Sentada frente al televisor viendo jugar a Colombia, como casi todo el mundo en Colombia, me asaltan las dudas: ¿es sano ese sentimiento llamado “nacionalismo”? ¿Cómo es posible que gentes de las más diversas creencias, procedencias, culturas o etnias, estemos sufriendo hasta comernos las uñas porque la selección nacional de fútbol pueda ser eliminada de la Copa América?
Mientras sobre otros temas de mucha más relevancia para nuestras vidas no se consigue unidad, por el contrario nos dividen, frente a once hombres dando patadas se construye una solidaridad y un entusiasmo que envidiaría cualquier campaña política.
Las gentes en Colombia no nos unimos para defender un mar como el que perdimos frente a Nicaragua, ni tampoco para enfrentar la corrupción que se devora trozos enormes del presupuesto nacional, pero sí lo hacemos para vestirnos de amarillo, ondear banderas, reunirnos en familia a gritar por la selección, ¡nuestra selección!
Me ha tocado estar en sitios muy diversos cuando juega Colombia. Durante el campeonato mundial estaba en Pasto y mientras nuestro equipo jugaba no se escuchaba ni una moto, ni un pito, las calles estaban vacías, la ciudad expectante. Cuando ganamos Pasto explotó de júbilo. Brotaban motos, carros, pitos, gentes de cada rincón para unirse en una sola celebración. Fue un carnaval, como sucedió en todos los rincones del país.
Ahora estoy en Saravena, casi la antípoda de Pasto. Recorrí las calles antes del partido y el ambiente era similar. Lo que se veía por doquier eran banderas, personas vestidas con la camiseta de la selección, niños, viejos, mujeres, todos integrados en una sola esperanza, la de ver triunfar al equipo amado.
¿De qué está hecho este sentimiento? No es fácil saberlo. No se trata solo de nuestro país, en cada nación los sentimientos nacionales se exacerban cuando se trata del deporte, de la representación nacional, pero especialmente si el juego se llama fútbol. Tal vez eso fue lo que entendieron los corruptos de la Fifa; que el fútbol es un gran negocio porque tenía detrás un público de dimensiones fantásticas, gentes que no cuestionan las tramas ocultas, sino que quieren la alegría nacionalista de los goles.
Por esta misma razón el fútbol es un instrumento estratégico de manipulación de masas que puede ser utilizado para bien o para mal. Para causas perversas ha sido utilizado en muchas ocasiones, como en el Mundial de Alemania en la era hitleriana o como fue utilizado por Videla mientras asesinaba miles de argentinos por cometer el delito de pensar distinto.
Para bien, se han visto menos casos. Tal vez de una manera semejante se utilizó en rugby, una especie de fútbol con las manos, cuando Nelson Mandela decidió jugársela por unir a su nación después del apartheid y lo logró. Por supuesto no fue tan sencillo como lo pintan en la película pero indudablemente ayudó mucho construir ese sentimiento unificador que se llama nacionalismo.
Aquí de una manera simplista algunas personas creyeron que ese ejemplo se podía imitar trayendo a Maradona a que jugara un partido con negociadores de las Farc y del gobierno. Claro, fue un fracaso porque las imitaciones nunca son buenas.
Pero lo cierto es que existe el sentimiento de amor por la selección, nos une casi como ninguna otra causa. Entonces tenemos allí una buena pista para trabajar en la construcción de un nuevo país: los espacios que genera el deporte, las emociones que hacen olvidar los odios y el sentimiento de que sí se puede ganar cuando se lucha por una causa que es la causa de todo el país. Tal vez, entonces, si tenga alguna utilidad el nacionalismo.
Advierto: escribo antes de saber el resultado y eso cambia radicalmente el sentimiento nacional. Si ganamos amaremos a Pékerman y si perdemos somos capaces de quitarle la ciudadanía.
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