Paola Holguín tiene una característica que la diferencia del resto de senadores uribistas, es la única que ha montado una estructura electoral propia que arranca desde el Concejo de Medellín, pasa por la Asamblea de Antioquia y aterriza en el Congreso con un representante a la Cámara y se ratifica con su escaño en el Senado (fue la segunda senadora más votada del uribismo en 2018 solo detrás del mismo Uribe). Holguín es la cabeza de un grupo autodenominado los “Paolos”, que representa el sector más radical del uribismo en Antioquia. De los Paolos fue la idea de instalar las vallas en contra de la JEP (con la pregunta ¿de qué lado estás?) y en los mentideros políticos de Medellín se llegó a rumorear que ese sector estuvo detrás de la campaña de propaganda negra que intentó enlodar a Daniel Quintero. Aunque eso no se ha podido comprobar, la única certeza tras la elección del domingo es que Holguín apoyó un candidato que no coincidía con el aspirante oficial del Centro Democrático y ahora desde varios sectores de su partido le están “pasando factura” porque sienten que su decidido respaldo a Santiago Gómez (el candidato de Fico) afectó la posibilidad de cohesionar toda la derecha electoral en torno a Ramos y de paso impidió que se le sumara la maquinaria de la Alcaldía.
A diferencia de 2015, cuando el apoyo de Holguín a Federico Gutiérrez (son grandes amigos) resultó clave en su victoria sobre Juan Carlos Vélez, en esta oportunidad su apuesta estuvo muy lejos de competirle al ganador e inclusive estuvo muy distante del segundo. Sin embargo, Gómez se alzó con 95.163 votos, resultado de una campaña excesivamente invasiva en publicidad, continuista y poco original. Esos votos son la “manzana de la discordia” para muchos uribistas porque en un ejercicio muy simplista se le suman a los 235.105 que alcanzó Ramos para concluir que, con 330.268 votos, al candidato del Centro Democrático si le hubiera alcanzado para ganarle a Quintero que sacó 303.420. Esa inconformidad se ratifica en la férrea negativa que siempre sostuvo Gómez para declinar su aspiración y sumarse al Centro Democrático; y, el desplante que en varias oportunidades le hizo al mismo Ramos cuando lo invitaba públicamente a adherirse a su campaña para evitar la llegada de un “modelo fracasado como el de Bogotá” a Medellín. Gómez nunca cedió y seguramente Fico y Holguín tuvieron mucho que ver (le infundieron valor). Se confiaron de la capacidad de endoso de un alcalde muy popular y la desconfianza en las encuestas (que nunca favorecieron a Fico en 2015). Pero, ¿la aspiración de Gómez si afectó tan estructuralmente la campaña de Ramos?
En Ciencia Política se considera el voto útil como el más pragmático y de última hora; por ejemplo, a Quintero le votaron muchos de los sectores que en 2018 apoyaron a Fajardo y a Petro, a pesar que Colombia Humana-UP y el sector fajardista de Alianza verde contaban con candidatos propios (el mismo Petro y Fajardo les hicieron campaña en las calles), esos aspirantes resultaron inviables en términos electorales y sus votaciones ínfimas. Ni llegaron a la mitad de lo alcanzado por las listas a Concejo de la Coalición Queremos (que se quemó) y de Alianza Verde (que ingresó dos concejales), la explicación más razonable es que el voto útil de esos sectores favoreció a Quintero (que se devoró toda la centro-izquierda). Igualmente, con Ramos se movió el voto útil de la campaña de Juan Carlos Vélez (el mayor quemado de la contienda), pero no se registró un masivo desplazamiento electoral de bases de Gómez a su campaña, creo que la percepción de la victoria cantada de Ramos a raíz de su posición holgada en todas las encuestas influyó en ello. Antes, Ramos se convirtió en un candidato a vencer para Gómez, no resultaron relevantes las coincidencias programáticas o ideológicas.
Más allá de responsabilidades individuales, la derrota de Ramos obedece a una serie de factores; endógenos y exógenos. No todo se reduce a la posición de una senadora o un alcalde (aunque sí es un factor explicativo dado que dividió la derecha). En ese resultado también influyó la forma en la que Quintero neutralizó los intentos de polarización que promovió Uribe (y Petro) en el primer tramo de la contienda; la capacidad de Quintero para conectarse con un electorado amplio logrando dinamizar el interés ciudadano en torno a sus propuestas (posicionamiento de agenda); el desgaste de Duque que sí afectó a muchos candidatos uribistas a cargos uninominales y no se puede obviar lo evidente, el mismo Ramos. Un candidato sin un capital de opinión propio, muy dependiente de las estructuras de la vieja política y poco empático, ya lo decía el mismo Uribe: “Alfredo no es de estar abrazando a la gente”. Así que la derrota del uribismo en Medellín va más allá de los Paolos o Fico, es el síntoma de un agotamiento ciudadano que el uribismo debe revisar con más capacidad de autocrítica.