David es un estudiante de 5° grado, delgado y de mirada triste. Es apodado “el zurdo” por la destreza que demuestra al jugar al fútbol y su manera de golpear el balón con su fina pierna izquierda. No es un estudiante destacado, su rendimiento varía mucho durante la semana así como su estado de ánimo. Es el segundo de cinco hermanos de una familia, los cuales hacen parte de los más de 4 millones de pobres en nuestro país (DANE 2017), situación similar a la que vive la gran mayoría de personas de su vereda de invasión, la cual queda a 40 minutos de la ciudad de Pereira.
En ocasiones David llega muy triste y débil a la escuela, tal vez el refrigerio que allí le dan es la única comida que probará durante el día. Como si la vida se ensañara contra él y su desafortunada vereda, hace cinco años el río se llevó su escuela, lo que obligó a reubicarla y dividirla en dos, una en el salón comunal y otra en una estrecha tienda.
Posteriormente, la situación mejoraría un poco, pues fueron ubicados en unas aulas temporales de madera. Sin embargo, en ellas no hay biblioteca, ni restaurante, ni sala de sistemas, ni mucho menos cancha donde pueda practicar el deporte que tanto le gusta con sus compañeros de clase. Es una escuela en una situación lamentable, con baterías sanitarias dañadas, sin seguridad por lo que los equipos de cómputo de la escuela deben transportarse desde el comando de policía cuando son requeridos, su piso es de resbalosas tablas y su techo aumenta el fulminante calor del medio día.
En este caluroso lugar las tres docentes deben luchar contra las adversidades: abordar y tratar de mitigar las diversas problemáticas como abuso, maltrato, inanición, además, concienciar padres de familia (cuando los hay) apáticos y desinteresados por sus niños. Por esta razón, estas esforzadas mujeres, antes de trasmitir conocimientos, deben enseñar a convivir en paz a estudiantes como David tratando por todos los medios de desarrollar su parte humana, persuadirlos de que existe un mundo mejor y su tarea más difícil, convencerlos de que a pesar de las dificultades, es por medio de la educación que pueden adquirir una mejor calidad de vida.
Hace poco en una jornada por la paz se les preguntó a los niños de la escuela sobre el significado de esta palabra, las respuestas fueron muy variadas. No obstante, la respuesta de David llamó la atención significativamente: la paz es desayunar todas las mañanas.
Los estudiantes de esta escuela poco saben acerca de los acuerdos de paz, no dimensionan las implicaciones de la dejación de armas de una guerrilla, cuando su lucha diaria es por sobrevivir a la pobreza que los agobia. También, ignoran que el país cada año pierde 50 billones de pesos por culpa de la corrupción, cifra con la que se podrían construir millones de casas para personas como ellos que carecen de una vivienda digna, o miles de escuelas, como la que necesitan urgentemente hace años en su vereda.
En las noticias David escucha hablar de paz, de los que la apoyan y los que la quieren hacer trizas, tal vez su extenuación le impida reflexionar sobre ello. Su situación no cambiará con la desmovilización de la guerrilla, sino con verdadera inversión social y educación de calidad. Él tiene muy presente la esperanza de que llegue algún día la paz a su vereda, porque para él la verdadera paz es poder desayunar todos los días.