Entiendo que María Jimena Duzán acusa a Gustavo Petro de no gobernar, de haber estrellado contra el piso las esperanzas de millones de colombianos. Eso luego de que, con pasión, año y medio atrás, apoyó y defendió su candidatura a la presidencia. Hasta ahí, pese a la lástima que pueda inspirar el juicio, se puede considerar como una opinión, afortunada o desafortunada, pero una simple opinión. Su derecho tiene.
Otra cosa la imputación mal disimulada, porque además dice que tiene información al respecto, según la cual el presidente es un adicto a las drogas, razón que explicaría sus ausencias y retardos en diversos eventos. Aquí las cosas pasan a otra categoría, dejan de ser una simple opinión. La periodista intentó meterle la mano en la boca a Petro, como dicen, para arrancarle una confesión sobre el problema que le adjudica.
No es el interrogante sincero de una ciudadana preocupada por la salud de la cabeza del gobierno, sino una atrevida e injuriosa acusación de incapacidad para el ejercicio del cargo. Algo que, sumado a su anterior condición de petrista declarada, refuerza en apariencia la autoridad de su dicho. Su camaleónica voltereta recuerda la antigua consiga adjudicada a Laureano Gómez en épocas nefastas de la historia nacional: calumnien, que de la calumnia algo queda.
También están en su derecho los críticos de la periodista, aunque carezcan de la fuerza para hacer daño que envuelve lo expresado por ella. La ponzoña de esta puede compararse con esos misiles que está lanzando Israel sin misericordia alguna contra Gaza. No me extraña. Es la misma periodista que escribió hace unas décadas la columna El Libertador, igualando a Carlos Castaño Gil con Simón Bolívar. Hay gente así.
Un día rabian contra el paramilitarismo porque les asesinó una hermana, y un tiempo después le rinden loas. Corazones de alquiler. Solo queda mirarla de soslayo y seguir adelante. Sin desconocer, desde luego, los problemas y las circunstancias que padece el país actualmente. Y que corresponde al gobierno enfrentar de manera decidida, porque el reto es inmenso, favorecer a los pobres sin que se enojen los ricos.
Los poderosos organismos que monitorean las economías capitalistas aplauden la gestión del actual gobierno. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, las firmas calificadoras de riesgo. Bajan el desempleo y la inflación. Los presidentes Joe Biden y Xi Jin Ping lo reciben muy bien, le estrechan la mano y pactan importantes acuerdos con él. La voz del presidente Petro es escuchada con respeto en el plano internacional.
Tuvo la valentía de tomar por los cuernos el tema de los combustibles fósiles, salvando de la ruina al país con sus aumentos de precios. Medidas sumamente impopulares, pero necesarias según los expertos. Si todas esas políticas las hubiera adoptado un gobernante de los poderes tradicionales en el país, la gran prensa en su conjunto lo estaría ovacionando. Pero es Petro, el mismo de las reformas a la salud, pensional y laboral, el que quiere llevar desarrollo a la Guajira.
Asuntos que tocan intereses demasiado importantes para los sectores más pudientes del país. Tantos, como para declararle la guerra total. Es aquí cuando se requiere la voluntad de otros, esos que podrían inclinar el fiel de la balanza, pero que, en este momento tan crucial, deciden obrar al estilo de la Duzán, asumiendo conductas y declaraciones que solo contribuyen al fuego que alimenta la perversa ultraderecha colombiana.
Si la violencia criminal o política desapareciera de las enormes extensiones del país que domina, nuestro salto adelante sería histórico. El gobierno de Petro le ha apostado a eso
Si hay un objetivo supervalioso, que no solo impulsaría al éxito a cualquier gobierno en Colombia, sino que, además, nos sacaría por fin del pantano y nos enrumbaría hacia un destino próspero y justo, es sin duda alguna la paz. Si la violencia criminal o política desapareciera de las enormes extensiones del país que domina, nuestro salto adelante sería histórico. El gobierno de Petro le ha apostado a eso, y por eso los diálogos con los distintos actores en armas.
Pero sus interlocutores en las mesas de paz realmente poco ayudan. No solo es la ceguera de secuestrar al papá del gran futbolista Luis Díaz, sino lo que se lee en las declaraciones del ELN. Consideran un error haber privado de la libertad al señor, por tratarse de quien es. Si los comandos con misiones económicas, que reconocen tienen operando, hubieran retenido a otra persona, no habría error. El secuestro no entra en discusión, pese al cese al fuego.
Por su parte, los Mordiscos deciden suspender las conversaciones de paz porque según ellos el gobierno incumple. Olvidando de paso su intromisión armada en amplias regiones durante las elecciones del 29 de octubre, en competencia con el ELN por sus candidatos. Así como el saqueo y la intimidación que ejercen en sus áreas. El tema de la paz es tan vital para el futuro de cualquier proyecto de avanzada en Colombia, que no puede seguirse manejando así.