Carta abierta a Julio Sánchez Cristo y Vicky Dávila, W Radio
Apreciadxs periodistas:
De forma esporádica seguí la campaña de donaciones bajo el lema de “Pa’lante Pacífico”, lanzada por la W Radio en conjunto con la Universidad de los Andes, con el objetivo de combatir la tan negativa estadística de que “solo cuatro de cada mil estudiantes del litoral Pacífico entran a una universidad acreditada”. Pues bien, el éxito de la misma (más de 7000 mil millones recaudados) es realmente asombroso y no es sorprendente que sea causa de orgullo para las dos entidades patrocinadoras de este fervoroso esfuerzo.
Me alegro, hasta cierto punto, con tan espectacular logro. Me alegro de que algunxs jóvenes del Litoral puedan estudiar en la Universidad de los Andes, si así lo desean. Me alegra ver esta demostración emocionada de solidaridad por parte de conciudadanxs y empresas ante una causa que consideran justa. Pero mi regocijo no dura mucho, y quisiera explicar brevemente por qué. Quiero aclarar que al enumerar mis desacuerdos no pretendo representar al Pacífico, ni mucho menos hablar por sus jóvenes. Lo hago como académico e intelectual crítico cuyo trabajo y preocupación por el Pacífico lleva más de veinticinco años; lo hago como analista de la relación entre la producción de conocimiento, por un lado, y el poder, por el otro; lo hago también con la profunda indignación que siento ante un mundo y un país cada vez más desigual, más devastador de la Tierra, y más violento, corrupto y cínico ante todos estos problemas. Lo hago como una expresión mesurada de la digna rabia que toda persona debería sentir hoy en día ante este estado de cosas. Explicaré mis motivos de la forma más sucinta posible, aunque cada punto daría para reflexiones más profundas (muchas de las cuales se dan en una diversidad de espacios sin que afloren en los medios masivos).
Tengo tres preocupaciones interrelacionadas sobre Pa’lante Pacífico y esquemas similares, incluyendo Ser Pilo Paga. La primera surge de reflexionar sobre el modo de inserción de la academia en sistemas globales de poder cuyos resultados para el planeta son cada vez más nefastos; la segunda tiene que ver con el papel de la academia en perpetuar, o cuestionar, dicho modelo; la tercera, finalmente, se refiere a la relación entre la llamada educación de calidad y los avatares del desarrollo en la región.
1. La academia como parte integral de sistemas globales de poder
Mi primera preocupación surge de reflexionar sobre el lugar de la academia dentro de la dinámica socioeconómica global de las últimas décadas, marcada por un modelo cada vez más concentrador de la riqueza. La socióloga Saskia Sassen, una de las estudiosas más constantes de este modelo, lo caracteriza con el término de “expulsiones”. En su reciente libro del mismo título, afirma que estamos ante un nuevo sistema de poder cuya complejidad no logramos entender con las categorías establecidas, pero cuyos efectos son brutalmente simples: la expulsión masiva de la gente de sus territorios, de la vida de la biosfera (crisis de biodiversidad), de las economías locales del espacio de la economía, de los ciudadanos de sus sociedades (encarcelación masiva), entre otras. Desplazamiento masivo, acaparamiento de tierras y de agua y, sobre todo, híper concentración de la riqueza en las capas superiores son los resultados más visibles de esta nueva configuración de poder. Las cifras hablan por sí solas. “El 1% de la población mundial acaparó el 82% de la riqueza generada el año pasado, mientras que la mitad más pobre no se benefició en absoluto”, comienza aseverando el informe de Oxfam sobre la desigualdad global de enero del 2018. Este 1% concentra casi la mitad de la riqueza del planeta mientras que al 50% mas pobre solo le queda el 0.7% de ella. Colombia es el cuarto país más desigual del mundo (Banco Mundial 2016), y América Latina la región con la mayor desigualdad del planeta[1]. Poco se discuten estos datos molestos en los medios y las universidades, y se ocultan desde el estado. No es de sorprenderse que los movimientos sociales se refieren al modelo imperante como capitalismo de despojo y proyecto de muerte, resaltando la triada de capitalismo, corrupción y guerra. ¿Cómo no verlo de esta manera? ¿No es despojo lo que ocurre a lo largo y ancho del territorio colombiano, aún en tiempos del mal llamado posconflicto, y no es esta la verdadera razón detrás de los asesinatos sistemáticos de líderes y lideresas sociales y las masacres anunciadas contra las comunidades étnicas y campesinas que se resisten a este modelo?
