Sí, Margarita, al igual que miles y miles de docentes en el país, debía enseñar en medio del miedo y la pobreza. Trabaja en una institución educativa de Soledad. Decidió asumir unas horas extras en la sede alterna del colegio sin imaginar lo que le costaría. Emprendió su labor sin excusas, pese a encontrar en un salón que más parecía una lata de sardinas a casi cincuenta niños de primero de primaria. Sin luz eléctrica, sin un abanico que los ventilara, aprenderían a leer y escribir, a sumar y restar. Así pretenden algunos convertir a Colombia en la más educada en unos cuantos años.
Hijos de una sociedad intolerante, los estudiantes pretenden resolver cualquier inconveniente, por trivial que sea, por medio de la agresión. Así que no resultaba extraño que se presentaran cruces de palabras entre los niños por cualquier situación, como tropezarse el uno con el otro al intentar desplazarse en los reducidos espacios con los que se contaba en la lata de sardinas.
Así ocurrió el 4 de abril de 2017. Dos pequeños se agredieron y la “seño” Margarita tuvo que intervenir. La sede no contaba en ese momento con la presencia del rector ni del coordinador, por lo que no pudo reunirse con ellos ni estos convocar al Comité de Convivencia para tomar las medidas y aplicar las respectivas sanciones. Citó entonces a los acudientes al día siguiente.
El 5 de abril se presentó la madre del agresor y se reunió con el coordinador. De forma intempestiva se dirigió al salón de clases de la profesora e intentó agredirla delante de los estudiantes. Gracias a la intervención del directivo y del vigilante no pudo hacerlo. Ellos sacaron a la acudiente de la institución. Sin embargo, otra madre le informó a la profesora que se cuidara porque la estaba esperando un grupo de personas en las afueras del colegio para agredirla. Temerosa llamó a la policía.
Ya con dos agentes a su lado, la maestra, aún con temor, decidió salir. Ellos intentaron tranquilizarla; no tenía de qué preocuparse, le decían. Ya en las afueras, sin importar la presencia de los dos agentes, salieron de repente cinco mujeres y dos hombres y agredieron a la profesora; la tumbaron y le dieron patadas, incluso le tiraron piedras y agredieron a los policías. El coordinador de la institución y una compañera lograron meterse en el grupo y sacarla para ingresarla nuevamente al colegio. Ella, casi desmayada, ya no sentía ni veía nada a esas alturas. Después se enteraría que una turba, liderada por la madre agresora, intentaba entrar por la fuerza al colegio. Más de 80 agentes debieron llegar para dispersar al grupo y capturar a la mujer quien permaneció en la cárcel por diez días.
Desde entonces la “seño” Margarita no ha podido dormir tranquilla. Los días y las noches se le han convertido en pesadilla. Sabe que la agresora la busca. No ha podido dar con su residencia, pero insiste. Hasta en la Fiscalía, el día en que puso la denuncia, los familiares de la agresora la amenazaron hasta el punto que su hijo tuvo que enfrentarlos. Desde el 5 de abril hasta hoy ha ido incapacitada y por un mal procedimiento de los directivos no se reportó en un principio el asunto como un accidente laboral por lo que no le pagaron el sueldo completo. La fiscalía, con su parsimonia ante estos casos, le dice que esperará a que la operen para citarla a ella y a la agresora a ver si concilian. Ella espera, en medio del desvelo por el miedo y las pesadillas, a que le programen la cirugía en su pierna; no ha podido volver a caminar normalmente. Debido a que lleva más de 150 días incapacitada, es probable que la pensionen.
La “seño” Margarita espera con paciencia. S0lo pide que la cirugía la programen unos días después de que su madre cumpla el primer año de fallecida para poder ir a la misa. Ni el rector ni el coordinador la han llamado o visitado en un gesto de solidaridad. Alguna compañera pregunta por el teléfono de vez en cuando cómo está. Solo el sindicato la ha acompañado para asesorarla laboral y jurídicamente.
El caso de la “seño” Margarita refleja, como tantos otros, que educar en Colombia es un asunto de riesgo, de muy alto riesgo.