buenaventura, la carretera central del Valle, los primeros puentes sobre el río Cauca, el Paseo Bolívar en Cali y muchos edificios públicos a lo largo y ancho del departamento. Estas credenciales hicieron que Marco Fidel Suárez, al acercarse su retiro de la Presidencia, cabalgara hasta Calarcá para solicitarle a Rengifo asumir el primer empleo de la Nación. Un honor que el gobernador no aceptó.
En todo caso, para entender lo acontecido en las bananeras y aproximarnos a la verdad, es necesario tener en cuenta dos aspectos cruciales:
- En 1928 Colombia vivía una agitación social sin precedentes. La situación era instigada principalmente por el Partido Socialista Revolucionario, que perseguía la toma violenta del poder. Como lo refiere Beatriz Robledo en su reciente libro sobre María Cano, la conferencia de la agrupación celebrada a mediados de aquel año, acordó dar una estructura militar a las bases sindicales, constituyéndolas “en comandancias de vanguardia roja, con designación de jefes y oficiales, cuyos mandatos y órdenes se cumplirán de manera militar. Es decir, se organizaba el ala militar del partido y se preparaba el golpe revolucionario…”. Los informes de inteligencia daban cuenta de la presencia de innumerables agentes extranjeros financiados desde Rusia por entidades de fachada como eran el Buró del Caribe o el Socorro Rojo Internacional. A lo anterior se sumaban evidencias sobre la entrada de armas de corto y mediano alcance, y la organización de un levantamiento general armado en el Magdalena.
- La huelga en la United Fruit puso al Estado colombiano entre la espada y la pared. La magnitud del movimiento bananero con 63 sindicatos y 40 000 obreros en paro, tornaba las cosas casi inmanejables. Estaban gravemente amenazados los intereses estratégicos de Estados Unidos, una nación amiga que había facilitado la firma del tratado Esguerra-Bárcenas, el cual consolidó nuestra soberanía sobre San Andrés. Pero también una nación de dientes afilados que defendía sin consideración lo suyo y que no tuvo inconvenientes en invadir Nicaragua en 1912; Haití en 1915; República Dominicana y Honduras, el primer exportador mundial de banano, en 1924. Así las cosas cuando la huelga se fue calentando el gerente de la bananera, señor Grandshow, advirtió que si el gobierno colombiano no era capaz de garantizar la integridad de los norteamericanos en la zona, pediría el desembarco de los marines. Un mensaje que coincidía con informaciones sobre la presencia de buques de la Navy aguas afuera de Santa Marta.
La conclusión es que el gobierno de Colombia se vio en una grave disyuntiva: actuar con firmeza para garantizar los intereses norteamericanos, o afrontar las consecuencias impredecibles de una intervención militar extranjera.