Los estados, las corporaciones, las academias, y las religiones organizadas han sido históricamente actores clave en la construcción de este tipo de sociedad. En términos de la academia, asistimos a una economía política y simbólica de la educación superior donde se agranda la brecha entre las universidades privadas de élite y todas las demás. Es decir, la polarización creciente de la academia refleja y obedece a la misma dinámica híperconcentradora de la economía global, todo lo cual se naturaliza en términos de “ránkings” y “estándares de calidad”, los cuales favorecen la privatización de la educación superior y la desfinanciación de la universidad pública.
2. El papel de la academia en el sistema de poder globalizado
Tomada como un todo, la academia se está rindiendo cada vez más a la presión ejercida sobre ella para formar profesionales que puedan “tener éxito” en mercados globalizados. Aunque me baso en mi experiencia de casi cuatro décadas circulando por las academias de Estados Unidos, América Latina y Europa, no es esta una observación puramente personal; hay un debate activo en muchos países sobre la privatización y neoliberalización de la universidad, la corporatización de las revistas académicas, y la normalización de estándares de calidad impuesta desde el Norte Global. No es gratuito que haya tantos jóvenes interesados en estudiar en universidades de élite, aún a costa de endeudamientos onerosos (recientemente denunciados por el cantante inglés Roger Waters), y que se concentren en carreras como economía, negocios internacionales y relaciones internacionales, o en aquellos campos de la ingeniería donde se esté dando innovación de punta. A veces menciono en mis conferencias, para provocar el debate, que todas estas carreras son precisamente las más funcionales a un sistema que está devastando el Planeta y creando sociedades cada vez más explotadoras y despiadadas.
Mi pregunta más importante, sin embargo, es otra. ¿Dónde están los espacios en las universidades para formar las y los profesionales, cada vez más indispensables, que nos ayudarán a imaginar aquellos otros mundos posibles genuinamente sustentables, justos y compasivos? ¿Cuáles deberán ser los campos de conocimiento y los abordajes que nos ilustren sobre las transiciones civilizatorias a las cuales todas las sociedades se verán abocadas dada la crisis ambiental, social, climática, y de significados? A Einstein se le atribuye el dictum de que “no podemos resolver los problemas de una sociedad con la forma de pensar que los produjo”; como también se ha dicho, “enfrentamos problemas modernos para los cuales no hay soluciones modernas”. Extrapolando al contexto colombiano, diríamos que no podemos pensar el posconflicto con las categorías que crearon el conflicto —tales como “desarrollo”, competitividad, locomotoras, megaminería, agrocombustibles, transgénicos, glifosato, etc.— precisamente lo que pretende la élite política y económica. Ninguna universidad del mundo está abordando esta problemática civilizatoria. Las llamadas tecnologías y economías verdes son business as usual (más de lo mismo), y la generalidad de los esquemas de innovación no se salen de los paradigmas establecidos, subordinados a obtener resultados positivos en términos de mercado.
