“Desde hace tiempo, exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin, todo; ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y circo.”
Sátira X, Décimo Junio Juvenal, Siglo I.
Han sido las sociedades más violentas las que han disfrutado espectáculos en los que el show central es la exacerbación de la furia de los animales y su posterior tortura y muerte en manos del hombre como una mal interpretada forma de demostrar el poderío humano sobre la inferioridad de las “bestias”.
Fue así como durante más de 600 años, en el Coliseo de la antigua Roma con excusa de cualquier celebración, se organizaban este tipo de espectáculos que se dividían en tres sesiones: por la mañana se desarrollaban las venationes o cazas de animales usualmente exóticos y desconocidos para el animoso público; al mediodía las ejecuciones de los condenados a muerte o damnatio también en las garras o afilados dientes de animales enfurecidos y por la tarde, las famosísimas luchas de gladiadores, las únicas que no utilizaban de forma brutal a los animales.
Para el entretenimiento de los romanos habrían sido traídos desde sus países de origen recorriendo larguísimas distancias por mar o tierra, leones capturados en Mesopotamia y Libia, hipopótamos de Egipto, tigres de Hircania, leopardos de Libia y Getulia, elefantes de la India y África, jabalíes de Germania, osos de Dalmacia e Hispania, perros de Escocia, ciervos de Córcega y Sicilia, hurones, toros, cocodrilos, bisontes, camellos, ciervos, caballos, cabras, ovejas, onagros, hienas, cebras, grullas, linces y un largo etc. [i]
La consecuencia de esta continua cacería no podía ser otra más que la extinción de múltiples especies como los elefantes en el norte de África, los leones en Grecia y las avestruces en Jordania, negándonos a las futuras generaciones la posibilidad de conocerlos y disfrutar de su compañía y belleza además de perder estabilidad en ecosistemas que posteriormente serían utilizados, de manera forzosa, en la agricultura.
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Los desconocidos animales eran ocultados del público previa su presentación, en jaulas en los llamados vivaria, parques especiales ubicados al nordeste de Roma, de donde posteriormente eran trasladados a los túneles subterráneos del Coliseo esperando el momento de su liberación a través de una trampilla para subir a las arenas.
Muchos han sido los historiadores de la época que narraron hechos en los que se ponía de manifiesto la naturaleza sintiente de estos seres en la que inclusive pareciera que presentían el triste final que les esperaba así como la repugnancia de la manera vil en que eran tratados en búsqueda de un mayor disfrute de los espectadores.
El poeta y creador de los modernos epigramas, Marcus Valerius Martialis, originario de Hispania (la actual España) y convertido en ciudadano romano a comienzos del siglo I, en sus obras describió personajes de su época: emperadores, funcionarios públicos, escritores, filósofos, abogados, maestros, médicos, fops, gladiadores, esclavos, enterradores, gourmets, esponjas, amantes seniles y libertinos repugnantes.
En su primer libro celebró la construcción por el emperador Tito del Anfiteatro Flavio, actualmente conocido como Coliseo, haciendo referencia a que un elefante se había postrado en posición suplicante ante el emperador “sin que su domador se lo enseñara”. [ii]
El político, militar e historiador romano Lucio Casio Dion quien ha servido de fidedigna referencia histórica por sus escritos sobre la historia de Roma, así como el filósofo, político, orador y escritor romano de la época, Séneca el Joven, recogieron también en sus escritos este evento singular ocurrido durante la inauguración del monumental teatro (55 a.C.).
En su narración describen cómo Pompeyo ordenó soltar una veintena de elefantes africanos en el circo para darles caza. Además de instalar rejas de hierro para proteger al público, se seleccionó a un grupo de gétulos, un pueblo nómada del desierto, para enfrentarse a los elefantes. Uno de ellos enfurecido por el dolor causado por un venablo [iii] clavado en su pata, le arrancó con su trompa el escudo a uno de los cazadores y lo lanzó al aire.
El fervor del pueblo romano fue tan atronador que los animales, asustados, intentaron salir en estampida, pero viendo que no había escapatoria comenzaron a emitir un sonido lastimero, como de súplica, que conmovió a los espectadores y al propio general, que les perdonó la vida.
El presentimiento del final que los esperaba anunciado por la algarabía de las gradas hacía que estas inocentes víctimas se negaran a salir de sus jaulas siendo pinchados, azuzados con antorchas o como lo narra Séneca:
“Los sirvientes del anfiteatro han encontrado un nuevo método para irritar a las bestias poco antes de enviarlas arriba desde los subterráneos de la arena. Para ponerlas feroces, se muestran ante ellas en el último momento atormentando a sus crías. Y he aquí que la naturaleza feroz de las fieras se triplica y el amor hacia sus cachorros las hace del todo indomables y las empuja como enloquecidas contra las lanzas de los cazadores”.
Aunque no existe certeza sobre las cifras se calcula que durante el reinado de Calígula se mataron 160.000 animales en tres meses; mientras que Trajano celebró su victoria sobre los dacios ejecutando a 11.000 en 123 días.
La vanidad de los emperadores romanos era proporcional a la bestialidad de los espectáculos queriendo siempre ser superada la anterior con animales más exóticos, en mayor cantidad y asesinados de forma más cruel y sangrienta.
Casio hizo referencia a que resultó un “espectáculo más grande que agradable” el organizado por el emperador Probo en el cual en una de las missiones passivae [iv] lanzó a la arena al mismo tiempo cien leones, cien leopardos africanos, trescientos osos y cien sirios.
Aunque nos separan más de dos milenios de los tiempos de inauguración y funcionamiento del majestuoso Coliseo romano aún se conservan en nuestra sociedad expresiones de esta brutalidad con la que se divertía el pueblo durante el siglo I.
Las corridas de toros, las corralejas, las peleas de gallos, el uso de caballos para las visitas de turistas a la ciudad amurallada en Cartagena y la captura y mantenimiento en cautiverio de animales exóticos cuya naturaleza es la libertad, muestran que nuestra sociedad aún no se encuentra preparada para entrar en la civilidad que implica renunciar al maltrato animal y entender a estos seres sintientes como objeto de derechos entre los cuales está el no ser tratados con crueldad ni para fines de disfrute a partir de su dolor.
Glosario:
[i] Como explica la arqueóloga e historiadora María Engracia Muñoz-Santos en Animales in harena (Confluencias).
[ii] Liber Spectaculorum, Marcus Valerius Martialis, 80 d.C.
[iii] Dardo o lanza corta y arrojadiza.
[iv] Lanzamientos mixtos de muchos animales.