País de iracundos… y machistas
Opinión

País de iracundos… y machistas

 Más allá del faminicidio atroz, campea la ira. Colombia está en redes sociales al vaivén de las iras de algunos que gobiernan y de algunos que hacen oposición

Por:
mayo 15, 2023
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Ni idea que hubo detrás del abaleo de ayer en la tarde en Unicentro en Bogotá. Un feminicidio brutal, intento de suicidio de parte del vil asesino. El feminicidio, quizás, la más atroz  y cobarde manifestación de violencia de parte de sujetos machistas sin control… ni castigo. También se supo ayer de un tipo que, preso, asesinó a su pareja en visita conyugal. Y lo que conocemos a diario…

Lo del día de la madre es muy extraño. Los muertos, año tras año, de esta y otras fechas, especialmente las navideñas, caben en la categoría de la intolerancia, cometidos, principalmente por hombres. El año pasado, en Bogotá, según la Secretaría de Seguridad, fueron atendidos 14 casos de homicidios, 5.460 riñas, 268 eventos de lesiones personales, 443 de violencia intrafamiliar. La mayor parte en contextos de reuniones familiares. Dosis de traguito, machismo al galope y sentimientos de ira que afloran en violencia.

Aunque la tasa de homicidios en Colombia se ha reducido notablemente si la comparamos con las de hace 30 y más años, que estemos parqueados en 27 por cada 100.000 habitantes es una vergüenza y una pena. En América nos ponen la pata México (28) y Honduras (38). Estados Unidos, con sus masacres periódicas por parte de asesinos que, en una escuela o en un centro comercial o en una discoteca abren fuego y matan de forma indiscriminada, llegan a 7 por cada 100.000. Ira de deschavetados en contra de inmigrantes latinos, de homosexuales, de judíos, de afroamericanos.

Estamos en el top 10 mundial de tasa de homicidios, sin duda.

Más allá de los feminicidios, campea en Colombia la ira. Sin política, con política, con guerra, sin guerra, con narco, sin narco. Ira que mata o que alienta a matar.

Y eso que, con el Acuerdo de Paz, sin duda, la tasa se redujo. Aunque hay, también, iracundos (es imposible que no lo sean) autores materiales, poderosos, que han ordenado el asesinato de centenares de sus firmantes. Y de tantos líderes sociales, que siguen cayendo. El odio va de la mano de la ira.

En estos días que un sumiso Mancuso habla de hornos crematorios y de miles de asesinatos, se acuerda uno de las entrevistas que dio Carlos Castaño (comenzando con la que le hiciera Darío Arizmendi a comienzos del siglo) y no queda duda de que las inflexiones de su voz, su mirada, eran las de un tipo muerto de rabia, un asesino que no había cumplido 40 años cuando otro salvaje le asesinó.

Otro de la lista, sin duda, Pablo Escobar, alentando, furioso, al asesinato de policías a cambio de dos millones por cabeza. Y algunos de los actuales líderes de clanes y también de grupos guerrilleros que aún pretenden representar proyectos políticos que envuelven sus actividades narcas, que siguen matando gente, escriben y hablan con ira.

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Más allá de la ira que causa muertos, lo que hemos visto en estas últimas semanas en la arena de la política es la rabia a flor de twitter y micrófonos

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Más allá de la ira que causa muertos, lo que hemos visto en estas últimas semanas en la arena de la política es la rabia a flor de twitter y micrófonos. El espectáculo del fiscal y del presidente es el de dos individuos desbocados por la furia, sin el menor control de las palabras.

Cada rato se escucha, de parte de personajes públicos diversos, la expresión tan criolla de “me han colgado la lápida”, refiriéndose a alusiones supuestamente amenazantes de parte del contradictor. ¿Qué lenguaje usamos, qué tono percibimos, a qué violencia verbal se apela para convertirse en víctimas?

No controlamos que surjan las emociones. Es lo más humano. Lo que no puede ocurrir es que las emociones desencadenen hechos sin control, generadores de más odio. El país está hoy, en redes sociales, al vaivén de las iras de algunos que gobiernan y de algunos que hacen oposición. Y parecen ir en alza.

Debían ser los primeros en dar ejemplo y hacer el intento de manifestar sus desacuerdos de forma tranquila y respetuosa.

Recuerdo acá a Pérez Reverte, más o menos con estas palabras, refiriéndose al adversario: No lo quiero vencer ni convencer; lo quiero aniquilar…

 

 

 

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