La Universidad Nacional le otorgó al economista y ex ministro de agricultura y hacienda, José Antonio Ocampo, quien es actualmente profesor titular de la Universidad de Columbia en Nueva York y autor de varios libros, algunos de ellos junto al Premio Nobel Joseph Stiglitz, el Doctorado Honoris Causa. Ocampo aprovechó la ceremonia en el Auditorio Leon De Greiff para dejar en claro su visión del desarrollo y las urgencias que tiene Colombia por delante. Estas fueron sus palabras.
“Recibo con inmenso orgullo y satisfacción esta distinción que me otorga hoy el Alma Mater de Colombia. Lo hago además con inmenso cariño por esta casa, que me ha acogido como profesor y muchas veces más como conferencista. Soy testigo, por lo tanto, del entusiasmo y espíritu abierto de sus estudiantes y de mi cercanía con las ideas de muchos de sus profesores. Quiero rendir un homenaje especial a mi amigo Jesús Antonio Bejarano, a quien conocí cuando era profesor de esta Universidad, en la que cayó víctima de la violencia política.
He ejercido mi vida profesional como economista, tanto en la academia como en la vida pública. Sin embargo, fui también educado como sociólogo. Como historiador económico he leído además con pasión muchos textos y tenido contacto con investigadores de otras ramas de la historia. El contacto con la política me hizo aficionado a la lectura de estudios de ciencia y filosofía política. He participado además en múltiples discusiones con políticos de nuestro país, nuestra región y del mundo, y hace pocos años co-dirigí un análisis de la política en América Latina del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo y la Organización de Estados Americanos, publicado en 2010 como Nuestra Democracia. Por todo ello, más que un economista me he considerado siempre como un científico social, en el sentido amplio del término.
He tenido la suerte no solo de enseñar en centros académicos de primera calidad sino también de visitar muchos otros en el mundo entero. He mezclado además esta labor académica con la vida pública, ocupando altos cargos en el gobierno colombiano, de dirigir una institución regional, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL, y una mundial, el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU. Esta doble experiencia ha enriquecido mis análisis, alejándolos tal vez de los análisis abstractos pero acercándolos a la realidad, y ha permitido enriquecer los análisis de nuestro país con una perspectiva comparativa regional, y los análisis de América Latina con una perspectiva mundial.
Tanto la vida académica como la vida pública me han dado inmensas satisfacciones. Los desafíos han sido también considerables, especialmente los que enfrenté en la vida pública nacional. Pero es la vida académica la que me ha dado los principales honores, al recibir el Premio Leontief al avance de las fronteras del pensamiento económico en 2008 y dos premios por mis obras de historia económica: uno temprano, el Premio Alejandro Ángel Escobar, por la obra colectiva que dirigí, Historia económica de Colombia, tal vez el libro más leído en su género en nuestro país, y más recientemente el Premio que lleva el nombre del gran historiador catalán, Jaume Vicens Vives, que otorga la Asociación de Historia Económica de España, por El desarrollo económico de América Latina desde la independencia, la obra que publiqué recientemente con mi colega uruguayo Luis Bértola.
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La mezcla de vida académica y de vida política me ha llevado a defender por el mundo entero principios básicos del desarrollo económico y social, que vale la pena recordar en esta ocasión, si se quiere como expresión de la filosofía que guía mi trabajo. El primero es que el desarrollo exitoso es siempre resultado de una buena combinación de mercado, Estado y sociedad. Intentar suprimir los mercados conduce a graves ineficiencias y a la pérdida de dinamismo económico. Intentar avanzar sin el Estado lleva a resultados inestables o injustos e incluso a un crecimiento económico insatisfactorio. Pero mercado y Estado son instrumentos de la sociedad, que los moldea con base en los acuerdos que prevalecen en cada momento histórico. Además, ignorar a los actores sociales destruye la legitimidad necesaria para el ejercicio político.
Es más, la combinación específica de mercado, Estado y sociedad debe ser decidida con base en procesos democráticos. Esto significa, por lo demás, que no es función de los organismos internacionales imponer modelos específicos de desarrollo a los países, un error que algunos organismos han cometido con demasiada frecuencia.
El desarrollo es, por otra parte, un proceso integral que incluye las dimensiones económica, social y ambiental, los tres pilares del desarrollo sostenible, en el sentido amplio que las Naciones Unidas le han dado a este término. El desarrollo económico debe entenderse como un proceso persistente de cambio estructural que, en caso de ser exitoso, permite la incorporación de un creciente contenido tecnológico a la producción. De ahí la centralidad de construir sistemas educativos y de ciencia y tecnología de alta calidad.
