Que fácil nos metemos en discusiones inútiles y pendencieras. Nos enfrascamos en defender lo indefendible como si ser Colombiano solo fuera ponernos la mano en el pecho cuando cantamos el Himno Nacional, ponernos firmes cuando lo escuchamos e izar en las ventanas, en las instituciones en todas partes nuestra bandera. Se nos olvida que ser colombiano, amar nuestra patria, es mucho más que manifestar sentimientos multitudinarios que solo muestran la fantasía del lugar que decimos amar y defender. Nuestra Bandera ha lucido en el pecho de muchos hombres de estado, de los presidentes que han pasado por la casa de Nariño y muchos han sido una deshonra , una indolencia ciudadana que abruma.
Detrás de esa banda presidencial se ha vendido al país.
Al lado de esa bandera imponente y hermosa que decimos respetar y defender se han firmado los decretos más lesivos para nuestra economía, para los colombianos más indefensos de nuestra Colombia del alma; decretos presidenciales que han entregado los ahorros de los entes territoriales a los poderosos, a los bancos, a los inversionistas mientras el resto del país está confinado a una cuarentena de miedo, de soledad, de incertidumbre; otros con los que se ha subsidiado a terratenientes poderosos mientras el campesino que araña la tierra con sus uñas de labriego ve desaparecer su tierra y las esperanzas de una vida mejor; leyes que han atropellado a la mujer, a la niñez, a los adultos mayores, a la población más débil de nuestro país en todos sus rincones y veredas.
¿Qué es lo que nos duele, qué es lo que nos mueve a ser colombianos: defender el símbolo y ser solo colombianos de nombre, de eventos, de partido de fútbol donde estremecemos al mundo con nuestra voz y nuestra actitud de amor por un país que no defendemos, que feriamos al mejor postor, a quien nos ofrezca algo más por lo que hacemos y somos?
Eso es lo que defendemos; unos símbolos patrios mientras en la intimidad de nuestra vida política, administrativa, gubernamental, familiar y social somos indiferentes, egoístas, ausentes. Nos defendemos como fieras cuando nos atacan pero nos importa cinco lo que pasa a nuestro alrededor con los más necesitados e indefensos.
¿Cómo ayudar a quienes trabajan en la informalidad mientras pasa esta borrasca incontenible del virus? ¿Cómo entender la impotencia del padre de familia que no tiene con que solucionar lo esencial de su casa? Tenemos que unirnos como Colombianos, no tanto para pelear por unos colores y símbolos de nuestra Patria sino para defender lo que tenemos, las raíces hermosas de nuestra Colombia querida. Colombia no es el Himno, ni la Bandera, ni el Escudo; es la mujer cabeza de hogar enfrentada a una soledad inmensa frente a unos hijos que no puede sostener. Colombia es el adulto mayor cargando una cajita de dulces con la que esperanzado recorre, sin poder, las calles de su tierra para subsistir a la miseria. Colombia es la trabajadora sexual enfrentada a noches eternas de abuso y de indolencia. Colombia es el peón sin tierra que recoge cosechas ajenas mientras su mesa está vacía. Colombia es mucho más que unos símbolos; éstos dejémoslos para que se los pongan los Presidentes en sus pechos y así obtengan el poder de acabar con lo que somos y tenemos. Dejémoslos para que se usen en desfiles y acontecimientos donde le decimos al mundo lo capaces, lo inteligentes y destacados, lo grandiosos y valiosos que somos, mientras tanto si usted está pensando que Colombia es la Bandera, el Himno o el Escudo; mire, escuche, lea, reflexione y dese cuenta que si no toma parte en lo que vivimos, muy pronto seremos el inició de un cuento que no quisiéramos volver a escuchar nunca.
Nuestra Bandera más que un símbolo Patrio debería ser una consigna de dignidad, de servicio, de honradez.
Había una vez ...............un país que amamos, una Bandera tricolor que inflamó nuestro pecho ..... Había una vez............había una vez..........