Es cierto que tenemos un Estado corrupto. Según el Foro Económico Mundial, Colombia ocupa el puesto 131 entre 137, como el más corrupto en desvío de fondos públicos.
De este hecho se deriva la concepción, muy frecuente, de que el Estado debería escindirse en favor de las supuestas honestas y eficientes iniciativas privadas. No pocas ideas y políticas se han esgrimido y aplicado en este sentido. Desde las promesas de modernización, la venta de empresas, la renuncia de responsabilidades públicas en favor del mercado, la vinculación a clubes de "buenas prácticas" y la reducción de los ingresos y gastos con relación a la producción total.
En realidad, quienes más se han beneficiado de lo anterior son los propios corruptos. La corrupción no es una cuestión cultural, toda vez que esta es consecuencia y no causa del comportamiento social. La explicación del aumento de la riqueza de las naciones y de sus habitantes, en los últimos dos siglos y medio, demuestran que el factor determinante de su logro es que en todos los casos existe una institucionalidad fuerte, con normas estrictas y orientación definida con planeación. Pónganle el nombre que quieran, pero en definitiva no es la aleatoriedad ni el caos, sino las reglas las que provocan el desarrollo.
La influencia cultural estadounidense sobre países de América Latina creó la idea de que la libertad consiste en que nada ni nadie establezca qué se debe hacer o producir, sino "las fuerzas impersonales del mercado" de Milton Friedman. No cabe duda de su éxito adoctrinador sobre el valor sobreestimado de ese tipo de libertad, incluso la de ser pobre. Y de la noción que en una cancha de juego bajo estos principios, cualquiera, incluso el más miserable, puede cumplir sus sueños; el sueño americano.
Tras más de cuatro décadas de permanente bombardeo ideológico
el pensamiento de Milton Friedman
está profundamente arraigado
Tras más de cuatro décadas de permanente bombardeo ideológico, este pensamiento está profundamente arraigado (ya me imagino los comentarios a esta columna). Las sociedades más desarrolladas, esas que parecen de otro planeta, como las nórdicas, protegen la libertad política, pero es el Estado el que se encarga de orientar la economía. El mercado opera, por supuesto, pero bajo estrictas normas que -en términos generales- han puesto en el centro al ciudadano, no a las corporaciones. El Estado cumple, además, una función distributiva por medio de los impuestos. Esto que parece incomprensible, es la razón de la envidia hacia los trinos de Dirk Janssen (recomiendo seguir su cuenta).
No se equivoque, quienes más se benefician de la ausencia de principios, normas y regulaciones no son los emprendedores, sino los corruptos, que trabajan día y noche para que no exista gobierno capaz de ponerlos en cintura. Los corruptos no quieren el desarrollo nacional, no les interesa, no piensan ni debaten ni se preocupan por esto. Solo les interesa engordar sus bolsillos -o sus ansias de poder- y por eso evitan el impopular debate económico. Nunca verán a un enemigo del progreso preocupado por el tema, porque se benefician de la población en pobreza con la mano extendida esperando su asistencialismo. ¡Ahí hay muchos votos!
Adenda: las movidas de Duque/Carrasquilla en el Departamento Nacional de Planeación están acordes con su intencionalidad de reducir el papel del Estado en la economía. Nos dirigen al caos con el que ganan quienes viven de los negocios privados con recursos públicos. Carrasquilla es un gran experto en la materia.