Ayer, luego de conocer su partida, pensé compartir mis pensamientos de una manera que posiblemente sería muy superficial, pero afortunadamente, decidí dormirme con la certeza de que esto no sería una simple muerte, sino la celebración de la vida, la celebración de quien llevaba en su interior a nuestro país, usted, Gabriel García Márquez, era Colombia en sí mismo.
Desperté leyendo los desafortunados comentarios de una congresista elegida por el Centro democrático en los que le deseaba que se fuera al infierno, la prestante dama rescataba su riqueza literaria pero le condenaba su amistad con Fidel Castro. Quizás ella nunca entendió sus obras, entonces es mejor que no le agradezca nada. Para nosotros, los que lo admiramos entendiéndolo, que somos una minoría notable en este país de raticos, usted está en el cielo, usted merece estar descansando en una hamaca grande al lado del viejo Leandro, de Escalona y no sé de cuántos juglares más, con las notas agradables al oído de buena parranda vallenata.
Gabo, es que usted es Colombia. Crecí escuchando a mi mamá hablar y enseñar el realismo mágico, es más, en mi colegio, sin saberlo andábamos diariamente inmersos con personas que trataban de que viviéramos en ese realismo. Mientras crecía me gustaba más la trova cubana, el vallenato clásico lo iba aprendiendo a amar y a entender, políticamente pensaba distinto y la bohemia que rodeaba mis ambientes me desvivía. Cuando leí su primera obra quizás no era el momento de leerla, no siempre los momentos para todos son los mismos, aún no era el momento para darme cuenta de algo. Usted llegó más tarde de lo que esperaría la academia, pero qué va!, si yo ya lo vivía en mi manera de ser, en mi esencia. Cuando usted llegó, Gabo, me ratificó porque era como era, así como cuando uno lee a William Ospina, así como cuando se entiende quiénes son los de uno. Usted me ratifico tantas cosas y me aclaró que no era un loco al pensar muchas otras, y quiero enumerarlas, para descansar esta prosa, que es jarta, eso creo porque sé que muy pocos la leerán, no es como la suya que entre palabra y palabra se respira lo limpio del amarillo de sus letras:
1. Ratifiqué que la única diferencia entre los Liberales y Conservadores en este país, es la hora en la que van a misa. Hoy, profeta, lo vivimos con la mal llamada unidad nacional (me cago de la risa).
2. Aprendí, Gabo, que el amor es imperfecto, que se puede amar como Florentino Ariza, no sin antes descubrir las fases eternas de las diferentes mujeres que se cruzan por tu vida. Aprendí que no se busca alguien, el universo te la pone, se la lleva y te la devuelve cuantas veces le da la gana, por eso hay que vivir.
3. Gabo, ratifiqué lo lindo de nuestro folclor, cuando Iván Villazón retomó los versos de la Diosa Coronada, quizás lo cantábamos, pero con usted comprendí lo que valía esa melodía del gran Leandro Díaz. Así como vale el alma de Matilde Lina, o lo hermoso que es escuchar a Poncho (de este decir que su voz no va acorde con su actuar) entonando las frases de Mañanita de Invierno. Amo más el folclor vallenato gracias a usted.
4. Gabo, usted está salvado hace mucho rato, porque cree en la paz, porque describió el horror de esta cruenta guerra, que para nosotros no lleva 50 años, una guerra que no le corresponde sólo a las FARC, aunque han colaborado bastante, esto es una guerra desde mucho antes de la mal llamada independencia, esto es una guerra que se ha ido agudizando simplemente, que vivieron los Buendía, los Iguarán, los moscote, es la guerra de todos, es la guerra que se olvidó, porque aunque ser Colombiano es un orgullo, no es tan orgulloso esa característica infame de olvidar lo que pasa.
5. Ya lo sabía, pero amo más la costa caribe por usted, mi costa caribe Colombiana, porque la siento mía. Con mis amigos costeños, muchos buenos amigos, ya sabía lo que ataba mi piel, pero usted hizo que lo entendiera. Cuando llegué a la Universidad, en esa diversidad cultural, hice un repaso exacto de por qué son tan felices, tan exitosos y tan humanos, por eso me emociona el sonido de un acordeón, y el olor a la dulce sal, y el oído de las olas en la orilla del mar Samario o Cartagenero. Viajar por esas vías, y aunque no conozco Aracataca, la sentí en Cien años de soledad viviendo a Macondo, desde ver las vías del tren del olvido, hasta la fauna, la flora, la arepa e' huevo y una guacharaca, una caja y un acordeón, el calor exasperante pero que se soporta porque sabes que vas a llegar al paraíso. Inclusive, hasta lo ribereño se aprecia cuando ves la majestuosidad del río grande de la Magdalena y de quiénes viven sobre este.
Tengo mucho más por decir, pero el resto se queda en mi corazón de humilde Colombiano que sueña con poner un grano de arena para que las futuras generaciones sean mejores. Usted, Gabo, es tan grande que por medio de las nuevas tecnologías se logra comprender su majestuosidad, amigos de Chile, Brasil, Argentina, Perú, México (quien te acogió y te quiso como un hijo) y desde todos los continentes, he visto lo que lo entienden y lo aprecian, los invito a venir, los invito a tomarse un ron bajo un palo é mango al son de un acordeón, o a oler el mar desde la gran muralla, o ir al bello Valle, o visitar los pueblos que abundan en Macondo, porque para mí no es uno sólo. Se fue nuestro Nobel, cuando yo nací ya usted era y cuando pudiera ver cosas especiales de este gran país se nos va. Gabo, amaste hasta a la nevera, fuiste feliz en Bogotá y Zipaquirá, esa sabana también tiene mucho para contar. Fuiste periodista, escritor, amigo, esposo, fuiste un pensador, fuiste un exiliado, fuiste tantas cosas, pero la más importante y las que hoy nos ata, fuiste COLOMBIANO.