Cristina Gallego presentó su película Pájaros de verano en Biarritz aclarando que si bien lo suyo en el cine ha sido hasta ahora el montaje y la producción, esta vez, con la llegada de la “crisis de los 40”, sintió la necesidad de pasar a otra cosa.
Ciro Guerra figura a su lado como realizador de esta “otra cosa” galardonada con “El Abrazo” al mejor largometraje en 27° Festival de cine de América Latina que se realizó del 24 al 30 de septiembre en la ciudad vasca de Biarritz, frontera entre Francia y España.
Entre las ocho películas en competición este año, en las que figuró además como objeto volador no identificado La Flor del argentino Mariano Llinás (una oda al cine de 808 minutos por lo que alcanzó el récord como la película más larga jamás realizada), la coproducción Pájaros de verano (Colombia, México, Dinamarca, Francia) se destacó por su sobriedad en narrar hechos violentos, por dar cabida a una forma de belleza en medio de derramamientos de sangre.
Según el jurado de Biarritz, Cristina Gallego y Ciro Guerra realizaron una película auténtica, estructurada, investigada, con elementos además inéditos pues es la primera vez en un festival de cine en Europa que se escucha hablar la lengua wayúu.
Pájaros de verano está impregnada de referentes femeninos para evocar la historia del nacimiento del narcotráfico en Colombia, que implicó a la comunidad wayúu en primera línea por estar asentada en un territorio estratégico, cerca de las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta en donde se cultivaba la planta de marihuana y en las costas del mar Caribe desde donde se exportaba hacia los Estados Unidos, gran consumidor de esta en los años 60 y 70. Eran los tiempos de furor de la música rock y de festivales de jóvenes hippies que se colgaban del famoso eslogan “peace and love” como tabla de salvación para afrontar la culpabilidad, consciente o inconsciente, que les despertaba la guerra en Vietnam.
Pájaros de verano se llevó el gran premio, aunque también tuvo sus detractores: recibió elogios del jurado del Festival y del Sindicato francés de la crítica de cine, pero no captó el afecto del público que halló más exaltante la película uruguaya Compañeros de Álvaro Brechner por abordar los años de la dictadura militar a través de la historia guerrilleros tupamaros detenidos en cárceles clandestinas.
Compañeros recuerda la condiciones deplorables de detención en que se mantuvo a José Mujica y a sus compañeros, todos jefes tupamaros, durante 12 años. Algunos de ellos llegarán a ser elegidos años más tarde diputados y Mujica como sabemos, será elegido presidente de Uruguay.
Para el público de Biarritz fue probablemente más familiar comprender esa historia uruguaya, que la historia colombiana filmada como si se tratara de un documental pero a la que al final, la técnica de la ficción permite dar cuerpo a testimonios entrecortados, perdidos o silenciados sobre los orígenes de ese tráfico y de la implicación de la comunidad wayúu. No existen archivos sobre esas historias y son escasos los protagonistas que quieran o puedan relatar los hechos. Son escasos los testimonios directos de la llamada “bonanza marimbera” y la violencia que ésta desató en la Guajira colombiana en los años 70.
Los wayúu son en esta película el alma de la historia y la mujer wayúu la depositaria de una tradición. Pero ese matriarcado que se exalta, rápidamente se ve atrapado por el machismo ancestral: si la mujer es la fuerza de la tradición, la palabra que orienta y recuerda, es el hombre el que al final decide el respeto del pacto. Hasta donde le sea posible, le convenga o le sea útil.
Los hombres wayúu no pudieron evitar el engranaje de violencia en que cayó su comunidad por culpa del flagelo del dinero fácil. No les fue posible controlar un tráfico que comenzó basándose en la confianza de la palabra dada, y que al final terminó por aplastarlos, cuando la cantidad de dólares sobrepasó su capacidad para contarlos.
