Aunque hoy todo ejercicio intelectual o de creación vaya acompañado del estribillo “en tiempos de pandemia”, como arroz en almuerzo colombiano, llegará el momento en que se hablará de tales tiempos en modo pretérito; faltarán meses o años, pero comenzaremos a visualizar un panorama claro, el bosque y no solo los árboles, de cómo nos afectó este periodo, individual y socialmente, de aquello que se hizo bien y lo que no. Este es solo un intento de subrayar algunos hechos que han surgido o que se han acrecentado en esta época, una reflexión para mostrar quiénes han estado a la altura de los tiempos, y quiénes respondieron solo con egoísmos, cuando más se les requería.
1. Los de los medios. La pandemia alimentó una forma de circo, de parte de los medios de comunicación, tradicionales y digitales, consistente en varios espectáculos; uno de ellos son las dosis de miedo administradas periódicamente. Ya es vergonzosamente evidente el sesgo en el uso del lenguaje cuando aparece un “nuevo hallazgo” sobre el COVID-19, su letalidad, formas de contagio, secuelas, etc. Por supuesto, el titular de la noticia científica o pseudocientífica debe ir acompañado por términos como “preocupante”, “desolador” o “desgarrador”. No se trata de negar la existencia de la enfermedad, pero se ha caído en el uso de declaraciones alarmistas, incluso incendiarias, presentadas con alguna especie de guion o libreto, como si se tratara de una serie de suspenso que busca mantenernos enganchados (¿o engañados?).
Frente a la pandemia y frente a otros planos de la vida colectiva, queda la impresión que los niveles de desinformación, verdades a medias, fake news, llegarán cada vez más a puntos en que los medios deberán hacer un alto en el camino y replantear sus principios éticos y legales desde los cuales se establezca qué está permitido y qué no. Debe entenderse que en la pandemia y en otras situaciones sociales, dependientes de la información transmitida, lo que está en juego son vidas humanas y no niveles de rating, likes o visitas a una página.
2. Los de arriba. A un nivel político, con los años se evidenciará que el manejo que se le dio a la pandemia estuvo lejos de ser el más adecuado, más bien se tomó como cortina de humo para agravar mediante distintas decisiones los niveles de desigualdad social. Esto de por sí ya es más que evidente, pero los años nos mostrarán la contundencia de este oscuro paisaje de avaricia y corrupción. El hambre, la quiebra económica de familias y empresas, el abandono al que fueron sometidos distintos gremios, todo esto termina siendo mucho más triste que lo directamente ocasionado por la enfermedad.
3. Los de abajo. Quizá por la reducción del enorme flujo de personas en espacios públicos que se vive en las grandes ciudades, quizá por la búsqueda innata de calor humano, de nuevas formas de comunicarnos y sentirnos, de sustituir los besos, los abrazos y el estrecharnos la mano, ha surgido un espíritu colaborativo; como forma de adaptación, nos volvimos más empáticos, ha surgido una especie de aura de buena complicidad en la vida de barrio y frente a esta “nueva realidad”. Resulta gratificante darse cuenta que el ciudadano de a pie, Juan Pérez, el vecino de la tienda, las muchachas de la cafetería, don Chucho el de la fama, la chica de la farmacia, todos ellos han estado a la altura de las circunstancias.
Pero no le echemos la culpa a la pandemia, hace años dejó de sorprendernos que los medios de comunicación y los gobiernos de estas repúblicas bananeras no den la talla frente a las necesidades sociales, en particular aquellos de corte neoliberal, que paradójicamente nos llevan a vivir como en un reino feudalista, medieval… Claramente para miles de familias, esta peste ha sido negra. ¿Para el pueblo? Todo, pues su voz es la voz de Dios, a cambio solo ha recibido duros mendrugos de pan y mucho circo; que así no sea per secula seculorum.