Esta problemática no es cuestión de intenciones, es sistémica e histórica. Cuatro décadas de vida académica me han demostrado que entre más elitista la universidad, más cercana a los círculos de poder, más convencional su visión del mundo, y por tanto más alejada de las experiencias, saberes y necesidades de los sectores populares marginados y explotados, incluyendo el mundo viviente no-humano. Tomemos las universidades más famosas, las harvards, stanfords y yales de EUA, tan aduladas por nuestras élites. Sin duda habrá allí investigación considerada de punta; pero, tomadas como un todo, son instituciones profundamente atadas a las dinámicas de poder, a veces de forma bastante cuestionable. ¿Cuántos gobernantes corruptos y violentos del mundo no han pasado por uno u otro programa de la U. de Harvard, como aquellos de la Kennedy School of Government –de nuevo, tan preciada por nuestras élites políticas? Insisto: estoy hablando de las instituciones de élite tomadas como un todo, no de individuos particulares. Tengo queridxs amigxs y colegas cercanos en muchas de estas universidades de superélite, tanto en Estados Unidos como en Colombia, cuyo trabajo crítico es de invaluable importancia. No me sorprendería que algunxs de lxs estudiantes becadxs en Los Andes se beneficien también de estos espacios. No hay universidad ni disciplina donde no existan espacios de disenso. Pero el problema va mucho más allá de individuos o instituciones particulares.
3. La relación entre la academia y el “desarrollo” del Pacífico
Nadie en su sano juicio se atrevería cuestionar la afirmación de que el Pacífico es “subdesarrollado”. Una simple inversión de esta naturalizada fórmula bastará para al menos sembrar alguna duda al respecto: al Pacífico no lo está matando “la falta de desarrollo”, como reza el mantra académico-mediático, sino su exceso. Durante cuatro décadas, las estrategias para el desarrollo “sostenible” de la región se han sucedido las unas a las otras mientras los problemas se agravan. Lo dijo de forma clara y contundente la cantadora Elena Inestroza Venté, del grupo Integración Pacífica, en un evento reciente de artistas Afrodescendientes en la Cinemateca la Tertulia de Cali (Diciembre 22 del 2018): “El Pacífico no necesita que le den una mano, el Pacífico necesita que le quiten el pie de encima de la cabeza”. Y continuó: “¿Para qué sirve el progreso si pierdo la libertad?” Celebramos la diversidad y las hermosas y sabias culturas afro e indígenas mientras las acabamos. Una centena de economistas o ingenieros de la región, por “emprendedores” que sean, no cambiarán este estado de cosas. Más aún, la mayoría, me temo, se insertarán en la dinámica elitizante tendiente a mantener el business as usual, refrendarán la mirada liberal desarrollista basada en “carencias” y “necesidades” a ser supuestamente satisfechas por una mayor inversión capitalista, la cual no modificará de forma sustancial la dinámica de expulsión de gentes y devastación de ecosistemas. No serán los megaproyectos y el emprendedurismo neoliberal o filantrópico los que “salvarán” al Pacífico. Como vienen insistiendo muchas de las agrupaciones étnico-territoriales de la región, una perspectiva de defensa y fortalecimiento de los mundos Pacífico debe orientarse hacia el Buen Vivir de las comunidades con base en la preservación del territorio y su autonomía. Hay que subordinar la economía al Buen Vivir, no al contrario como lo hacen las estrategias de desarrollo.
Como lo han expresado algunos comentarios en la página de la W, ¿por qué no pensar más bien en fortalecer las universidades de la región (tales como la U. del Pacífico en Buenaventura, o la U. Tecnológica del Chocó), o las universidades públicas con competencia histórica en ella (Nariño, Cauca, Valle, Antioquia?), sin sugerir que las intervenciones de estas últimas no conlleven problemas o que sean una panacea? ¿Por qué a los medios masivos y a los actores económicos no se les ocurre lanzar una cruzada por universidades públicas para la construcción de los sueños de los pueblos étnicos del Pacífico? No es coincidencia que este tipo de campaña tome tanta importancia para la universidad privada ante las críticas ya ineludibles al programa Ser Pilo Paga. Los rectores de las universidades de élite podrán proferir declaraciones piadosas en apoyo a las IES públicas, pero no podrán ocultar el hecho de que este tipo de programas contribuyen a fortalecer a la universidad privada en detrimento de las públicas. Nos alegran la valentía y lucidez del movimiento estudiantil en defensa de estas últimas durante los meses recientes, y confío en que esta nota contribuya en algo a crear conciencia sobre lo que está en juego.