El objetivo del desarrollo es un mayor y más justo bienestar humano dentro de un principio de igualdad social. La igualdad está consagrada ante todo en el cuerpo de derechos económicos, sociales y culturales, que expresa precisamente la igualdad de los ciudadanos. Las declaraciones de derechos humanos, no solo civiles y políticos, sino también económicos, sociales y culturales, son el principal aporte al mundo contemporáneo de la institución a la cual dediqué diez años de mi vida, las Naciones Unidas, pero es también la afirmación con la cual se abre nuestra carta política: “Colombia es un Estado social de derecho”.
El desarrollo humano es mucho más que la generación de capital humano: su objetivo básico es ampliar el avance de la libertad. Este es precisamente lo que, siguiendo los conceptos de Franklin Delano Roosevelt, reza en el preámbulo de la carta de ONU, que señala el compromiso de las naciones de “promover el progreso social y elevar el nivel de vida [de los pueblos] dentro de un concepto más amplio de la libertad”. Este, además, el concepto que ha desarrollado contemporáneamente el gran economista y filósofo Amartya Sen, especialmente en su libro “El desarrollo como libertad”. Eso se lograr con un sistema económico que de oportunidades a todos y con sistemas universales de educación, salud y protección social.
En sociedades altamente desiguales, como la nuestra, el desafío de la igualdad y la inclusión social es un reto enorme, en el que poco hemos avanzado. Exige concentrar la atención en mejorar la situación de los pobres y otros grupos marginados, pero también, y con igual fuerza, en lograr la igualdad entre hombres y mujeres.
Garantizar estos objetivos no solo implica compensar los resultados del mercado y otros factores sociales que generan o reproducen las desigualdades. Exige incorporar los objetivos sociales en la formulación misma de las políticas económicas, ubicando en el centro de la agenda económica la creación de empleos dignos, instituciones de bienestar bien desarrolladas y la economía del cuidado.
Este enfoque es también aplicable al pilar ambiental del desarrollo. La intervención para contrarrestar los daños generados al medio ambiente por la economía no es suficiente. Las preocupaciones ambientales deben asimilarse completamente en la formulación de las políticas económicas, es decir, en la estructura de incentivos que impulsa las decisiones de los agentes. Solo entonces puede el desarrollo económico compatibilizarse con las contribuciones que deben realizar los países en desarrollo para mitigar el cambio climático y preservar los bosques naturales y la diversidad biológica con la que aún cuenta nuestro planeta y en los que nuestro país guarda algunas de las joyas remanentes.
Esto es, en síntesis, lo que he aprendido a lo largo de esta mezcla de vida académica y pública, y los que he querido aplicar a lo largo de mi vida pública, tanto nacional como internacional. A través de ello, espero haber aportado al menos algunos granos de arena a la construcción de una mejor sociedad.
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Esta ocasión es también propicia para los recuerdos y las añoranzas. Debo a mi padre el amor por la vida universitaria, el sentido de responsabilidad y el rigor en el trabajo. A mi madre, muy precozmente fallecida, le debo muchas cosas, entre ellas el haber cultivado mi amor a la lectura desde niño. Tengo una gratitud eterna con muchos profesores, pero muy especialmente con Carlos Díaz-Alejandro, mi director de tesis doctoral, también precozmente fallecido, quien además me enseñó a practicar esta mezcla de economista e historiador económico que he practicado desde que fui su alumno.
Entre las inmensas satisfacciones que trae la vida académica, una de las más grandes es poder eventualmente escribir con quienes han sido sus maestros. Esa gratitud la tengo en particular con los Profesores Joseph Stiglitz y Lance Taylor, con quienes he escrito libros y ensayos. A su vez, eso mismo lo he practicado con muchos de mis estudiantes, especialmente colombianos, varios de los cuales han ocupado después altos cargos en la vida pública.
A mi esposa, Ana Lucía, le debo todo. Su inmenso amor me permite vivir con alegría y su apoyo ha sido decisivo en momentos difíciles. A ella le debo en particular el excesivo tiempo que dedico a trabajar, una deuda que ya es impagable. Mis hijos, Rocío, Juan Camilo y María José, son el sentido de mi vida y mi esperanza, la expresión concreta de lo que significa la continuidad de nuestra sociedad.
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Sr. Rector: quiero agradecer a través suyo a los Consejos Superior y Académico por esta distinción, que recibo de nuevo con enorme orgullo y satisfacción. Considéreme desde ahora no solo como un amigo entrañable sino también como un hijo de esta casa universitaria.”