Salgo mañana casi a media noche para Tokio. Salgo en un vuelo de Air France. El vuelo va a demorarse 22 horas contando la pequeña escala en el Charles De Gaulle en París. Ni sé si llego el viernes o el sábado temprano. Pagué 1.800 euros por el tiquete ida y vuelta. Gano tres millones de pesos mensuales. Me endeudé. Me endeudé porque además arrendé un apartamento de 20 metros cuadrados que me salió en 950 mil pesos. La boleta me costó 1.100.000. Cuando compré los pasajes, hace un mes, ni siquiera tuve en cuenta que Nacional jugaba un partido contra el campeón de Japón. En mi vida había escuchado hablar del Kashima pero nos dañó la fiesta.
A Nacional no se le puede reprochar nada, lo sé. Es el mejor equipo de América. Si el avión de LaMía no se hubiera caído le hubiéramos ganado al Chapecoense. Ellos no tienen la culpa, son mis ídolos. La culpa la tengo yo. Lloré mucho esta mañana y ya no tengo ganas de ir a Tokio, de hacer ese viaje tan largo. Sacrifique las vacaciones familiares, las fiestas de diciembre, hasta el Play Station Vita que quería mi hija por ir a ver a Nacional jugar la final contra el Real Madrid. Por arribista y guevón me pasan estas cosas.
Mi consuelo es que cerca de 800 personas también van a viajar 22 horas para ver al Real Madrid con un equipo japonés que ni siquiera puedo pronunciar. No sé si sea culpa del árbitro, también muy de malas que hayan estrenado una ayuda tecnológica con esa bobada de falta que cometió Berrio. No sé, no quiero pensar. Creí que empataría y pasaría de largo, ni siquiera sabía que iban a jugar este partido. Ahora no hay nada que hacer.
Será mi viaje más triste y largo. Ni siquiera podré caminar por Yokohama porque está haciendo cinco grados bajo cero. Será resignarse y aceptar que perdimos. La herida empieza a doler con el correr de las horas. Creíamos que podíamos tener tres títulos este semestre, los perdimos todo y yo, yo perdí 8 millones de pesos y le dañé la navidad a mi familia.