Si la escuela es, de privilegio, el lugar del discernimiento, ¿en dónde reflexionan los campesinos excluidos de ella? Devolverse al pasado con lápiz, papel y borrador a tomar apuntes es una de las habilidades cognitivas más exigentes. La transformación de la propia vida depende, en mucho, de que sepamos exteriorizar oralmente o por escrito y que revisemos lo vivido con lupas nuevas, lupas prestadas por los amigos o por los libros. Por eso, a cualquier Estado comprometido con la población y con la transformación de los problemas sociales le interesaría apoyar el fortalecimiento de la reflexión.
Muchos hombres que labran el campo asisten puntualmente a la tienda de la vereda a beber con otros labriegos. Allí, cerveza en mano, se cubren contenidos de un currículo cargado de tradición: semillas, abonos, heladas, lluvias, amores, deudas... Los temas se comentan con lentitud o con hidalguía y se repiten las afirmaciones sin agregar palabras, sin elevar la mirada, sin transformar la queja en poesía. La cerveza dicta planas hipnóticas, breves, lamentosas. Los campesinos participan de esta evocación escolar con nostalgia, no de la férula, claro, sino del futuro arrebatado.
Mientras toman cerveza, los campesinos observan su lugar en el mundo sin ahondar, sin hurgar en las raíces, sin identificar el modelo al que sirven, o el modelo que no incorporan; reclaman por los bajos salarios, con timidez, entre rudimentos legales; reconstruyen los principios de sus tareas, rehuyendo al lenguaje técnico o a la mirada experta con bromas sobre mujeres, con refranes, coplas o melodías que activan carcajadas.
En el campo colombiano, en los Andes, por las veredas del altiplano cundiboyacense, la cerveza es la única escuela. A ella se le entregan preciosas horas de la vida. En la tienda, cerveza tras cerveza, se refresca la tradición musical, se recuerdan y restablecen los códigos de honor. En la tienda se detiene la vida, mientras el mundo avanza.
Así, los campesinos colombianos beben a chorros la ingratitud del Estado, cada descorche de la cerveza retumba como el portazo que la escuela les dio. En una Colombia comprometida, en lugar de tachar los más bellos sueños con un sorbo; deberíamos imprimir en negrilla sobre los escritorios ministeriales, sobre los planes de gobierno la obligación de asegurar la mejor educación para todos.