Hace dos meses a Paola Valentina Pallares Durán le dio un gran espasmo en cadera. Ella nació con una parálisis cerebral espástica y, a pesar de eso, su salud se ha mantenido estable a sus catorce años. El espasmo era severo. La cadera se le hundió en el lado derecho y le dolía. Para volver a la normalidad le hicieron un tratamiento de botox buscando que los músculos volvieran a enderezarse. El tratamiento no funcionó. La niña se enfermó de nuevo dos semanas después. Tenía neumonía. A Paola Valentina la tengo afiliada a la EPS Salud Vida. Ellos decidieron llevarla en el antiguo Seguro Social. Allí, la dejaron hospitalizada. Un especialista me recomendó llevarla a una clínica de cuarto nivel. Ese tipo de institutos de salud no está en mi ciudad, Cúcuta.
En compensación la EPS envió a Paola Valentina a la UCI de la clínica Santa Ana. Desesperada le escribí a la Presidencia de la República ya que, a pesar de los esfuerzos de la Santa Ana, no tienen la capacidad de curar a mi niña. Los médicos, en algún momento, me insinuaron que no había nada que hacer por ella, que mejor la dejara morir. Después de que la Presidencia me contestó me ofrecieron una clínica de cuarto nivel en Barranquilla o Cartagena, muy lejos de donde estamos. El trayecto podría matar a mi hija.
Este es el llamado que le hago a la gente. Este es el grito desesperado de una mamá que no quiere ver morir a su hija.