¿Para dónde va Europa con Ursula von der Leyen?

¿Para dónde va Europa con Ursula von der Leyen?

Aunque dicen que la presidenta electa de la Comisión Europea es continuista, si quiere que la UE tenga influencia en la política internacional necesita otro rumbo

Por: Francisco Henao
julio 26, 2019
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¿Para dónde va Europa con Ursula von der Leyen?
Foto: Twitter @vonderleyen

No creo que por ser mujer tenga asegurado el éxito al sentarse en la oficina principal del club de la Unión Europea, como presidenta. La expectación sube por ser primera vez que sucede, dentro de esa especie de guerra de género en que se ha convertido la vida diaria de todas las sociedades del mundo. En 1979 en el Parlamento Europeo había 16,84 por ciento de mujeres, cuatro décadas después hay 40 por ciento. De seguir así, en un futuro no tan lejano se podrán convertir en mayoritarias. ¿Son mejores administradoras y capaces gestoras y lideresas eficientes en los destinos políticos allí donde han sido nombradas para enfrentar los retos que el poder exige? La llegada de Ursula a la Comisión fue inesperada, no se encontraba en los planes de nadie, cuando afloró su nombre congestionó a la mayoría de las familias políticas de eurodiputados, hasta se impuso una avanzada que se propuso dudar de su capacidad para ejercer tal función, por la fama que tenía en su país. En particular, en Alemania, donde en los últimos seis años ejerció como ministra de Defensa, la valoración de la opinión pública le era adversa y la evaluaba con notas bajas. Aunque se debe reconocer que fue pionera en dirigir al todopoderoso ejército alemán que impone mucho respeto. Detrás de ella, tenía el apoyo irrestricto de otra mujer muy poderosa, Angela Merkel. En Defensa demostró que, bajo el rostro de ser madre de siete hijos y ginecóloga de profesión, que riñen por completo con el inflexible mundo castrense, maneja un carácter y un temple especiales. Cuestionó el fusil G36 por considerarlo impreciso en el ataque. Se enfrentó a los generales por ser permisivos con elementos de extrema derecha. Se encargó de incrementar en más de un tercio el presupuesto alemán para defensa. En su cabeza ha crecido la idea de una “unión defensiva europea” capaz de preparar un ejército europeo operativo y listo para actuar allí donde sea necesario, ya que ella es “partidaria del diálogo pero desde una posición de fuerza”.

Aunque muchísimo más urgente para Europa que hacerse a un Ejército es su gobernabilidad, que está provocando que el número de descreídos se multiplique de manera exponencial y se abran las puertas a grupos radicales que aprovechan los déficits de democracia. Los ciudadanos cada vez desconfían más de sus políticos y del complejo entramado de Bruselas, con su carga de reglas y reglamentos que van en contravía con los intereses económicos y la soberanía de sus países. Esto ha favorecido el aumento de los sentimientos nacionalistas y de los partidos demagógicos de extrema derecha e izquierda que ya están en los parlamentos legislando y ocupando altos cargos de Gobierno. Esa crisis de gobernabilidad es la que está llevando a la aparición de políticos autoritarios, incapaces, de mentes huecas y lanzados a embaucar a los incrédulos mostrándoles sueños imposibles. Donald Trump y Boris Johnson son producto de ese vértigo de insatisfacción y un desencanto por parte de electores cansados de la política tradicional hecha a golpes de corrupción, inoperante, anclada en los errores de siempre, incapaz de ofrecer alternativas. La idea que flota en el aire es la de una Europa que no arranca, con una paraplejia debido a las burocracias excesivas, deudas que no cesan de crecer, una crisis económica que se convirtió en un callejón sin salida y un poder adquisitivo que se ha adelgazado como si le hubieran dado un purgante. ¿Cómo hacer compatibles las instituciones supranacionales como la Comisión Europea, que impone políticas, con las competencias propias de cada gobierno nacional responsable de su gobernabilidad y de aplicar sus propias leyes?

