“Dinosaurios educando colibríes” (Pedro Rojas).
Restrepo, Valle del Cauca, 20 de 0ctubre de 2017
10:00 p.m., desde el hogar.
Estimado Miguel, cordial saludo…
Motiva esta carta la serie de diálogos sostenidos en los encuentros forzados por nuestro deber, esos episodios entrecortados de lenguajes que nos hemos construido entre un café y un disparate, tejidos en nostalgias y recuerdos de cuando eras mi estudiante hace diez años; charlas que han tenido espacio en las capacitaciones relámpago que florece la burocracia educativa siempre a final de año, siempre inoportunas, frívolas y con tan poca profundidad; la verdad fue una sorpresa para mí que nos descubriéramos como docentes en la suma de estos tiempos. Es también verdad que lo menos que quiero es ser un ejemplo para ti, así suene tentador acomodar una u otra experiencia que magnificas, que me impugnes este u otro episodio de saberes compartidos o acciones infringidas como insignes de un bendito proceder o de una maldición afortunada propinada en su momento… sé ahora que nos sabemos la educación con ese sinsabor de ser la emisaria de las buenas y las malas nuevas, de sernos la oportunidad a verificar tanto las luces como los claroscuros del alma y poder ser desde la palabra tanto artífice del ejemplo, el mal ejemplo o el contra ejemplo. Qué bueno que en estos cafés nos hayamos revelado humanos, que nos sepamos el que es en la imperfección desde donde partimos y no desde esa impolutez del discurso maldito de los ministerios, de esa ridícula asepsia del prohombre sin tacha que resulta más mentirosa que cierta, en los manuales de uso o las instrucciones para ser docente…
Claro que somos más que eso, Miguel, créeme que aún me cuesta entender cómo fue que llegaste hasta aquí, sé que afortunadamente no fue por mi culpa, me puedo declarar inocente por no haberte precipitado hacia esta decisión que nos tiene revolcado el seso y el sentir. Es lo que me has dicho y eso realmente me conforta. Pero ya que estamos aquí, más nos vale asumir con responsabilidad social y moral, de afincada consciencia a las sensibilidades de los chiquillos y chiquillas a los que nos damos de cena todos los días -ahora me pongo trascendental-; mi muy estimado ahora compañero y antes incitador de inquietudes y revoltoso de decires, sé por tu tiempo de estudiante conmigo que tienes la sensibilidad, el arrojo y la disposición para ser un buen maestro, mejor que yo que no tengo el raudal de tus años, la inquietud proclive hacia las letras dispersas del caudo digital, esa capacidad de búsqueda y encuentro que construí en tantos años, y que tú me endilgas, la veo en ebullición increíble en esta corta década que has saltado del panorama poco contemplativo de tu pupitre, al altar fuera de época que es el atril empotrado en las tarimas maestras de nuestras antigua sede… ¡¿te imaginas?! ¡aún se construyen tarimas en las aulas de nuestras escuelas y colegios, las buenas universidades las conservan por cierto principio infame e hipócrita de ergonomía visual! Este horroroso fósil de la fracasada y obsoleta tendencia iluminista legataria a la academia bancaria; nada más salido de lugar, desfasado en el tiempo, desafortunado emblema del espíritu avasallador del feudo medieval, todo por satisfacer el cliente, una cifra, un pago, un número, esos son nuestros estudiantes para el sistema que tenemos, un frío guarismo que nosotros verificamos: somos entonces cifradores, verificantes, malditos constatadores de que a este número le llegué el suficiente riego de lo prefabricado en las directrices ministeriales, matrices de las cuales debemos ser ejecutores para que prospere uno que otro dato a verificar en las planillas de salida de las aulas, para que abunden los negocios de insumos, alimentos, y otros contratos de mala tecnología, por ejemplo.
