Creo que el mayor anhelo de la humanidad es vivir en paz, donde impere el respeto por cada persona y la gente se muera de vieja, pero no por la acción criminal de algún desadaptado social.
Parece un sueño que podamos construir un mundo mejor, donde haya libertad de opinión y a nadie se asesine por expresarla; donde no se juzguen a las personas por su color de piel, por su religión o su preferencia sexual. Creo que muchos coinciden conmigo en esto.
Colombia es el país que nos vio nacer, donde nos hemos formado y donde viven todos los seres que amamos, nuestros ancestros, compartimos la pasión por los triunfos de nuestros deportistas y tenemos una música típica que nos identifica. Esas y muchas otras cosas nos hacen hermanos.
Pero a pesar de ese inmenso deseo de paz, de concordia, respeto y entendimiento, veo que este hermoso territorio está polarizado, a diario escucho y leo expresiones cargadas de odio, no solo las que uno presencia en las calles, en el barrio o en la tienda, sino las que se ven en las noticias y en las redes sociales. El odio nos ha invadido y nos ha hecho crueles, violentos, despiadados. Ni siquiera los niños se escapan de esta oleada de rencor y maldad pues en colegios y escuelas se citan para agredirse o lanzan por las gradas del plantel educativo a su compañerito más débil y al que lo toman como objeto de burla y de sus ataques.
Negar esa realidad que tanto nos duele es igual a querer tapar el sol con un dedo.
Los grandes generadores de odio son algunos partidos políticos y la religión, ya que se han hecho notorios por su discurso de insultos y división, que deshumaniza al contrario y le arrebata sus derechos. Son incendiarios y venenosos, nos quieren regresar a la Edad Media y de ser posible, revivir el Tribunal de la Inquisición. Ya con su discurso han encendido la hoguera.
¿Qué nos espera en este país tan dividido? De seguir así, ese país sin odio que tanto queremos será una utopía.