Los que asisten al Congreso a diario pueden dar fe que Paloma Valencia no es ninguna marioneta de Uribe. Ella, impetuosa y anárquica desde los días en que desafiaba a las estrictas profesoras y del colegio Santa María de madres Benedictinas de Bogotá, no se puede quedar quieta en su puesto de senadora, sobre todo cuando en el estrado está algún parlamentario que ha decidido despellejar a su líder, quien casi siempre se sienta delante de ella. “Levantémonos Presidente, no tenemos por qué escuchar esto”. Uribe, sereno, le hace una señal con su cabeza para que se tranquilice. Paloma toma aire y refunfuña para sus adentros.
A Álvaro Uribe lo aprendió a admirar desde los días en que estudiaba Derecho y Filosofía en los Andes, universidad que fundó su abuelo Mario Laserna en 1948. La posición que asumió el entonces gobernador de Antioquia sobre políticas de seguridad en donde el ciudadano tenía el derecho y el deber de protegerse de la subversión, la convencieron de que él era el líder que necesitaba un país que se caía a pedazos.
Desde el colegio quería ser periodista o escritora y no presidente, como su abuelo Guillermo León, o senadora como su papá Ignacio. De su bisabuelo Guillermo Valencia Castillo, también congresista, heredó el gusto por la literatura. Antes de fundar el periódico mural de su colegio, de abrir una radio comunitaria con una amiga en la universidad, de ser integrante del equipo de Blu Radio y de crear la página web La otra esquina, Paloma escribió dos novelas: una hablaba del sufrimiento de una jovencita de clase alta que tenía que dejar su país por culpa de la violencia; la otra de una leprosa que tenía que ver la manera como a diario se le desprendía del cuerpo un brazo o una pierna. Álvaro Uribe logró aquello que sus antepasados no pudieron: convencerla de continuar casi que un legado familiar: la política y el poder.
Pero el poder a su manera, más con ideas, argumentos, debates y posturas, que con puestos o nombramientos la puso en la política.
Conoció a Álvaro Uribe en septiembre del 2003 cuando su abuelo Mario Laserna Pinzón recibió la Cruz de Boyacá en la Casa de Nariño. En la reunión alrededor del café que ofrecen después de los homenajes en la Presidencia, y aunque allí estaba presente su tío, el desaparecido ex senador Juan Mario Laserna, fue su hermana Dorotea –esposa de Juan Carlos Pastrana- quien la introdujo al Presidente. Contrario a lo que podía pensarse, la joven filósofa de 25 años no dudó en interpelarlo atrevidamente: “Señor Presidente usted va a perder el referendo”. La advertencia, a un mes de las elecciones, inquietó al mandatario y según el periodista de Kien y Ké David Baracaldo los argumentos de Paloma resultaron convincentes: “El hecho de que el referendo no vaya a coincidir con elecciones locales significa que la gente va a participar muy poco. Usted tiene suficiente prestigio para ganar el referendo, pero la gente en la provincia sale a votar si alguien la mueve. Usted tiene que hacer que los políticos suyos en las regiones se comprometan con el referendo, para que la gente entienda que debe haber una movilización masiva, sino con una votación baja, usted pierde”, y dos días después el Presidente aplicaba los consejos de la joven.
Aunque la votación del Referendo se perdió, desde entonces Paloma Valencia se convirtió en una de las voces más escuchadas por Uribe. Las pocas discusiones que han tenido solo han sido por el desaliñe de la congresista que choca con la formalidad de Uribe. Ella a eso no le para bolas, tanto que se considera “una bola de mugre”. Sus copartidarios le hacen bromas diciéndole que el líder del Centro Democrático, al verla venir de lejos, se asusta porque cree que es una seguidora del Polo que viene a insultarlo.
El pelo suelto, la cara lavada, los jeanes deshilachados, desordenada, así anda Paloma, auténtica y frentera, tan directa que para algunos es francamente insoportable. Con vehemencia y con los ojos desorbitados se estrenó en la oratoria parlamentaria confrontando las acusaciones de vínculos con el paramilitarismo con las que el senador Iván Cepeda recibió a Álvaro Uribe en el Congreso; propuso, también, que se dividiera racialmente el departamento del Cauca en dos; y le cobró, despertando la furia de los animalistas, en un trino a un oso de anteojos la osadía de haber matado un novillo en los páramos de Cundinamarca; lo último fue dejarse grabar en un frente a un retrato de Álvaro Uribe convertido en el Sagrado Corazón de Jesús, al que le debe su llegada al Congreso.
Esas salidas originales o provocadoras le han ganado la admiración y el desprecio de medio país. Los memes con su imagen pululan en las redes. Columnistas como Daniel Samper Ospina han hecho sátiras inspiradas en ella y el mismo Héctor Abad Faciolince no le rebaja columna. Paloma, lejos de guardar rencores, ha invitado al escritor a que lo acompañe en una correría por el Cauca para que vea que ella también tiene buen humor y que el único objeto de sus burlas es ella misma.
Sus ideas conservadoras, aunque no tanto como las que pregona su padre Ignacio Valencia López –uno de los firmantes del Movimiento de Unidad Republicana promovido por Juan Gómez Martínez y Fernando Londoño-- terminan compensados con la independencia de sus desplantes y libertad de opinión que revelan más la influencia de su abuelo, el iconoclasta Mario Laserna, un hombre del corazón del establecimiento, hacendado del Tolima, amigo de Eistein que no titubeo a la hora de integrar las listas del M-19 para la Constituyente del 91 en las que salió elegido.
Una independencia que tomó nuevamente forma con su anuncio de su sorpresivo embarazo y su matrimonio con el economista y matemático de Oxford Tomás Rodríguez Barraquer a quien conoció hace 13 años cuando terminaba su tesis en Los Andes y a quien le dedica ahora todas esas canciones de Miguel Bosé que tanto le gustan. Tendrá como suegro al ex ministro de medioambiente y uno de los principales líderes ambientalistas del país Manuel Rodríguez quien muy seguramente logrará introducir en la agenda política de Paloma, la defensa del medio ambiente y el combate contra el cambio climático. Su última decisión confirma que lo suyo no es solo la política ni su obsesión el poder y que su sueño no es la Presidencia sino llegar a vieja, volver a ver Amores Perros, Hiroshima mon amour en la tranquilidad de una finca en el Tolima, su otra tierra, en donde pueda cabalgar tranquila, darle maíz a las gallinas y leer, los tres ejercicios de meditación que le enseñó su abuelo Mario Laserna Pinzón.