Es una trampa, no caigas en ella… que pena el consejo, no me puedo alejar simplemente del rol del maestro mayor, casi cuarenta años más, discúlpame, dame el mínimo derecho a opinar con todo el respeto de tu inteligencia a la que no quiero faltar; de todas formas, discúlpame y sigo… no caigas en esta espantosa trampa del deber cumplido, de hacer la tarea perfecta, no debemos solo ser el infortunado acicate que modela el producto final, ese que se concibe desde el escritorio de un tecnócrata de la metrópoli… debemos ser más que eso, debemos ser el corazón que palpita, el sueño que crea y la pecueca, el mal olor que molesta y fastidia cuando toca; debemos sernos a la vida en toda su magnífica efervescencia, en su dolor e imperfección, no podemos apostarle sin discusión al paradigma del cálculo y la máquina, de la perfección falsa que modelan los marcos terminados que nos han dispuesto. Movamos los marcos, movámonos en los marcos, descompongamos los marcos, partamos desde adentro de los marcos a la no frontera y lo indecible del discurso que nos proponga al otro desde la palabra, que surja en el decir y desdecir con el otro y por el otro; generar a partir de lo que nos dan, no solo desde el saber sino desde el corazón, la duda y la miseria que nos componen.
Ha sido precisamente en la fortuna de encontrarnos en algunas coincidencias como la que nos hace revelar las trampas aquí denunciadas por las que quise escribirte esta carta, para de alguna manera ofrecer una prueba a la discusión hasta aquí alcanzada: como prueba el hecho de tener por cierto el que al cálculo burócrata y la asepsia tecnócrata le anteponemos la reflexión profunda y la oportunidad del diálogo, nos sabemos el cómo nos reconforta lo humano y que definitivamente ha sido la literatura, la poesía la que nos salva y nos levanta, porque nos revuelve el cacumen y nos sobredispone a preguntas que no creeríamos hacernos y a saber que es imposible sabernos todas las respuestas. Celebro el verte decidido a este caminar, pero no te felicito por emprender este camino, y no lo hago por no tener que cargar con la decisión de haberte animado a una disyuntiva de la cual pudieses denigrar después; no quiero asumir la carga moral de animarte en mi testarudez otoñal a tu primavera que aún puede sucumbir a inviernos ciertos y abrirse a futuros más confortables; mejor debo advertirte de verdades inoportunas, de cómo y en forma preferente descreemos del mundo en donde la mentira es actual y la corrupción todo lo imprime, de cómo el crimen gana casi siempre y la muerte está sobre la vida, mientras todo es, nosotros somos otra cosa y dibujamos en la fuerza del decir un mundo que se parece a otra mundo y siempre advertimos que aquí no es ahora, que esto es otra parte; constructores de certeza a partir de lo incierto, disipadores del caos que anteponen el momento de la palabra alegre en el ruido ensordecedor de las mentiras multiplicadas por los micrófonos.
¿Qué somos? ¿Multiplicadores del sistema? ¿Agentes del establecimiento? Funcionarios de ese mismo entramado que descreemos; no somos más que ser lo que decididamente esperamos de nosotros mismos, recuperados de la aventura humana en la que aplicamos el discernimiento, producto de los dioses que hemos construido en y por las palabras, las misma que escogemos, saber que definimos el mundo en las aulas, somos producto del lenguaje por el que descubrimos y construimos el mundo: “Se miente más de la cuenta por falta de fantasía: también la verdad se inventa. ¿Dijiste media verdad? Dirán que mientes dos veces si dices la otra mitad”. XLIX. Recordando al enorme Machado … quizás somos egotistas, ególatras de lo dicho, e intentarán nuestros detractores desarmarnos desde el discurso maldiciente de lo cínico o la escéptica, pero más bien me creo que hemos blandido una forma de pensar que nos genera ese hacer al que enfrentamos como real. Somos realidad desde la palabra que decimos porque construimos el mundo, nuestro mundo tanto para nosotros como para los otros, nuestros dicentes. Soy docente porque quiero en verdad serlo y disfruto de una manera que a veces se podría tildar de sadomasoquista por recoger tampoco de tanto que se entrega; ¿seguir? definitivamente no es miel y si quieres menos problemas podrías en otra parte encontrar menos porque en la escuela parecen juntarse todos los conflictos; la paga es mala y los ambientes suelen ser insalubres y peligrosos y definitivamente más que amigos puedes encontrar tantos oponentes, apenas unos cómplices y si acaso compañeros en tus propios iguales; ídolos ya no somos de nadie y si lo éramos debió ser en un universo paralelo del cual no tengo pruebas ciertas; por el contrario a decirte continúa en la docencia, te diría más bien renuncia porque esto en cambio de mejorar parece que empeorará.
