Se me acabaron las palabras, no logro terminar una frase ni como pensar un artículo sobre la coyuntura. Lo asumo con dolor y duda porque la fatiga de un genocidio y unas elecciones me absorben, me demuelen. ¿Para qué un mundo así? Lo intentaré explicar sin cifras, ni citas, ni cálculos.
Vivimos momentos intensos y fatales. Es imposible pensar en un mundo más tóxico y caótico, con una “democracia” como la norteamericana: vomitiva y caduca, que vive un pugilato entre mediocres por llegar a la Casa Blanca y tomar las riendas de un “orden basado en reglas”, es decir, un modelo internacional que se doblegue a los intereses, la arbitrariedad y el expansionismo del imperio. Un mundo -aunque resquebrajado y en rebeldía- que sea sumiso a los intereses, la arbitrariedad y el expansionismo del imperio.
Pero estos candidatos no serán los que gobernarán, es indiferente quien gane; son solo parte del espectáculo. Es el complejo militar-industrial quien continuará con las riendas del poder, la guerra y de la economía.
Por eso el duelo de confrontación es más un entretenimiento para ese electorado rústico que se aferra a su credo con religiosidad y todo no pasa de ser un espectáculo prefabricado, para que nada cambie. Y el declive continúa.
El espectáculo de una “democracia” que solo la mueve el dinero de los grandes trust es más que vergonzoso. Diez y seis mil (16.000) millones de dólares para elegir quien timoneará la debacle del imperio en su recta final. Esos millones de dólares son equivalentes a la mitad de lo que ha costado el genocidio en Palestina y lo ha financiado también EEUU. Las elecciones presidenciales no son cuestión de votos, sino de dinero.
Son tan antidemocráticas, además, que los últimos tres presidentes han sido minoritarios en votos, porque los Colegios Electorales están diseñados para que gane hasta el que pierda. Por eso las votaciones casi siempre las gana el candidato que invierte más dinero y mejor, o sea, los donantes más generosos. Son padrinos de ese cartel que, en lugar de especular con acciones en Walt Street, lo hacen cada cuatro años con candidatos que no importa su nivel intelectual, ni su integridad moral.
En el sistema electoral gringo el voto popular no es tenido en cuenta, nunca lo ha sido. Así de simple, no tiene valor el voto ciudadano. Las matemáticas no siempre cuentan. No es solo una farsa electoral, es la farsa de una “democracia” antidemocrática que no ha cambiado en más de 222 años, con un voto indirecto que no existe en ninguna otra elección en el mundo.
Esa gringa democracia no solo es imperfecta, es una estafa, es tramposa, así está pensada.
La invención de la democracia es el más grande mito de la modernidad, está fétida y desechable, pues su único ejercicio -el de las urnas- está más desprestigiado que los candidatos que compiten en el escenario gringo: un orate senil, estafador del estado y violador de mujeres y leyes; y una vicepresidenta que no ha sido vista en el ejercicio de su cargo, sino para atender el genocidio palestino junto a Netanyahu y darle respiración boca a boca a Zelenski para pretender la derrota de Rusia.
¿Para qué un mundo controlado por Trump y Netanyahu?
El otro hecho relevante y demoledor tiene que ver con el genocidio palestino, servido en bandeja de plata a los comensales de Occidente.
Por eso es muy grave qué el mundo occidental, capitalista, neoliberal y asesino no reaccione frente a ese genocidio que le sirven al desayuno, almuerzo y comida en su celular y por TV, en vivo y en directo.
Qué vergüenza el mundo occidental, es como si se resumiera en el estadio actual de indiferencia y complacencia sus cinco siglos de racismo, colonialismo y explotación del mundo. A pesar de las protestas y movilizaciones antisionistas por el mundo, los gobiernos occidentales apoyan sin disimulo al sionismo israelí, pero han perdido la careta de demócratas que fingían presentar.
Israel, con el consentimiento de Occidente (EEUU + UE) escogió el camino del genocidio a secas y lo está haciendo a consciencia, deliberada y cobardemente. Creen los sionistas que pueden construir una nación mediante la destrucción de otra, de borrar a un pueblo y su historia para intentar asegurar una frágil existencia. Al elegir el exterminio a ultranza cierra cualquier puerta al futuro.
Israel ha dejado al descubierto su bancarrota moral y política, la falsedad de su relato talmúdico y la imposibilidad de tener futuro en medio de los pueblos musulmanes que lo rodean. No es sobre misiles y aviones F-35 que se construye un estado.
Israel está obligado a enfrentarse a sus propios demonios, a su miedo armado bajo el cual esconde su cobardía, a su sectarismo enfermizo que lo está entronizando en el patíbulo de la historia. Nada de lo que se obtiene con violencia tiene pasaporte al futuro. Y si lograra exterminar a los palestinos le quedaría claro al mundo que no fueron los vencedores sino su máquina militar dronizada por Estados Unidos y la Unión Europea, el fatal Occidente.
Y mientras Israel y los gobiernos occidentales siguen intentando justificar el genocidio no entienden que están destruyendo las raíces de ese “mundo basado en reglas”, de ese objeto de colonización que consideran mundo, deshumanizado e inundado de corrupción, que construyeron a contravía de la civilización. Y no perciben ni aceptan que está naciendo un Sur Global como nuevo mundo, más justo, más humano y que Palestina es su bandera. Porque después de todo, ¿para qué un mundo con Trump y Netanyahu?
¿Para qué un mundo sin Palestina? ¿Qué valor tendría?
La resistencia palestina y la movilización mundial triunfarán.
*Analista internacional