El silogismo: Los pájaros se tomaron la red; la red se tomó nuestras cabezas; luego los pájaros se tomaron nuestras cabezas. Y cómo se nota. Basta con prender el computador o la tableta o el teléfono inteligente para comprobarlo. La evidencia de esa otra mitad del ser humano, la invisible: agresiva y cruel, se pavonea por entre las interacciones del mundo virtual, sin muros que la contengan. En un santiamén una burla se vuelve insulto; un insulto, amenaza; una amenaza, tendencia y, de ahí, a que el hostigamiento adquiera visos de viral no hay sino un “me gusta” que reboce la copa, o la estocada final de un comentario mordaz. El mal está hecho, pero las turbas de las redes, como si se llamaran “Katrina”, siguen sembrando de damnificados morales el mundo real, al tiempo que configuran nuevas tormentas.
¿Quién detiene un huracán?
Que lo diga Elizabeth Velásquez (norteamericana, 25 años), sobreviviente de un ataque virtual más devastador que el extraño síndrome de nacimiento con el que ella y otras dos personas lidian en el planeta. Un síndrome que —cuenta en varios videos disponibles en internet—, no le ha permitido sobrepasar los 29 kilos de peso, le impide ver por el ojo derecho y le da un aspecto de vejez prematura, muy cercano al que produce la anorexia y muy distante al que los cánones establecidos de belleza nos han inculcado. Desde niña tuvo que enfrentarse al rechazo. Pero era un rechazo parroquial que gracias a sus papás podía manejar. Hasta que se volvió viral. Lo supo una noche, cuando buscaba videos musicales en Youtube. En el listado de los más vistos resaltaba un rostro familiar con el título: “La mujer más fea del mundo”. Lo descargó (ocho segundos de fotos suyas, sin sonido), vio que tenía cuatro millones de visitas y miles de comentarios; los leyó uno por uno. “Y ninguno estaba de mi parte”. De los lugares más remotos de la Tierra le pedían que, en consideración con el resto del mundo, no saliera de su casa o que, si lo hacía, se escondiera bajo una bolsa; le sugerían que se suicidara y le enseñaban distintas maneras de hacerlo; la amenazaban con matarla; y un largo etcétera de barbaridades. “Me trataban de monstruo, de cosa”.
Todo, porque Elizabeth (Lizzie) no es igual al montón. ¿Qué pájaros anidan en las cabezas de esos miles y miles de cibernautas que se suman a acosos tan infames, a personas inocentes que ni siquiera conocen? Y aunque las conocieran, no dejarían de ser igual de ruines y cobardes, y de degradantes; más para los acosadores que para los acosados. (Es probable que expertos en sicología de masas tengan la respuesta, porque sospecho que usted y yo, no. Bueno, yo no, seguro). ¿Qué pájaros anidan en las cabezas de esos otros miles de cibernautas que no son capaces de descalificar tales linchamientos? En últimas, estos son los que de verdad preocupan, porque con el silencio indiferente, aparte de estorbar a quienes hacen un buen uso de las redes sociales, ayudan, aunque no sea su propósito, a reforzar la agresividad colectiva que siempre anda en busca de motivo para soltar amarras.
Con muchos esfuerzos, con ayuda profesional y, especialmente, con una fortaleza inversamente proporcional a la levedad del cuerpo que habita, Lizzie logró reordenar sus propios escombros y reinventarse con éxito. (La historia está contada y al alcance de quien la quiera conocer: Hi, I´m Lizzie…). Solo que su vivencia no es un hecho aislado. Cientos de personas han sido, son y serán víctimas del cibermatoneo en todas partes, Colombia no es una excepción.
Repaso al azar algunos foros —no suelo visitarlos—, en este portal y en otras publicaciones, y descubro exhaustivos catálogos de palabras ofensivas y expresiones desobligantes con las que muchos de los lectores reemplazan la incapacidad de manejar el disenso. Escogen la ley del mínimo esfuerzo, los ataques personales, y cierran las puertas a la posibilidad de controvertir con argumentos. Entiendo, entonces, por qué varios columnistas han solicitado a los medios en los que escriben, la supresión de estos espacios que se abrieron con el fin de intercambiar ideas y de enriquecer la discusión. No con vocación de pozos sépticos que, al parecer, son los únicos sitios a los que ciertos “contertulios” saben apuntar.
Me detengo en Twitter y Facebook —estos sí viejos conocidos— y corroboro que también ahí hace striptease la mitad oscura de la que hablamos: montajes, noticias falsas, videos robados, rumores… Matoneo virtual (real, real), en buen castellano. Un alto peaje el que nos cobra el signo de los tiempos. (Y dejo el tema, antes de encarretarme con la chatmanía, la selfiemanía y otras dependencias).
COPETE DE CREMA: La utilidad de las redes sociales no está en discusión. Es el manejo que se les da y la tendencia del a dónde va Vicente, a donde va la gente que anula la individualidad y funge de cebadero a pajarracos de todas las plumambres. Una “viral” recién descubierta que no se alivia con aspirina.