Si después de esta salmodia aún lo estás pensando, el ser maestro, entonces tienes futuro en esto porque de cierto os digo que no hay más verdad solo la que tu construyas y que has llegado aquí en lo primordial del asunto, lo cual es descreer aún de estas palabras en las que podrías confiar; no asumas cierto todo y descree de mí, entiende que hace rato ya te estoy aconsejando cuando dije de entrada que no lo haría; no te habla más que el hombre que se levanta todos los días confiando que podrá hacer una buen a obra en sus escuchas, y solo porque al le parece y algunas líneas de algún lado le dictan que está bien, sigue tozudo en su parecer; y seguimos multiplicando y esperando que lo que hacemos, nos convencemos de ello, será por fin certero y llegará a producir en lo que sembramos. ¡Gracias por la oportunidad! Gracias, más por permitirme decirte, decirme y encarar al deber ser, la Areté, el dharma, la virtud, por encabalgarme y retarte a dimitir, a procurarte un camino que no sea el mío y que, sé que así será aún sin pedírtelo, ¡gracias a Dios!, tu sendero se bifurcará a otro destino, y por eso es este encuentro contigo afortunado, porque las ideas distintas permiten la movilización de esa oportunidad de crecer el verbo en obviedades tan diversas. No con infundios pretendería rescatarte a la docencia por caro que pintara el ideal, no por la fantasmagoría del deber ser, ni en el colmo del halago afortunado, te encaro con la duda y con la benigna herrumbre del argumento, de la palabra en discurso que igual a la moneda cara podrás transigir o perder.
Discúlpame de nuevo el atrevimiento de querer decirte tantas cosas y endilgarme el atributo de consejero, hablaba también conmigo y me decía a mí a través de tu voz escuchada en eco tantas veces; como interlocutor estupendo que eres, espero que este pequeño mensaje no sea más que el inicio de otras tandas de charlas que nos permitan seguir discutiéndonos a sabiendas de todo el destino que abre a nosotros la voluntad de hacer y ser palabra para el otro… porque la docencia, no es más que ese destino donde unos humanos seres estamos seguros y ciertos de que al hablar nos surge el mundo y al escuchar se nos devuelve la vida que siempre podemos modelar en la caricia o el golpe propiciados por el lenguaje, sabedores que la imaginación puede piropearnos pero también fustigarnos cual látigo que nos impulsa, que la “vida es otra parte” y que aún podemos encontrar para nosotros inmensa y fértil esa tierra del “nunca jamás”; igual al pinocho de Rodari, nos embilletamos de certezas y construimos en esa materia prima, la palabra, y nos brota en las pizarras en río de esperanza, en SI, la clave mayor que decidimos… construimos el mundo, lo alcanzamos para otros, aún y cuando se descompone por debajo de nuestros pies, tenemos la certeza de enseñar y algunos docentes, tanto como tú y yo, algún día quisiéramos ser maestros: si te lo crees ya estás, y sé bienvenido. ¡Dios, el tuyo y el mío, nos bendiga y nos perdone!
Atentamente, un presunto escucha atento y un de seguro parlador desaforado… y en todo caso un amigo docente, aspirante a maestro.