Desde hace 20 años he tenido la oportunidad de trabajar con este artista barranquillero en los montajes de las exposiciones que todo ese tiempo hemos estado realizando en la Biblioteca Piloto del Caribe de Barranquilla.
Ahora Carlos acaba de ser objeto de un sencillo homenaje de sus amigos profesores de arte a propósito de su retiro como maestro de varias generaciones en colegios del Atlántico, y por eso aprovecho para dedicarle esta columna hoy.
Su trabajo fue considerado desde los primeros años de la década de los setenta como una de las expresiones creativas más comprometidas con la modernidad, y así lo demuestra la bien valorada presencia de su trabajo en diversos e importantes eventos a nivel local, nacional e internacional, y las certeras opiniones de respetables críticos de arte que entienden y reconocen lo que en su trabajo hay de decididamente contemporáneo, lúdico y creativo por esa especial manera de aprehender y devolver en expresión artística lo que la realidad de cada día ofrece a un artista de su tiempo.
Su nombre empezó a ser objeto de consideración desde que en 1970 ganó el Primer Premio de lo que en ese entonces se llamó el Salón Anual de Chatarra, en la Galería La Escuela, espacio de la Escuela de Bellas Artes de Barranquilla, donde realizó sus estudios y obtuvo su título de Maestro en Artes Plásticas. Por esos mismos años hizo parte de dos exposiciones al lado de Obregón, Norman Mejía, Noé León, Álvaro Barrios, Figurita, Vellojín, Ramiro Gómez, Sara Modiano, Efraín Arrieta, Jaime Silva y Fidalgo Díaz. Y en 1976 participó en el II Salón Atenas en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, al lado de John Castle, Elsa Zambrano, Gustavo Zalamea y Margarita Gutiérrez.
La valoración que poco a poco iba ganando su obra a raíz de su desempeño público hizo Marta Traba lo incluyera en 1977 en la exposición Nº 25 del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas que se llamó "Los Novísimos Colombianos", en compañía de Antonio Caro Lopera, Edgar Silva, Álvaro Barrios, Oscar Muñoz, Rodríguez Villamizar, Edgar Negret, Darío Morales, María de la Paz Jaramillo, Saturnino Ramirez y Ever Astudillo, entre otros.
Y desde luego recordar también que Restrepo hizo parte también de aquel inquietante experimento surgido en Barranquilla, que se llamó El Sindicato, y que represento en un momento un núcleo de avanzada en el estudio y la expresión del arte como idea, o arte conceptual, al mismo tiempo que fue una saludable agitación en la forma de concebir y expresar el arte, y para el país la primera tentativa de creación colectiva en el campo de la expresión plástica.
La obra de Carlos Restrepo comporta un juego semiológico como unidad y como conjunto. La elección misma de sus temas y de los objetos cotidianos que en su indefensión como objetos puros y simples, en su papel de simples cosas en el repertorio utilitario de los bienes de consumo y en el inventario de muebles y herramientas de los hombres de hoy, no parecen sospechar los roles que el artista les pone a desempeñar como intermediarios de una nueva comunicación, de una redefinición de sus papeles, que crea una tensión inteligente entre la misión original de esos objetos y su nueva función de obra de arte.
Restrepo sigue fiel a su representación de unas ideas que reposan la carga de sus diversos sentidos en la reinvención de objetos y realidades, a partir de objetos y realidades anteriores, reutilizando o reciclando los más disímiles elementos, y destinándolos a un nuevo concepto. Machetes, botas, libros, tubos dentífricos, lápices, guantes, un juego de fútbol de mesa, un claxon, son elementos básicos para una imaginería, que en el caso del aluminio, es ganada a pulso a la fría lámina, en lo que constituye la que solo tiene valor cuando se quiere mirar las otras caras de la realidad desde la perspectiva lúdica del arte.
Por eso sus libros de aluminio son objetos reproducidos que ofrecen otro tipo de lectura; el filo de otra realidad, marca la contorsión de sus machetes; un guante industrial que irrumpe violento de un plano de aluminio es una acusación sin reticencias; la trompeta de un claxon coronada por una pequeña réplica del águila del Tercer Reich es una alarma que no deja dudas; "tronco de pintura" es la sombra sonriente de una broma ecológica; y sus pinturas en acrílicos en pequeños y medianos formatos de lápices y borradores aparentemente inofensivos (que marcan, a propósito un dramático giro fácil en su rudo trabajo de taller de domador de materiales diversos), son naturalezas muertas que algo crítico dicen, o de los estudiantes o de los profesores o de la educación.
En todo caso, el conjunto de la obra de Restrepo, visto así, en contexto, plantea al espectador un ejercicio de apreciación en el que lo reflexivo marca una fuerte primacía sobre el deleite de la contemplación, y eso es, desde luego, una importante diferencia entre la obra de Restrepo y muchas otras formas de arte que nos rodean.