Notician los medios que una ola casi generalizada de hambre recorre Europa. Sedes de ONG, iglesias y comedores comunitarios reciben nutridas colas de personas que arriban a pedir las raciones cotidianas para la subsistencia. En Madrid, la capital española, de cada 100 personas que allí moran 20 están en la situación descrita. Pero también Londres y varias ciudades alemanas.
Algunos de esos registros noticiosos advierten que no es la Europa de la inmediata segunda posguerra, como para mostrar la gravedad de la situación, aunque alguno de los corresponsales atribuya de manera exclusiva a la pandemia los orígenes de la crisis. A propósito de esto último, en ocasiones anteriores he mencionado aquí el hecho de que de acuerdo con expertos en la economía global —Michael Roberts, el británico es uno— esta no ha podido alcanzar las tasas de rentabilidad que precedieron a la crisis de 2008, lo que hace que cada vez sean más reducidos los espacios entre una y la siguiente crisis. Los capitalistas se orientan siempre en función de la rentabilidad, si no aparece esta no hay inversión. La presente, en verdad, lo que ha hecho es mostrar en su mayor crudeza la emergencia.
La Europa presente es la que vive las secuelas del desmantelamiento del Estado de bienestar, durante los "treinta años dorados", instaurado a instancias del Plan Marshall, del que fue su coadministradora y cosepulturera la socialdemocracia, rediviva en estos lares por quienes estigmatizan- ¡vaya paradoja!- a los que hacen tibios intentos por repetir ese experimento.
La rebatiña en la UE por la patente de las vacunas, la crisis del sistema sanitario y la hegemonía ejercida por Alemania en la distribución de los recursos para los Estados signatarios ponen en entredicho la solidez del proyecto unionista y lo que se manifiesta es la prevalencia de las economías más fuertes.
Nueva York y São Paulo, en nuestra patria grande americana, pero también Yemen, Sudán del Sur y norte de Nigeria, en nuestra antepasada África, sufren la crisis alimentaria, sin que asomen señales de conciertos humanitarios.
Bogotá, la capital de todos los colombianos, no pasa de agache en la crisis. La semana pasada más reciente, 3 de cada 10 personas de las que la habitan se acostaron con hambre, según Cómo vamos. En Bidanquilla, capital ecuménica de la informalidad laboral, no se sabe cómo vamos.
Que estos días de recogimiento y espiritualidad sirvan a los ciudadanos de reflexión para ver cómo se deshacen de sus gobernantes, pues estos se muestran impertérritos y gozosos y dispuestos a soltar globitos para persistir en la perpetuidad de la iniquidad.
Como buen internacionalista comencé por el plano mundial y terminé en la aldea.