Por acá de nuevo, reencontrándome con mi columna de Las2Orillas. Ausente sin quererlo, pero sin dejar de mirar hacia Colombia y hacia otros países y latitudes aprovechando la ventana de Madrid en donde me agarró la pandemia sin permitirme regresar a la tierra.
De todo he visto desde acá. Seguramente lo mismo que ha observado cualquiera de los lectores sin consideración del sitio adonde esté. Las noticias vuelan, llegan y se van a la velocidad de la luz. Unas tras otras. El reloj entonces se desboca, y curioso, pero es así, en momentos deja de marcar el tiempo; casi como en el amor que “no tiene horario, ni fecha ni calendario”. Esta extraña ecuación tiempo-espacio, agregada al confinamiento, produce un fenómeno –por lo menos en mi caso- de retención y olvido. Se deja atrás lo que no vale la pena, y definitivamente se retiene lo que no se debe olvidar. Y qué bien que esto último sea así porque de no serlo perderíamos nuestra entidad.
Así, en muchos países se dejaron de lado las diferencias sin poner en peligro la democracia. Y lo primero, primero: la vida. Y se dispuso de todo lo asistencial para garantizarla. Lo segundo, la economía como instrumento de rescate pues se entiende que sin algo en el bolsillo, así se esté vivo, no se puede vivir: defensa del empleo, el mantenimiento de un ingreso congruo, inyección a la pequeña y mediana empresa, reactivación de trabajos y oficios y de los más variados servicios, fortalecimiento del campo y del abastecimiento en general. Lo obvio. Sin buscar enriquecer aún más a quien lo tiene todo para dejarle solo migajas a los que nada tienen. A propósito de esto, las opiniones de los bancos centrales y del Banco Central Europeo se han dejado sentir. Se adelantan negociaciones internas e internacionales, se escuchan sugerencias del Fondo Monetario Internacional y se le recibe créditos, y se oye con atención al Banco Mundial y a cada organismo financiero multinacional que quiera opinar. Y los jefes de Estado (algunas excepciones: aquellos loquitos por todos identificados), además de haberle puesto el pecho a la tragedia, han mantenido en sus manos el manejo de todas las riendas de su competencia. Pero no parece que así haya sido o sea en Colombia.
Al presidente Duque lo cogió la pandemia con el agua al cuello. Curiosamente, la tragedia de muchos se convirtió en el salvavidas de nuestro Jefe de Estado. El país necesitó un norte. Con el covid-19 se asustó la gente. Y cuando hay miedo, se recuerda como “del ahogado el sombrero, y del sombrero la pluma”. Al punto que al hablar con amigos y familiares, algunos me comentaron y comentan que ya hay Presidente. Siquiera –así lo pensé -Por fin. Parecería que el hombre se ganó el respeto, y los ciudadanos guardan cama a la hora que él señala –no todos-; y solo salen a la calle cuando se les indica –no todos-; y se ponen a esperar la platica que se les ha prometido –no todos-; y asimilan las medidas económicas que se viene tomando –no todos y saben que no son los primeros beneficiados-; y creen en las cifras de contagiados y muertos –no todos-; y que la curva está plana –no todos.
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Ya no maneja el orden público. Dejó de mencionarlo. La paz se le tornó en un galimatías inmanejable. Las paz con los elenos terminó con una declaración vergonzosa…
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Más sin embargo, aun haciendo mucha fuerza para que le vaya bien a Duque –hasta yo he hecho fuerza-, se le comienza a adivinar un tufillo autoritario. Alguien le dijo –presumo yo-, que lo estaba haciendo muy bien en su programa diario de televisión y parece que le está gustando. Esta especie de ceremonial siempre fue propio de los caudillitos latinoamericanos; antes, fue la radio, ahora la televisión. El Presidente además, intencionalmente o sin darse cuenta, se quedó con una sola rienda en la mano. Ya no maneja en orden público. Dejó de mencionarlo. Nadie a nivel del gobierno deplora los asesinatos de líderes sociales y desmovilizados. Nadie tampoco en las filas de su partido. La paz se le tornó en un galimatías inmanejable. Algo tan de bola a bola; por el prurito de darle gusto quién sabe a quién. La paz con los elenos terminó con una declaración vergonzosa de su comisionado de ¿Paz?, en la que desconoce las cortesías diplomáticas, los más elementales principios de derecho internacional, y se toma para sí el manejo de las relaciones internacionales. Y se prepara en nuestro territorio una supuesta hazaña que recuerda el censurado episodio de Irán-Contra y ni mu dice; y se fueron tres lanchas de guerra de la armada nacional para Venezuela para nunca más volver, y qué. Y quién sabe hasta cuándo podamos conocer de nuevo sobre las chuzadas y perfilamientos y del personal militar y civil que las adelantó. Y se voltea para el otro lado cuando de las filas de su colectividad surgen voces rechinantes pidiendo la muerte para la Jurisdicción Especial para la Paz, JEP. Y, como si le fuera posible, se hace el inglés cuando Uribe solicita cambiar los acuerdos de La Habana y hacerle quién sabe qué a la JEP, como si el expresidente a esta jurisdicción y a sus magistrados nada tuviera que explicar. ¡Y la noche que llega!
El momento de la pandemia no puede ser la ocasión para que el doctor Duque se haga el bobo, porque de bobo no tiene nada. Mejor entonces que recoja todas las riendas en sus manos y asuma sus responsabilidades; y que deje de hacerse el tonto porque somos muchos los que de bobos no tenemos nada.