Lo que Ursula recibe son dos Europas enfrentadas a sí mismas, las fuerzas pro UE y las anti-UE, que son las que marcan la política de los 28 países. Europa es un proyecto político apasionante, capaz de generar ilusiones. Es la mejor respuesta a la carnicería que produjo la II Guerra. Es la solución inteligente al mundo interdependiente, de comercio multilateral, incompatible con cualquier forma de autarquía, sin cabida para el proteccionismo. Donde abrir puertas y no cerrarlas es la opción más plausible. ¿Qué le pide Trump a China? Que abra sus mercados. El mundo que se impone es el de la cooperación, que establezca vínculos, que tema a las divisiones y a la competencia desleal. Los “proeuropeos”, según el profesor alemán Andreas Wehr, son “las fuerzas pro UE que tienen por meta fortalecer la Unión Europea a costa de los Estados nacionales”. Si esto es así, es el camino equivocado porque sería admitir rangos, países de distintas categorías. Europa no podría ser gobernada ni por la señora Merkel ni por el presidente francés Macron. Los dos quieren la solución europea porque temen por la existencia de la UE. Pero esto tiene que ser compartido por los 27 Estados, aceptado por todos.

¿Señora Von der Leyen, hace unos años usted habló de Estados Unidos de Europa, estilo Alemania, Suiza, hoy sigue con esa idea?

“La he madurado y soy más realista. La Unión Europea se basa en la unidad en la diversidad. Eso es algo distinto al federalismo. Creo que es el camino adecuado”, dijo en una entrevista con el Grupo Europa de diarios, entre ellos el Süddeutsche Zeitung. Pero “unidad en la diversidad” son palabras bonitas, muy a propósito para quedar bien en una entrevista, porque lo que se observa en la realidad es que la ‘diversidad’ carece de una receptividad amplia. Tanto con Durao Barroso, como con Jean-Claude Juncker, los dos anteriores presidentes de la Comisión, los llamados euroescépticos van en aumento constante y progresivo. Los temores de Angela Merkel —que las cosas se deshagan— no son infundados. Pero una cosa son los euroescépticos y otro el problema de los migrantes que llegan a Europa. Ucranianos que huyen de la guerra, favorecida por Rusia, en su país, y llegan 1,5 millones a Polonia, miles de desesperados que escapan de la guerra en Siria, cientos de pateras con refugiados africanos atravesando el Mediterráneo, los descontentos que proceden del Magreb porque en sus países los regímenes autocráticos ahogan las esperanzas.

A esa inmensa multiculturalidad que arriba a las costas griegas, italianas, españolas, sumemos las no despreciables cifras de corrientes migratorias —o será más exacto pronunciar la palabra, desplazamiento— de la propia Unión Europea. Casi medio millón de jóvenes griegos han dejado su país por una crisis económica asfixiante, obligados a buscar un espacio en Londres, París, Berlín, Madrid, Lisboa. El mismo panorama se dibuja con los jóvenes lituanos en pos de las islas británicas o Escandinavia, se van sin billete de vuelta. Dejan su mundo, su vida, las calles donde crecieron. El desgarro interior es grande. Pero es la puñetera economía la causante de estos estragos. Solo ven puertas cerradas. ¿Quién les puede impedir soñar con un mundo mejor? Las migraciones están en el corazón de la historia de todos los tiempos. Las civilizaciones se han nutrido unas de otras, por lazos comerciales y el intercambio de productos, más allá de las fronteras. Y de pronto se produjo una maravilla —¡eureka!— el espacio Schengen abolió las fronteras internas entre los 26 países miembros. Pero esta misma situación despertó las alarmas. No por miedo a la ‘diversidad’, más bien a causa de la precariedad que ha producido la crisis económica, que sigue campante tras una década de vacas flacas y de sembrar angustias. Los índices de desempleo españoles, italianos, franceses, ocasionan grandes preocupaciones y condicionan la vida diaria de esos países.

