Cuando se inició en Colombia la moda de categorizar las ciudades por niveles socioculturales se produjo un resultado inicialmente favorable, se logró una mirada de protección hacia los sectores más vulnerables y se utilizó la discriminación positiva de los subsidios.
Compensar a las personas que tienen menos con rebajas en servicios públicos o impuestos intentaba ser un estímulo para que los barrios estratos 1, 2 y 3 pudieran utilizar estos eximios recursos en sobrevivir y de esta manera fueran mejorando su nivel de vida. La esperanza era que esto les ayudara a subir de estrato y llegar el día en que no tuvieran necesidad de subsidio. Así tendríamos ciudades menos disparejas.
Con el paso del tiempo esta perspectiva proteccionista se fue empotrando como una discriminación, sin que llegara a servir para el ascenso social. Pero el concepto de estratificación permeó nuestra cultura y se convirtió en un factor de atraso y un estigma para los sectores mal calificados.
Hoy tenemos un país de estratos que se refleja más que en los subsidios, en una mirada discriminadora. Y además no solo hay barrios o sectores bajos o por debajo de lo mínimo, sino también pueblos y veredas. Mientras las grandes ciudades son estrato seis así en su interior persistan enormes sectores estrato 1 o como se ha dado en decir aunque esa categoría no exista, “estrato cero” donde los niveles de pobreza caen por debajo de cualquier indicador económico.
Bogotá, aún con problemas de movilidad, seguridad y contaminación es una ciudad estrato 66, como también se ha dado en decir para calificar franjas sociales con consumo desbordado. Por ser la capital la oferta cultural, educativa, de vivienda y de empleo son muy superiores a las del resto del país y alejadísimas de las de los municipios olvidados como Gramalote, por ejemplo.
Cali, Medellín y Barranquilla son estrato seis y de ahí para abajo hay de todos los niveles hasta llegar por supuesto a las incalificables como Tumaco y Buenaventura que en esta comparación con la estatificación urbana, serían estrato cero.
Colombia tiene, sin duda, una desigualdad enorme. Por supuesto, esto no se debe a la clasificación que se inventaron en Planeación Nacional, pero sí gracias a los estratos esta discriminación se consagró como cultura de atraso y marginalidad.
Los ojos del estado se fijan con gran atención sobre aquellas ciudades de nivel alto pero se apartan con cierto asco de los municipios pequeños, olvidados del gran centro. Basta salir de las grandes ciudades para encontrar estos pueblos atrasados, no ya el bucólico campo de antaño, con vaquitas pastando felices y amorosas casitas campesinas llenas de flores en la chambrana y aguadepanela en el fogón.
Los municipios lejanos de los centros urbanos de hoy no tienen esas condiciones, por el contrario, están empobrecidos, inundados de problemas como el conflicto armado, cultivos de uso ilícito y pobreza. Allá la conectividad virtual es bajísima, los niveles educativos lamentables —las tan cacareadas pruebas pisa lo demuestran— el hambre es cotidiana y las viviendas amenazan ruina.
Así como la estratificación urbana condenó a densos sectores de la población a la discriminación y el estigma de pertenecer a cierto estrato detuvo su desarrollo, así también nuestros pueblos parecen condenados a ser estrato cero, 1 o 2 y quedarse allí para siempre. Tal vez llegó la hora de repensar esta metodología a ver si dejamos de trabajar para mejorar la condición de los niveles más altos y empezamos a trabajar por disminuir la desigualdad.
http://blogs.elespectador.com/sisifus/
