Pocos minutos después del asesinato de los dos policías en Nariño, ultimados con tiros de gracia, según el director de la Policía, el general Rodolfo Palomino, me llegó por whatsApp la foto desgarradora de la escena. Una imagen del coronel Alfredo Ruíz y el patrullero Juan David Marmolejo, que no me atrevo a describir por respeto al dolor de su familia y el de los colombianos que nos indignamos desde la comodidad de nuestras casas por el crimen atribuido a las Farc.
Me negué a replicar lo que tantos guerreristas de escritorio, excusándose en el dolor de patria, comparten orgullosos en las redes sociales. Para cerrar el viernes, tenía en mis archivos del teléfono celular una foto de dos policías caídos que, como dictó el comunicado de la institución policial, ofrendaron su vida protegiendo a los colombianos.
Luego me llegó el audio del momento en el que un Mayor reporta el ataque. En la novedad, como dicen ellos, se alcanza a entender entre su afán, respiración agitada y argot policial, lo que la foto evidenció de manera explícita. Este caso y otros anteriores con reportes lamentables de videos y fotografías dan cuenta de lo que es una instrucción de documentar las atrocidades de esta guerra. Una directriz claramente extra oficial, tal vez, de los mismos que filtran, por ejemplo, coordenadas.
No se trata de censurar una verdad que enfrentamos hace más de 50 años en Colombia y que se hace más cruel paradójicamente en medio de los diálogos en La Habana, pero inquieta pensar en la estrategia de quienes se encargan de difundir más razones para no creer que es posible llegar a un acuerdo. En mi ejercicio como periodista de la fuente judicial y orden público, he luchado durante años contra los silencios de las Fuerzas Militares para lograr información de los casos, valiéndome de creatividad periodística para obtener material, confirmaciones y datos extra de los reportados por las jefaturas de prensa. Ahora, me llegan sin pedirlos en contados minutos, sin mover un dedo, sin hacer una llamada y sin tener que `volear pestaña´ a la fuente.
Es bien conocida la incomodidad al interior de las FFMM con su comandante en jefe, Santos y la manera como maneja el proceso de paz, así Pinzón se esfuerce en negarlo. Situación que compruebo cada que tengo la oportunidad de conversar off the record con algún policía o militar que no me deja citarlo. Durante el cubrimiento de la VII Cumbre de la Alianza del Pacífico realizada en Cali en el 2013 un agente antiexplosivos, de quien no revelo el nombre por seguridad, me expresó su inconformidad por el trato que daba el Presidente a los jefes guerrilleros que ellos llevan años combatiendo. Me habló sobre cómo los había ofendido el traslado de Pablo Catatumbo, quien, según ese testimonio, abordó un avión hacia Cuba con talegos llenos de dinero cuando supuestamente tenían ya su ubicación para un posible bombardeo. Es por esto, que no me extraña que envíen a la prensa detalles tan precisos de los ataques y acciones de la guerrilla.
Soy amiga de la paz y no por Santos, creo en la necesidad de la firma de un acuerdo que pretende acabar con las Farc o al menos con su lucha armada, pero en la mesa, porque así los uribistas imploren “ex presidente, salve usted la patria” sabemos que fue imposible derrotar militarmente a la guerrilla pese a los ocho años de su mano firme.
Creo en el proceso de paz como una opción porque aunque la guerra no se me ha metido al patio trasero de la casa como a miles de habitantes de Valle, Cauca, Nariño o Chocó, he oído a voces legítimas de las víctimas que estuvieron en La Habana como la de Soraya Bayuelo, Premio Nacional de Paz, víctima de las Farc y de paramilitares, reclamando que “el proceso de diálogos llegue a un buen puerto, a pesar del ruido de la guerra y aún en medio del dolor”
Ella, igual que muchos colombianos, consideramos que hay un adversario en común, los adversarios de la paz. Me sumo a ésta líder del renacimiento de Montes de María, que como víctima exige que no se levanten de la mesa para darle la victoria a los enemigos de la paz.
Coincido con esta mujer, que perdió un hermano durante una masacre de los paras en Carmen de Bolívar y luego a una sobrina que cayó cuando salía del colegio por una bomba del frente 37 de las Farc, en que la Comisión de la Verdad es un acierto, pero debe hacerse en los territorios donde se hace la guerra. Es ahí donde se tienen que buscar las soluciones y poner las verdades.
Esos que hacen campaña negativa contra la paz y reclaman muerte a punta de fusil y bombardeos desde su cuenta de Facebook o Twitter parecen desconocer estos argumentos y los de las organizaciones sociales que no tienen en su agenda como primer punto el fin del conflicto armado, pero sí la paz como prioridad. Pero una paz representada en tierras, en un modelo de desarrollo económico agrario campesino y zonas de reserva campesina, tema que ya cuenta con una ley para su creación.
A esos detractores poco les importa que si se termina el conflicto armado, en Colombia se harían bellezas. Son miles de millones de dólares al año invertidos desde el Estado en la guerra. La guerrilla invierte a su vez, un considerable valor, también producto de actividades ilícitas como el narcotráfico y la minería ilegal. Como dice Manuel Ramiro Muñoz, director del Centro de Estudios Interculturales de la Universidad Javeriana de Cali, y parte de la junta directiva de la Fundación Baltazar Garzón “¿Se imaginan ese dinero invertido no en la guerra sino en el desarrollo del país?”.
No querer un proceso de paz exitoso se aleja de un sentimiento verdadero de dolor por los caídos, como los de la foto. Responde más bien a la verdad que nos cantó en Cartagena, la premio Nobel de Paz, Jody Williams y es que “Las personas que han ganado poder en cualquier forma o dinero con un conflicto tienen menos que ganar con la paz que la población en general. Además, hay muchos que temen la búsqueda de justicia con el fin de una guerra”.
En este juego de los promotores negativos de la paz, es que han caído los guerreristas de escritorio, por eso, como las víctimas, como muchos colombianos y como Soraya, que no queremos un muerto más, apoyo la mesa en La Habana y estoy aún más de acuerdo con su consigna “La vida propia no es una cifra, ni la del adversario un trofeo en el campo de batalla. La vida es la única posibilidad que tenemos para hacer de nuestro futuro un camino para nuestros hijos e hijas”.
Twitter: @karlaarcila