Paloma Valencia y su cruzada por la defensa del salchichón

Paloma Valencia y su cruzada por la defensa del salchichón

Ahora que está en boca de todo mundo la reforma tributaria, se le ocurrió la idea de caricaturizarla como un atentado contra la integridad del salchichón

Por: Fredy Alexánder Chaverra Colorado
agosto 30, 2022
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Paloma Valencia y su cruzada por la defensa del salchichón
Foto: Archivo

A la senadora Paloma Valencia le asisten dos grandes certezas: el uribismo representa a la mitad del país y la reforma tributaria acabará con el salchichón. Así que en su renovado rol de opositora anda promoviendo una cruzada nacional contra lo que ha llamado la “reforma del salchichón”. Nunca se me hubiera pasado por la cabeza que el embutido de origen griego y romano, tan popular y reconocido, fuera de tanta importancia en la dieta cotidiana de una digna descendiente de Guillermo León Valencia. Seguro fue su abuelo el que le heredó ese amor por los embutidos, por la política y hasta por los bombardeos a medianoche.

A Paloma se le ocurrió la “brillante” idea de caricaturizar la reforma tributaria como un atentado contra la integridad del salchichón. Tal vez así pueda encender la hoguera de una indignación ciudadana que movilice las calles y desestabilice el gobierno Petro. Pues así pasó con la amenaza vedada al huevo en la fallida reforma de Carrasquilla, momentum que capitalizó la oposición para activar la ruptura social más grande en la historia reciente del país.

El lío es que la senadora se equivoca tanto en el diagnóstico como en la estratégica. Primero, el uribismo no es la mitad del país, ni siquiera es la mitad del electorado activo. El uribismo se puede tasar en lo que alcanzó su lista al Senado; es decir, 1.945.905 votos. Nada más. Tampoco se puede olvidar que fue el mayor derrotado en las elecciones legislativas, que no tuvo un candidato propio en la primera vuelta y que se convirtió en un “lastre” en el ecosistema de la derecha. Nadie sensato puede creer que la bancada del Centro Democrático representa “la Colombia que no votó por Petro”, eso solo lo creen los uribistas que no quieren asimilar su desgaste y desprestigio.

Y ciertamente ha sido un desgaste acelerado, pues el Centro Democrático no ha cumplido ni una década de existencia, solo tiene ocho añitos, muy poco en la vida de un partido político. De su debut como la fuerza de oposición más radical desde la laureanista va quedando muy poco; ahora, y para angustia de Paloma, no la tiene tan fácil para hacer invivible la república, movilizar la opinión en contra de un gobierno o proyectarse como alternativa de poder. Resultado de sus propios errores y contradicciones, de su incapacidad de renovarse, asumir nuevas agendas o sobreponerse al desprestigio de la dupla Uribe-Duque.

El segundo error de la senadora es que no se puede erigir como una defensora creíble del salchichón. Tal vez asumiendo que pocos colombianos leerán el texto de la tributaria -y ciertamente pocos lo leerán- pensó en reducir la crítica a una imagen cercana y simple. Pero es algo en lo que no tiene mayor credibilidad, mucho menos viniendo de una de las senadoras más visibles de un partido que gobernó con derroche e insensibilidad hacia los sectores populares. El partido de un presidente que acuñó su efigie en monedas de oro y que no la pensó dos veces para impulsar una tributaria en un país asediado por el hambre. ¿Entonces, recién ahora les viene a importar el salchichón?

De ahí que el patetismo de ver a diez personas gritando “no a la reforma de salchichón” sea la imagen más elocuente del lamentable deterioro político del uribismo. Atrás quedaron los años de férrea oposición, cuando el Centro Democrático era un huracán que arrasaba en las calles, recogía millones de firmas, tumbaba plebiscitos e imponía desconocidos en la Casa de Nariño. Con fortuna el país cambió y la debacle uribista contribuyó a oxigenar un país socialmente sometido a los caprichos de un caudillo.

El único consuelo que le queda a Paloma es que ella nunca tendrá mayor dificultad para comprarse un pedazo de salchichón.

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