La torpeza de las élites y de quienes nos dejamos gobernar por ellos es infinita en un país como Colombia. Habida cuenta doscientos años de republicanismo enclenque, nos ufanamos de una solidez de gelatina en el barrial de continente que nos gastamos. Pero que va. Torpes en demasía conduciendo al Estado y por cuenta de ello, lo volvimos un patrimonio particular que se alquila por cuatro y hasta más años, según los intereses monopólicos de siempre: financieros la mayoría, a carteles del crimen otras veces o a grupos empresariales tributarios de talantes imperiales y globales. El caballo de la corrupción galopa sin bridas suficientes para controlarlo y en vez de eso, lo pastamos con heno y melaza de la buena para que se amañe en este potrero de democracia.
La necedad de los violentos es tan persistente que no acaba. La ficción de la convivencia se queda en eso. La paz de los sepulcros es la única conjugable y posible. La otra, la de la vida, la alegría y la de las postales de la envidia, sólo es un vago discurso de los apologistas de la tranquilidad. ¿Quién diablos osa interrumpir el hilillo de sangre que surca por el rostro de la impunidad?, ¿quién es el atrevido o los atrevidos que entonan coros de reclamos cuando las balas de la democracia se posan sobre los hombros de sus víctimas?
Ningún partido político que se posa sobre la faz de esta árida democracia
puede sacar pecho en defensa de la “no guerra”,
todos, tienen su paja en el rabo
Somos incapaces de vivir en paz. No es un mantra, pero parece una “tendencia” perversa de la sociedad y de quienes se abrogan el derecho a gobernarla: desde cualquier arista política la incapacidad es la mejor muestra de que se ufanan sin sonrojarse. Ningún partido político que se posa sobre la faz de esta árida democracia puede sacar pecho en defensa de la “no guerra”, todos, tienen su paja en el rabo, dispuesta a incendiarse con el primer nuevo “bogotazo” que nos inventemos. Y será pronto. No hay duda.
La rudeza y crudeza con la que hemos saciado nuestra sed de venganzas y odios entre los mismos impuros es abominable. Masacres, genocidios, desplazamientos, descuartizamientos, empalamientos, violaciones, terrorismo extremista, persecuciones, violencia sistemática e institucional, revoluciones aplazadas, narcotráfico, minería ilegal, contrabando, corrupción, además, se prohíbe la risa y el humor y se proscribe “mamar gallo”.
Por cuenta de todo lo anterior, la civilidad es lo más distante que nos puede ocurrir como sociedad. Nos produce alergia ser normales. Nuestro estado aparente de felicidad es lo sanguinario en el actuar. Si no mire una reacción ordinaria de cualquier colombiano en hechos de violencia simples o mortales. O de usted mismo. Eso es lo que nos quieren convencer. Creo que lo están logrando.
Coda: Bruto en el diccionario de la RAE se define como torpe, necio, incapaz, rudo o carente de civilidad.