Lo que atrae de Von der Leyen es su manejo de ideas claras, que es un buen síntoma, generador de confianza. “El tema migración nos acompañará durante decenios”, dijo. Pone el acento en que una eficaz política migratoria se debe empezar en África, donde se debe invertir con fuerza, y luego luchar contra el crimen organizado, especialmente los traficantes, que tienen montado un negocio muy lucrativo; son desalmados a quienes la vida de los que se suben a los barcos les trae sin cuidado, el que muera en la travesía es lanzado al mar. Este mismo jueves 25 —día de Santiago Apóstol en España— han desaparecido 110 inmigrantes en el naufragio de un barco frente a las costas de Libia. “Necesitamos unas fronteras exteriores más seguras, para que así puedan seguir abiertas las fronteras internas”, afirma. Matteo Salvini menciona con sentido “la inmigración clandestina”. Según el Instituto Cattaneo en Italia hay cerca de cuatro millones de inmigrantes extracomunitarios. Pero el papa Francisco lo dice sin ambages: “Los migrantes no son una amenaza para la cultura”. Por tanto el primer ministro húngaro Viktor Orban, carece de razón cuando alerta y criminaliza las inmigraciones, “creemos que la migración es peligrosa para la seguridad pública, para nuestro bienestar y para la cultura cristiana europea", ha repetido en varias ocasiones. Esto lo dice buscando beneficios políticos, que no tienen asidero en la realidad. Más bien, como dice Francisco, es un desafío de carácter global para la humanidad. Que exige generosidad, sensibilidad, imaginación y algo tan simple como complicado a la vez, ponerse en la piel del otro. Mas para que la fórmula sea beneficiosa, no se debe echar en saco roto que la mayoría de los países de donde proceden los migrantes, son ricos en materias primas que sus gobernantes malvenden y las multinacionales, ventajosas, obtienen de ellas jugosos beneficios. Siempre que se escarba en los grandes problemas que azotan a la humanidad, una de sus causas más inicuas hay que encontrarla en la feroz codicia. Compartir es un verbo que no se sabe conjugar.

Ante la antinomia pro UE y anti-UE, que de cierta manera jaquea el avance que exige la situación actual, ella rechaza cualquier división en Europa. “Si estamos unidos por dentro, nadie del exterior nos separará”. Su misión será rescatar un proyecto, el europeo, que zozobra entre el Brexit, la parálisis, el populismo y el surgimiento de nuevas potencias mundiales. Repite la necesidad de tener una “Europa fuerte y unida”. Tiene los próximos cinco años para desandar lo andado, que no es poco. Sopesar —¿Tendrá tiempo para ello? Porque la inmediatez y urgencia de los hechos, se suceden como ráfagas de vientos espinosos, que se interponen al análisis juicioso. Vivimos una era de irreflexión. Hay una condensación llena de espejismo reducida a mensajes de texto SMS— los puntos de desencuentro que perturban el buen hacer, y deben ser rectificados para llegar a objetivos realizables, factibles. Digámoslo con palabras de Jawaharlal Nehru, debemos darle prioridad “al mundo como es hoy”.

Abrirse a ese mundo de hoy que exige apertura. Abrir las puertas a mayores logros democráticos. Ursula ha tenido que dar muchas manos, sonreír a mucha gente y contentar a muchos grupos. Fue la elegida de Angela Merkel, pero tuvo que ganarse el favor del PE, con unas cuantas promesas a los grupos socialista, liberales, verdes, que limitan su capacidad de maniobra. En las propias mujeres, ella que parece haber convencido a muchos con su feminismo, se va a encontrar con aquello de que no hay peor cuña que la del mismo palo. Sophie in’t Veld, eurodiputada holandesa de los liberales le lanza un grito de batalla: “¿Será usted como la Comisión anterior, el perro faldero de los Estados miembros? ¿O será el pitbull que necesitamos? Eso es lo que quisiera escuchar”, que le planteó en su primera comparecencia ante el PE. Las sonrisas no valen, las palabras delicadas ya están gastadas. Le piden que se convierta en un pitbull, cosa que está en las antípodas de su carácter, así se haya desenvuelto seis años en el áspero mundo militar. Para convertirse en presidenta de la Comisión —llegó al puesto por un margen muy estrecho de votos— requirió del apoyo de los populistas de izquierda italianos de Luigi Di Maio, en Polonia los ultraconservadores que dirigen el país le dieron su apoyo, que podría convertirse en una carga, dado que Bruselas ha amenazado a Varsovia con judicializarla por no respetar la independencia de la justicia.