Pájaros de verano deja ver que el tráfico de marihuana estuvo en sus inicios bajo el control de los jefes wayúu, hasta que un buen día la práctica terminó por perfeccionarse con la llegada de traficantes de otras regiones de Colombia (un personaje con acento paisa viene para prestar mano fuerte a un jefe de clan). Ese típico matón, llega en esta ficción para darle forma al asunto del arreglo de cuentas entre clanes. Se instala así en el pueblo wayúu la cultura de las masacres. Algunos clanes perdieron hasta 300 de sus miembros en esas guerras intracomunitarias.
El personaje antioqueño sirve también como elemento de pasaje entre el tráfico de “la hierba” en manos de las comunidades wayúu del Departamento de la Guajira a un tráfico más rentable y sofisticado, mucho más eficaz en captación de dineros y con la ventaja de ser menos aparatoso en términos de transporte de la mercancía. La era de la cocaína se perfila y con ella las historias de los carteles de la droga de Cali y de Medellín.
La simbología en Pájaros de verano que el público de Biarritz pareció no comprender del todo no puede ser sin embargo más clara. La mansión que se hace construir el joven narcotraficante Wayuu en medio del desierto es un elemento que habla por sí solo. Su interior está lleno de mármol y de muebles de estilo, sin embargo es en una hamaca en donde sigue durmiendo su propietario. Esa mansión terminará en esta historia literalmente bombardeada.
El búho que muestra otro encuadre es otro punto de orientación. Un búho, pájaro de la noche, luchando contra el viento de la Guajira en pleno día, sobre un techo, cegado por el sol. El narcotráfico arrancó al pueblo wayúu de un mundo onírico de espíritus y de supersticiones para plantarlo en un país que hoy los tiene en la miseria.
Colombia no ha conocido de dictaduras militares pero ha vivido bajo la dictadura del gatillo. Y si alguna vez surgió una, la del general Gustavo Rojas Pinilla, esa será la única dictadura que no cayó por la presión de la gente sino por la presión de la prensa y de los pactos secretos entre caudillos liberales y conservadores que no soportaban seguir más años sin obtener el poder.
El cine de Colombia tiene muchas historias para contar, recordaba Cristina Gallego al recibir “El Abrazo” del Festival de Biarritz. Es verdad. En Colombia hablan las piedras, las hojas, las flores, los peces… como en el documental Amanecer de Carmen Torres. O los mares, desiertos y montañas, como en Pájaros de verano. También hablan las tumbas, las selvas y los ríos, como en el cortometraje Nuestro canto a la guerra de Juanita Onzaga, y las ciudades con sus calles y prisiones como en el documental Modelo Estéreo del Colectivo Mario Grande, que obtuvo una mención especial.
Esos elementos son a veces más explícitos que la palabra de los hombres. Como son explícitos los gestos de los animales en testigos mudos de la violencia. Como ese búho que capta la cámara de Cristina Gallego, un pájaro de la luna que aparece en pleno día perdido bajo los rayos del sol de la Guajira. “Hay que conectarnos con lo que somos” dice esta realizadora de 40 años de edad y años luz en el oficio del cine…
Palmarés del 27° Festival Biarritz América Latina:
- Abrazo al mejor largometraje: Pájaros de verano de Cristina Gallego y Ciro Guerra (Colombia, México, Dinamarca, Francia)
- Mejor Documental: Bixa Travesty de Claudia Priscilla y Kiko Goifman (Brasil)
- Mención especial del jurado documental: Modelo Estéreo del Colectivo Mario Grande (Colombia)
- Premio del público mejor documental: Locura al aire de Alicia Cano y Leticia Cuba (Uruguay, México)
- Premio del público al mejor largometraje: Compañeros de Álvaro Brechner (Uruguay, Argentina, España, Francia)
- Premio al mejor cortometraje: El Huérfano de Carolina Markowicz (Brasil)
- Mención especial cortometraje: El verano del León eléctrico de Diego Céspedes (Chile)