El Festival de Música del Pacifico, Petronio Álvarez, es uno de los espacios más reconocidos por gente de todos los lugares, como la más importante muestra de la cultura del Pacífico Colombiano, en especial, la más importante ventana a estas músicas que hunden sus raíces en los ancestros africanos.
Pero para qué sirve el Petronio, se preguntan algunas personas que creen que la vida es hacer dinero para aumentar la cuenta bancaria, o trabajar para poder competir con los vecinos con un nuevo carro o vestido de marca.
Pero para muchos de nosotros, los que amamos la alegría, para quienes sabemos que la vida, es más que competencias y cuentas abultadas, sabemos que este Festival sirve, entre otras cosas, para que cada año recordemos al gran Petronio Álvarez Quintero, que le da nombre a este Festival de Música del Pacifico. Para que Cali se sienta orgullosa de realizar uno de los eventos de cultura afro más reconocido, no solamente en Colombia, sino en Latinoamérica.
Para aprender de currulaos, arrullos, abozaos; para empezar a distinguir una tambora de un cununo. Para disfrutar de los saberes que nos hablan de orígenes africanos. Para sentir ganas de bailar cuando canta una marimba y saber que la marimba es la que suena y no la que echa humo. Para sentir la lluvia del guasa sobre nuestra piel como si fuera una caricia.
Para saber que para llegar al Petronio, muchos de los participantes han viajado por esteros, manglares, y ríos a presentarse en la tarima grande del Festival, sorteando todo tipo de dificultades.
Para ir aprendiendo sobre las costumbres de la gente del Pacifico, tan olvidada, pero tan colombiana y protagonista de progreso como los demás. Para conocer a hombres y mujeres que son guardianes celosos de letras y tradiciones, las que han venido saltando en el tiempo para que apenas, haga unos pocos años, estemos descubriendo su riqueza cultural que se expresa en muchas manifestaciones.
Para disfrutar de los violines caucanos con una historia que empieza con los amos esclavistas que no pudieron avasallar el alma musical de los esclavizados.
Para sentir esa inmensa energía de las miles de personas que cada noche llegan hasta la Unidad Deportiva, Alberto Galindo, a disfrutar de la música, a llenarse el cuerpo de movimientos voluptuosos, a decirle presente a la felicidad.
Para saludar a los amigos, y para estrenar abrazos recién fabricados para la ocasión. Para hacer nuevas amistades y para meternos entre la gente a armar corrinche y sentir una sacudida de alegría en todo el cuerpo.
Para disfrutar de un buen trago de Arrechón o ponerle gozo al alma con una caneca de “Curao”.
Para que a los periodistas nos sigan dando las peores ubicaciones cada año, pero que nuestra terquedad de comunicar nos haga estar presentes siempre para contar esta experiencia que emociona.
Para cuestionar a la Administración sobre la necesidad inaplazable de un espacio que permita en la ciudad eventos multitudinarios.
Para emocionarnos con las miles de voces que hacen coro a las canciones que desde hace un tiempo han empezado a viajar por el mundo gracias a éste Festival.
Para participar de más amplio ejercicio de convivencia, amistad e integración que se vive en el país.
Para tener la disculpa reunirnos con los amigos a comernos un Arroz endiablado, una Cazuela de Mariscos, o un Encocao de Jaiba.
Para ver en la noche como los pañuelos blancos se convierten en gaviotas que vuelan sobre el público para anunciar su contento. Para dejarnos contagiar de “petronitis”, esa extraña emoción que producen las músicas que noche a noche nos presentan los concursantes.
Para disfrutar de la pasarela que es el Festival en el que las más hermosas mujeres, con sus pieles de noche y con mucho tumbao en sus caderas, nos dejan a más de uno sin aliento.
Para conocer los sentires de los escritores del Pacífico que por primera vez hacen presencia con su pensamiento hecho libros en este Festival.
Para espantar los sinsabores de esta cotidianidad que nos avienta, sin cesar, noticias sobre corrupción y muerte.
Para sacar a bailar ese afro que llevamos en los genes al son de las tamboras y marimbas. Y en definitiva, para entender que estamos vivos, que la existencia es alegría. Para reafirmarnos que en la vida nada es mejor que una sonrisa.