Soy estudiante de segundo semestre de derecho de la Universidad de Los Andes, mi papá pagó 20 millones de pesos, se endeudó, hizo lo posible. Los Andes es la mejor universidad del país, me encanta su rector Alejandro Gaviria, sus instalaciones, a veces uno siente un aire realmente intelectual. Pero todo se vino al traste cuando nos mandaron a recibir clases virtuales. Les cuento que esas reuniones de 20 personas apeñuscadas en un computador no sirven para nada. Mis únicas intervenciones son cuando el profesor pregunta “Están escuchando” y uno dice como un autómata: “sí” y ya, eso es todo. Estoy lo suficientemente agotada mentalmente con todo lo que está pasando como para concentrarme en una clase.
¿No es mejor parar un momento hasta que todo vuelva a la normalidad y arrancar? ¿De verdad los profesores creen que están cumpliendo su labor? Yo no estoy aprendiendo nada, al contrario, con la mano de trabajos que me dejan el estudio ha dejado de ser un goce para convertirse sólo en un vehículo de estrés. Me sorprende la falta de empatía con los estudiantes y, la verdad, es un sentir generalizado entre mis compañeros
Si, las clases virtuales son un engaño absoluto, una manera de cumplir a la brava y de la manera más chambona con el curriculum. Me preocupa que la situación se alargue y yo siga pagando 20 millones de pesos por un semestre de derecho que voy a ver desde mi cuarto con un profesor al que casi no le entiendo porque, cada vez más seguido, la emergencia ha hecho que internet colapse. ¿Quién aprende algo de su maestro cuando la voz se le entrecorta por culpa de la baja señal del internet?
*Por pedido de la estudiante se cambió su nombre