Un cuaderno en blanco, aunque costoso, tendrá un valor representado sólo en su materia. Empero la acción de un lápiz puede cambiar su destino. Este le dará relevancia ya que al escribir sus líneas le confiere trascendencia histórica, cognitiva e incluso afectiva.
Sin embargo, en ese juego a dos hay un desequilibrio. Mientras con celo se guarda el papel, el lápiz tiende a ser menospreciado y/o casi siempre olvidado.
Así sucede con la tierra. Por fértil que ella sea, necesita como complemento una semilla que la inspire y haga brotar de sus entrañas el fruto que alimente nuestra vida.
A pesar de ello, en tertulia, todos se pronunciarán solo acerca de la riqueza y bondades del terreno, haciendo caso omiso de la simiente.
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El hidrógeno podrá amangualarse por partida doble. Aun así, será insuficiente en sí mismo, pues para fluir como corriente hídrica deberá acoplarse a un solitario, pero imprescindible oxígeno, alcanzando así su objetivo saciador de sed.
De la misma manera mujer, tu vientre inmaculado alcanza la gloria cuando con tinta indeleble y en letra de molde, la magia hecha pincel en él imprime la palabra madre.
Se potencia de manera invaluable tu riqueza al quedar inscrita en la historia como fuente generadora de vida. Así siendo, tu matriz es cual papel, donde se graban los amores que se transmiten por generaciones.
Quien lea entre sus líneas reconocerá tu oralidad y hablará con propiedad de tu legado expresado como lengua materna. Con todo, no olvides que la leyenda moldeada se rubrica en mutua cooperación.
Por eso papel, envuelve cálidamente al lápiz que en ti garabatea, sin dejar secar su manantial inspirador en ti abonado.
Lápiz, de tu parte, traza con responsable y suave delicadeza cada expresión. Sin rasgar ni retachar. Ten siempre presente que en papel dañado tu letra podrá ser ilegible o simplemente, difícilmente será reconocida.