La presidenta electa de la Comisión Europea ha iniciado una gira por las principales capitales europeas para exponer las estrategias que seguirá y analizar a los distintos comisarios que le van a proponer y que la acompañarán en su gobierno. Visita Varsovia, su segunda parada tras París, allí delante del primer ministro de Polonia, Mateusz Morawiecki, habla de la importancia de “escucharse mutuamente y mostrar respeto mutuo”. El Gobierno polaco le ha pedido que se cree un mecanismo para evaluar el Estado de derecho en toda la UE, no solo en Polonia o Hungría. Polonia apoyó a Von der Leyen por su tono conciliador, opuesto al de Jean-Claude Juncker y Frans Timmermans, presidente y vicepresidente en funciones de la institución que, según Varsovia, “regañaban, imponían, dividían y creaban conflictos en Europa”.

Los mandatarios de Europa del Este tienen su sensibilidad, mantienen su psicología —no se debe olvidar que estuvieron muchos años bajo la órbita soviética—. Hablar despectivamente de ellos, amenazarlos con recortes en la financiación comunitaria, sentir que les ponen una lupa para ver qué medidas toman, les da la sensación de que una parte de Europa examina a la otra parte. En el este consideran que en occidente también se da un notorio déficit de derechos y no quiere hablar de él. Quieren un tono diferente, que perciben asequible en la presidenta alemana. Hasta donde es posible porque recordemos que habla de diálogo, pero desde una posición de fuerza.

Muchas de las promesas que hoy abre frente a los diversos grupos políticos, son una continuación de las hechas por Juncker. No han tomado cuerpo. Esto hace que se contenga la respiración. Los políticos hablando son primorosos, haciendo son desastrosos. Nadie discute su condición de madre séptuple, expone el feminismo con pasión, gran defensora de la ecología, tiene metas en asuntos sociales de calado. Pero en ella prima su condición de política con sangre conservadora. Su padre, Ernst Albrecht, dirigió muchos años a la Baja Sajonia. Ella ha mamado la política desde que nació. No dudó entre la política y sus hijos. Su madre le decía: “Pero cómo vas a abandonar a tus hijos”. Ella siguió en lo suyo. “Todo fue posible gracias a mi marido (Heiko von der Leyen) y a la niñera” —realmente Heiko ha sido heroico, el gran artífice, abnegado como pocos—. La política es condición sine qua non a su forma de proceder, de pensar.

Creo que sí había soñado con la presidencia de la Comisión Europea. Lo tuvo herméticamente guardado y compartido con la canciller Merkel. Bueno, ya tiene lo que quería. Europa necesita de su astucia política. Hay muchos expedientes abiertos. Tan complicados como el Brexit que se podrían convertir en su karma. ¿Se podrá independizar de las líneas rígidas de la democracia cristiana alemana? Está condenada a entenderse con Boris Johnson, en el otro lado del péndulo de su manera de actuar. Johnson es imprevisto, improvisa de acuerdo con su carácter que oscila entre lo grotesco y lo trivial. Ursula va en la línea de Adenauer —solo existía él—, de la frialdad de Kohl y, sobre todo, de la escuela de Merkel: sin estridencias pero con arrojo. Expone su manifiesto político así: “Me sentí europea antes de sentirme alemana y bajosajona”.

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