115 pueblos y/o naciones milenarias, nómadas, seminómadas, sedentarios y urbanos (por confinamiento en el propio territorio y otros por éxodo) nos enfrentamos a una nueva pandemia que amenaza con la fragilidad de nuestras vidas en la Amazonía, Orinoquía, Centro Oriente, Occidente y Norte, algunos en frontera con Panamá, Ecuador, Perú, Brasil y Venezuela y como se vaticina es inminente la quiebra del sistema económico acumulativo del dinero, destructor de los bosques, suelo, subsuelo, espacio aéreo y marítimo.
La República Colombiana nacida en 1810 nunca ha dejado de crecer físicamente, para ello destruye bosques, que ocupan campesinos quienes huyen de la violencia y, luego por los terratenientes que vienen con sus cultivos y ganados apoyados con instituciones policivas y militares del establecimiento, también se agregan curas, mineros, pastores, la institución estatal con funcionarios públicos, la policía y el ejército, empresas y obreros, los insurgentes, paramilitares y narcotraficantes, todos con la clara intención de despojar a los propietarios milenarios de los bosques, selvas y desiertos donde habitamos los Wamone, Sikuani, Jiw, Wayuu, entre otros, todo ello en el marco político del delito de todos los delitos: el genocidio, para expandir la frontera agrícola. De tal manera que nuestros territorios se agregan a la economía del país, mientras los pueblos nómadas en su propio territorio pasan a ser seminómadas y sedentarios de la peor manera, bajo el adoctrinamiento de la iglesia católica y la exclusión cultural.
El Genocidio no terminó en 1810 con el retiro del imperio Hispano católico, continuó en la estructura de la nueva república, cambió el sistema económico de los nómadas que eran recolectores, cazadores y pescadores y por lo tanto su sistema alimentario, con las consecuencias de la desnutrición, que trajo el decrecimiento demográfico, el éxodo hacia el interior de la selva y otros aprisionados por el gobierno en áreas urbanas, como en Puerto Leguízamo; sin olvidar a los que ya fueron aniquilados y solo están en la memoria de nuestros espíritus.
*Han transcurrido 134 años en que fue expedida la Ley 89 de 1890, máxima expresión de exclusión social, económica y política que nos consideró ciudadanos salvajes, semisalvajes y civilizados, y nos entregó como menores de edad al Estado del Vaticano, quienes se apropiaron de la administración para la asunción de responsabilidad en la justicia y educación en nuestros pueblos, una política de Estado tan bárbara, que nos colocó en el piso de la pirámide de la marginación, rodeados de hostilidad, de áreas urbanas y colonos, de vacas y cercas, de ruindad ecológica y alienación de conciencia.*
Hoy la estructura del Estado que es un remedo intelectual de la democracia europea muestra su fracaso en la comprensión de lo diferencial, no tiene la voluntad humana de entender y comprender las consecuencias funestas de la pandemia que arrasa los tratados de libre comercio, solo la unidad, territorio, cultura y autonomía nos ha de dar los elementos de volver al origen con nuestras instituciones milenarias en salud, justicia, ordenamiento del espacio vital, espíritus y deidades para sobrevivir al COVID 19, lo que permitirá despojarnos de las estructuras democráticas europeas creadoras del sistema corrupto republicano, esperamos que esta nueva pandemia que generará quiebras económicas no sea una excusa para volver con más tenacidad a nuestros territorios a despojarnos, porque eso sería peor que la misma pandemia que nos tiene confinados.