Pa’lante Pacífico, finalmente, no puede ser desvinculada de una historia de siglos de representaciones etnocentristas sobre la región y del racismo estructural aún prevaleciente. Recicla aquella economía simbólica (tan prevalente entre las elites blanco-mestizas de las grandes urbes del país) de un país euro-andino “civilizado” que extiende su mano caritativa a un Pacífico “atrasado” negro e indígena incapaz de valerse por sí mismo. Quitarle el pie de encima de la cabeza, es decir, del imaginario, a este discurso acomodado es el primer paso para quitarle el pie de encima de sus territorios. El Pacífico es una región bajo ocupación, a veces armada, aunque con mayor frecuencia por megaproyectos de infraestructura y desarrollo. Es la visión euro-andina de la vida —liberal, moderna, capitalista, racista y heteropatriarcal— la que ocupa la diversidad de mundos y visiones étnico-territoriales que habitan el Pacífico.
Para terminar, algunas sugerencias concretas:
- Es necesario apoyar decididamente los movimientos por el fortalecimiento de la educación superior pública. Oponerse a las tendencias hacia la privatización de la educación superior a través de políticas públicas, o de forma indirecta (como las campañas que estamos discutiendo).
- Invitar a las y los jóvenes a optar con orgullo por la universidad pública y, ya sea que estudien en universidades privadas o públicas, a mantener un espíritu crítico sobre el mundo. Es necesario renovar el debate sobre qué es una “educación de calidad”, más allá de la preparación para el “éxito” en términos materiales y de mercado.
- Invitar a la academia en general a resistirse a las escalas naturalizadas de prestigio y de evaluación del conocimiento organizadas desde las instancias corporatizadas del Norte Global. Poner de relieve la relación entre los rankings de llamada excelencia y los intereses de las élites globales y el modelo híperconcentrador de la riqueza.
- Abogar por la diversidad de criterios del conocimiento y del saber (democratización epistémica), y promover el estudio sostenido de alternativas de vida y de mundo genuinamente sustentables y plurales. Darle contenido real a la noción de que otros mundos —y otro Pacífico— son no solamente posibles sino necesarios.
- Repensar el programa Ser Pilo Paga, considerando opciones que van desde su eliminación (como parte de una estrategia para que el estado reasuma su responsabilidad para con la universidad pública), o como mínimo restringirla a las IES públicas, con la posible excepción de aquellos estudiantes que quieran estudiar carreras que no existan en las universidades públicas de su región.
- Invitar a los medios masivos a reflexionar sobre su responsabilidad en propagar y perpetuar la visión y modelo de mundo de los poderosos; es desde esta visión desde donde se reportan las noticias y se arman los debates del día a día. Invitarles a reportar desde las categorías y saberes de las comunidades y pueblos que se resisten al despojo y la devastación imperantes. Hay en los espacios populares una inmensa y diversa riqueza de alternativas y respuestas a la crisis civilizatoria, mundos que se resisten al mundo capitalista globalizado donde solo cabe el mundo de los mercados, la competitividad y el consumo, mundos emergentes que dan esperanza a la noción de pluriverso como un mundo donde quepan muchos mundos. Poco o nada saben los medios masivos de estas realidades emergentes y estas otras nociones de lo posible.
Siento que esta nota haya resultado más extensa que unos pocos “trinos”, y que no pueda encapsularse en unas cuantas fórmulas mediáticas. Es lo mínimo que puedo decir en mi intento por tratar con seriedad una situación muy compleja, y de hacerlo con respeto hacia todos los actores involucrados —las universidades privadas, los medios y especialmente a los jóvenes del país y del Pacífico—, quienes son en última instancia los destinatarios de esta nota.
Atentamente,
Arturo Escobar
Profesor de Antropología Emérito, Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill.
Profesor Ad-hoc, Doctorado en Ciencias Ambientales, U. del Valle, Cali.
Profesor Ad-hoc, Doctorado en Diseño y Creación, U. de Caldas, Manizales.
Miembro, Grupo de Académicos e Intelectuales en Defensa del Pacífico Colombiano, GAIDEPAC.
[1] BBC, Los diez países más ricos del mundo … y los diez más desiguales, 2 de julio de 2018.